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Picnic en Hanging Rock
Picnic at Hanging Rock
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Director (es) :
Peter Weir
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Año : 1975 |
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País (es) : AUS |
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Género : Misterio-Drama |
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Compañía
productora : Picnic Productions/McElroy & McElroy Productions/South Australian Film Corporation para B. E. F. |
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Productor (es) : Hal McElroy, Jim McElroy |
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Productor (es) ejecutivo (s) : Patricia Lovell |
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Productor (es) asociado (s) :
John Graves |
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Compañía
distribuidora : V. O. Films |
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Guionista (s) : Cliff Green |
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Guión
basado en : la novela de Joan Lindsay |
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Fotografía : Russell Boyd en Eastmancolor |
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Director (es) artistico (s) : David Copping |
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Decorados : Graham Walker |
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Vestuario : Judy Dorsman |
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Música : Bruce Smeaton |
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Montaje : Max Lemon |
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Sonido : Greg Bell, Don Connolly |
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Ayudante (s)
de dirección : Mark Egerton |
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Duración : 116 mn |
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Rachel Roberts
Dominic Guard
Helen Morse
Jacki Weaver
Vivean Gray
Kirsty Child
Anne Lambert
Karen Robson
Christine Schuler
Margaret Nelson
John Jarratt
Ingrid Mason
Martin Vaughan
Wyn Roberts
Garry McDonald
Peter Collingwood
Olga Dickie
Kay Taylor
Anthony Llewellyn Jones
Faith Kleinig
Janet Murray
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Mientras se conmemora el día de San Valentín, el 14 de febrero, del año 1900, tres estudiantes residentes y una de las profesoras del Appleyard College, elitista centro docente australiano exclusivo para féminas, desaparecen misteriosamente en Hanging Rock. Al cabo de unas horas de no haber obtenido ningún tipo de noticia sobre las cuatro mujeres en cuestión, los rectores de la escuela se movilizan y requieren de la policía local para proceder a la búsqueda. Al lugar de los hechos se desplaza el Coronel Fitzhubert y el Sargento Bumpher, responsables de coordinar las operaciones de rastreo de la montaña. |
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UNA VENTANA A LA IMAGINACIÓN
Por Àlex Aguilera
Lo primero que sorprende en Picnic en Hanging Rock, lasegunda película de ficción de Peter Weir, es la ubicación temporal de una historia real que se remonta setenta y cincos años atrás, concretamente, el 14 de febrero, el día de los enamorados, de 1900. Si bien la novela en la que se inspiró Weir para su puesta en escena data de 1967 y su autora, Joan Lindsay —curiosamente, el segundo nombre de Weir—, el cineasta natural de Sydney cambió algunos aspectos de los relatos y escritos de la época para dar una mayor verosimilitud a la trama. Al parecer, el Clyde College, el colegio del que desaparecieron tres alumnas y una profesora en las inmediaciones de Hanging Rock, no fue construido hasta 1910, una década después de los trágicos acontecimientos. Consciente de ello, la novelista hizo un preámbulo con la siguiente sentencia: «Lo que somos y lo que parecemos no es más que un sueño». El mismo fue introducido por Weir para darle una mayor aureola fantástica a la narración. La extraña desaparición de las alumnas está resuelta con una naturalidad y savoir faire digno de los mejores creadores de atmósferas en este campo. Acompañan a tal menester en la puesta en escena, la música que emana de la flauta de pan de Gheorghe Zhampir y los prolongados pero significativos silenciosos, tan solo rotos por la violencia verbal —excelente la escena en la que una de las supervivientes es atacada por sus compañeras de clase— y los tensos diálogos. Una vez más la lucha de clases vuelve a irrumpir en el cine de Weir, en esta ocasión, la clase aristocrática representada por los moradores —mayoritariamente, mujere s— del internado convive de forma desigual con la clase media baja, representada por (ex)inquilinos de orfanatos. La enseñanza