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de padre de origen chino-hawaiano y de madre inglesa, Keanu convive con su familia durante sus primeros años en Australia; desde el continente oceánico se traslada a vivir a Nueva York; después de tramitar el divorcio, su madre, una prestigiosa diseñadora de vestuario, se lleva a sus hijos hasta Toronto, Canadá; ingresa en la Jesse Ketchum Grade School y De La Salle College; compagina sus estudios con su afición por el hoquei sobre hielo, deporte al que se quiere dedicar profesionalmente, y a la interpretación con el algunos montajes escolares como el de la obra de Arthur Miller El crisol; a tenor de su paulatino interés por el teatro cursa estudios de Arte Dramático en la Toronto's New High School; tras participar en algunos spots televisivos es reclamado para intervenir en algunas películas para la pequeña pantalla, así como series de varios capítulos; debuta en el campo del largometraje con el film independiente Flying (1985) a los veinte años de edad.
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En una sociedad cada vez más globalizada, los estereotipos de galán o de seductor por excelencia del Hollywood clásico han quedado desfasados y reducidos al recuerdo. En cierto sentido, Estados Unidos, a modo de espejo de una sociedad en constante progreso, ha promovido la creación de un espacio multiétnico, en una concentración de culturas, razas y nacionalidades que no encuentran parangón a lo largo de su historia reciente. La Meca del cine por excelencia ha sabido pulsar esta realidad social y cultural, asimilando en su star system a intérpretes no tan sólo provenientes de otras cinematografías no anglosajonas de países hasta entonces vetados a ocupar semejante representación —en especial, los latinos— sino como fruto de una mixtura de diversas nacionalidades y/o etnias. El caso más paradigmático podría ser el de Keanu Reeves, libanés de nacimiento, canadiense de adopción, de ascendencia asiática y británica, y residente en los Estados Unidos. Pero la asimilación de este perfil definitorio de la remodelación del star-system hollywoodiense que ha tenido lugar en los últimos decenios, ha merecido no pocas reticencias y salvado múltiples obstáculos —inevitables para todo aquello que comporta el vocablo «cambio»— hasta alcanzar carta de naturaleza a principios del tercer milenio. De ahí que la trayectoria cinematográfica de Keanu Reeves se fraguara en propuestas modestas, de corte independiente, como «banco de pruebas» de aquellos aspectos, ya sea temáticos o referidos a su plantel de intérpretes y técnicos, que pudieran ser susceptibles de aplicar o reproducir en un cine de mayor calado comercial. Al margen de su presencia intermitente en propuestas corales que le perfilarían cara un futuro inmediato como un intérprete con un claro semblante de seductor (Las amistades peligrosas, Mucho ruido y pocas nueces y Drácula de Bram Stoker, como Jonathan Harker), Keanu Reeves obtuvo el crédito de algunos sectores minoritarios a través de propuestas independientes que tratan de «erosionar» el concepto del american way of life, en una elevada proporción, a través de un sentido del humor negro y/o sarcástico que delatan su vocación de comedias en su acepción más irreverente y desinhibida (Dulce hogar...¡a veces!, Te amaré hasta que te mate, Ellas también se deprimen), en ocasiones con giros hacia el terreno de lo fantástico (los viajes en el tiempo en Las alucinantes aventuras de Bill y Ted y su continuación El alucinante viaje de Bill y Ted). No obstante, la película que impulsaría la singladura profesional de Keanu Reeves en sus balbuceantes inicios, sin abandonar este modelo de producciones de pequeño formato, sería el drama shakespeariano Mi Idaho privado, en el papel de Scott Favor, el amigo homosexual de un joven narcoléptico (el finado River Phoenix). La elección de Reeves por parte del director-guionista Gus Van Sant se debía en primera instancia a su razonable parecido con Keith Baxter, el actor que había protagonizado Campanadas a medianoche (1965), de la que Mi Idaho privado vendría a ser una versión moderna. Ese mismo año, Keanu Reeves firmaría un contrato con la Fox para intervenir en Le llaman Bodhi, una cinta que mezcla el thriller y la acción a partes iguales, los géneros por los que, a medio plazo, el actor de origen libanés ha transitado con mayor frecuencia (Speed, Reacción en cadena, El abogado del diablo, The Watcher, etc.). Próximo a alcanzar la cuarentena, dejando tras de sí una media nada desdeñable de más de dos producciones anuales y un reguero de desmentidos sobre su orientación sexual y sus affaires amorosos, Keanu Reeves se ha situado en una posición de privilegio al encomendarse al personaje de Neo en una trilogía (Matrix, Matriz Reloaded, Matrix Revolutions) que está llamada a convertirse, si aún no lo han hecho, en un punto de inflexión dentro del thriller futurista de concepción virtual, a imagen y semejanza del que había vaticinado en su obra literaria William Gibson —el creador del concepto de cyberpunk—, cuya traslación a la gran pantalla de una de sus novelas, Johnny Mnemonic, había tenido idéntico protagonista. Algunos analistas, amparados en la creencia que este modelo de producciones virtuales mermará la capacidad interpretativa en beneficio de las posibilidades que ofrece la tecnología digital, tienen el convencimiento que Keanu Reeves no es más que uno de los primeros eslabones de una larga cadena de clones capaces de reproducir movimientos propios de autómatas sin la necesidad de mostrar matices o registros interpretativos susceptibles de ser reproducidos en el cine analógico. En buena lid, Keanu Reeves se podría considerar, a los ojos de una nueva era tecnológica, uno de los intérpretes pioneros en acuñar el término de «cyberactor».
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