estricta, metódica y punitiva, cuyo mayor exponente es una directora derrumbada por los acontecimientos, contrasta con la imagen bucólica, como si de un cuadro se tratara, en la que se dan cita en plena naturaleza la plana mayor de las féminas de la escuela, totalmente liberadas de sus ataduras. Weir capta también de manera sutil la atracción sexual entre personas del mismo sexo comparándola con ese extraño magnetismo que produce la mítica montaña de escasos ciento cincuenta metros de altura. La irradiación de la belleza —perfectamente reflejada por el director de fotografía titular de Weir en su etapa aussie, Russell Boyd— de una de las alumnas ataviada de blanco antes de desaparecer, es un claro símbolo que profetiza que algo mágico va a ocurrir. En definitiva, un hermoso film, exento de violencia física, de uno más de los crímenes/desapariciones que han quedado sin resolver en terreno austral, al igual que aconteciera con el caso denunciado en los alrededores de Wolf Creek (2005, Greg McLean), donde también el reloj de las futuras víctimas dejo de funcionar, un hecho premonitorio o una curiosa coincidencia, aunque esta vez el cine hiciera el resto.• |
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Características DVD: Contenidos: Menús interactivos / Acceso directo a escenas / Ficha técnica y artística / Haning Rock en 1900 / Entrevista con la novelista Joan Lindsay. Formato: 1: 33. Idiomas: Inglés. Subtítulos: Castellano. Duración: 112 mn. Distribuidora: Avalon/FNAC.
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Autora: Joan Lindsay.
Fecha de publicación: noviembre de 2010.
320 pp. 13,0 x 20,0 cm. Rústica.
COMENTARIO (Por Christian Aguilera): En las primeras etapas de su vida sería donde Joan Lindsay (1896-1984) colocaría el foco de atención para posteriormente, a partir de encarar la vejez empezar a exorcizar los fantasmas y las pasiones del pasado plasmándolas en la hoja de papel. Así pues, de aquel primer encuentro, a los tres años de edad, con el Monte «embrujado» de Macedon, sito en el estado de Victoria, próximo a St. Kilda East donde nació y se educó, surgiría la semilla de Picnic en Hanging Rock (1967), la novela por la que se ausentaría del anonimato y alcanzaría prestigio a escala mundial, sobre todo en el mundo anglosajón.
Siguiendo la dinámica de rescatar textos de autoras —léase Stellan Gibbons y su sobresaliente La hija de Robert Poste (1933)— desconocidas por estos lares, Impedimenta ha publicado por primera vez en lengua castellana (con traducción de Pilar Adón) la novela que inmortalizaría el nombre de Lindsay, reparando un déficit editorial que ya duraba demasiados años. Casi tanto como el tiempo transcurrido desde la boda sustanciada entre Joan Weigall (su apellida de soltera) y Daryl Lindsay —ambos de familias acomodadas en el seno de sus respectivos países: Australia e Inglaterra— el día de San Valentín de 1922 y la etapa donde la también pintora se impuso como reto escribir su segunda novela y entregarla a un editor al medio plazo. Con setenta y un años lograba su propósito y, sin duda, se mostraría satisfecha de ello el resto de sus días. En el ecuador de lo que la restaría de vida, Lindsay participaría —si bien en un segundo plano, sin ánimo de interferir en su proceso de creación— del rodaje de Picnic en Hanging Rock (1975), cinta que contaría con el respaldo financiero de los hermanos McElroy, y la dirección de un semidebutante Peter Weir. Indiscutiblemente, el film contribuiría a elevar el listón de la popularidad de la novela de Lindsay, de lectura obligatoria en los institutos aussies, y otros países pertenecientes o que habían pertencido a la Commanwealth. Fuera de esta área de influencia, Picnic en Hanging Rock ha ido creciendo como una pieza de culto —al menos desde la perspectiva del lector español— presta a ser impresa en papel y, a renglón seguido, ser descubierta por aquellos cuyos gustos literarios se rigen por determinados estándares de calidad. Sin duda, Picnic en Hanging Rock no defraudará para el que es el «bautizo» editorial en lengua castellana de una obra manufacturada por Lindsay, escritora aplicada, como señalaba anteriormente, en la introspección sobre sus propias experiencias personales —Time without Clocks (1962), que compete a sus primeros años de matrimonio con Sir Daryl Lindsay— y con una especial fijación por el universo infantil —Syd Sixpence (1983)— que se proyectaría en forma de velada inocencia en aquellas adolescentes internas en el colegio Appleyard de Picnic en Hanging Rock. Una obra literaria corta pero que, en función de la exquisitez del texto que tenemos entre manos, la invitación a acercarse a los otros escritos de Joan Lindsay publicados en inglés y otras lenguas deviene toda una tentación.
En su introducción, Miguel Cane apunta a que para hallar las claves de la fascinación que pueda despertar el texto de Lady Lindsay debemos prestar atención a esa ambivalencia con la que continuamente se balancea la historia relativa a la desaparición de tres alumnas y una profesora en la «roca colgante» que domina el Monte Macedon. Por momentos, lo sensual embarga las páginas escritas por Joan Lindsay, y en otras experimentamos una actitud refractaria al saber el detalle de la tragedia que corren tres de las féminas, ya que una cuarta —Inma— logra ser rescatada de una muerte segura por un joven lugareño movido por un extraño impulso que se perfila hacia lo obsesivo. El primoroso dominio de la sintaxis por parte de la artista australiana es otro de los alicientes que ofrece una novela dispuesta en algunos de sus capítulos —sobre todo los que se concentran en la parte final— con un diáfano tratamiento epistolar, resiguiendo una tradición fundamentalmente deudora de la literatura europea del siglo XIX. Este aspecto acentúa la sensación de que Picnic en Hanging Rock hubiera pasado como una novela publicada en la época donde se relatan los acontecimientos, esto es, en los albores del siglo pasado. En cierto sentido, Lindsay parecía haber incubado en su mente la novela durante mucho tiempo, y al cabo de las décadas, una vez vencidas ciertas reticencias que pudieran tener su origen en su mayor dedicación dispensada a la pintura —alguna que otra referencia pictórica se cuela en el texto, como la equiparación de un «ángel» de Boticelli con Miranda—, combinado con la discreta acogida de su primera novela, se aventurara a poner negro sobre blanco para plasmar una obra magna bañada de un misterio insondable.
La adaptación de Cliff Green & Peter Weir: un film sensorial
Cierto es que la presencia de Lindsay en el set de rodaje hubiera podido condicionar el modelo de adaptación al que se aplicaría Peter Weir para su segundo largometraje. Pero esta situación estaba lejos de desviarlo de su propósito por crear una obra f ílmica que se explicara a través de las imágenes, desoyendo cualquier invitación a emplear la voz en off de un narrador. Cliff Green libraría un guión con pocas líneas de diálogo, que propiciaría a Weir visualizar Picnic en Hanging Rock como si de un auténtico pionero del cine se tratara para una historia que se focalizaba precisamente durante los primeros compases del Séptimo Arte. La atención por el detalle, por irrelevante que fuera, su fijación en los silencios, en los sonidos extraídos de la Naturaleza juegan a favor de corriente de ese cine «sensorial» que ganaría altura en el siguiente film de Peter Weir, La última ola (1977). Todo ello no obsta para que la interpretación llevada a término por Weir y Green contara con el beneplácito de la propia Lindsay, sabedora que sus compatriotas habían sabido desentrañar las esencias de un texto cuya razón de ser no nace tanto de describir sino de sentir, colocando al lector y/o al espectador en el frontispicio de una realidad imaginada o quizás algo imaginado pero con un poso de realidad.• |
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