|
|
Oscar a la Mejor Actriz Secundaria por Julia (1977); Nominada al Oscar a la Mejor Actriz por Morgan, un caso clínico (1966), por Isadora (1968), por María, reina de Escocia (1971) y por Las bostonianas (1984); Nominada al Oscar a la Mejor Actriz Secundaria por Regreso a Howards End (1992); Globo Globo de Oro a la Mejor Actriz Secundaria por Julia (1977); Nominada al Globo de Oro a la Mejor Actriz Dramática por María, reina de Escocia (1971) y por Las bostonianas (1983); Nominada al Globo de Oro a la Mejor Actriz de Comedia o Musical por Un mes en el lago (1995); Nominada al Globo de Oro a la Mejor Actriz Secundaria por Ábrete de orejas (1987); Mejor Actriz del Festival de Cannes por Morgan, un caso clínico (1965) y por Isadora (1968); Emmy a la Mejor Actriz de Serie Limitada o Especial por Playing for Time (1980); Emmy a la Mejor Actriz Secundaria de Miniserie o Película para Televisión por If These Walls Could Talk (2000); Nominada al Emmy a la Mejor Actriz de Miniserie o Especial por Second Serve (1986) y por The Gathering Storm (2002); Nominada al Emmy a la Mejor Actriz Secundaria de Miniserie o Especial por Pedro el Grande (1986) y por Young Catherine (1991); León de Plata Honorífico del Festival de Cine de Venecia (2018). |
|
|
Dentro de una familia de tradición actoral, Vanessa Redgrave es la que mayor popularidad ha aglutinado a lo largo de más de treinta años. Sus hermanos Lynn y Corin nunca alcanzaron la celebridad de Vanessa Redgrave, ya sea tanto en el campo cinematográfico como en el escénico. En un segundo nivel, presumiblemente esta mayor significación de Vanessa se deba que, a diferencia de sus hermanos, supo integrarse dentro de un modelo de producción auspiciado por los angry young men («los jóvenes airados»), entre los que se encontraba su primer marido, el director Tony Richardson. En la medida que el free cinema gozó de proyección en el ámbito internacional, la figura de Vanessa Redgrave acaparó el centro de atención de una cinematografía, la británica, que vivía un periodo de bonanza y mantenía una cierta independencia de contenidos respecto al imperio cinematográfico norteamericano. Así pues, Vanessa Redgrave se convertía en la musa de Tony Richardson –Red and Blue, The Sailor from Gibraltar y La última carga— y sobre todo de Karel Reisz —otro de los impulsores del free cinema—. Bajo su dirección, la actriz londinense conectó con una serie de propuestas transgresoras, desde su papel de Leonic Delt en Morgan, un caso clínico hasta una modélica composición de la bailarina Isadora Duncan en Isadora. A lo largo de los años sesenta, Vanessa Redgrave compaginó su asimilación a este tipo de personajes rebeldes, inconformistas, enfrentados a unas estructuras sociales demasiado obsoletas para sus formas de pensar y concebir la vida, con la adecuación a papeles que conectaran con el ámbito escénico. Ana Bolyena en Un hombre para la eternidad y Lady Ginebra en Camelot —compartiendo un romance fuera y dentro del plató con el actor de origen italiano Franco Nero— ofrecían sendas muestras de la fidelidad de la mayor de las hermanas Redgrave por la recreación de textos que hoy ya son considerados clásicos. Una tradición que ha seguido manteniendo en el curso de los años (Las bostonianas, según un relato de Henry James, Regreso a Howards End a partir de un texto escrito por E. M. Forster) y que en buena lid, la han procurado sustentar el prestigio del que goza actualmente. A raíz del desmantelamiento del free cinema motivado, principalmente, por el éxodo de Richardson y posteriormente de Reisz a tierras norteamericanas, Redgrave se vio forzada a prescindir temporalmente de su imagen de mujer individualista y contestataria. Un perfil que ha intentado conservar desde su militancia troskista y su defensa de la causa palestina. A finales de los setenta, Redgrave recuperó parte de aquel espíritu liberal en la gran pantalla a través de Yanquis y sobre todo Julia, en el papel de la amiga íntima de la escritora Lillian Hellman (Jane Fonda). Pero acaso se trataba de propuestas aisladas en un periodo cinematográfico en el que la industria británica estaba a las puertas de una oleada de conservadurismo auspiciada por la política de Margaret Thatcher. Inevitablemente, este cambio de rumbo ideológico hizo que se resintiera la trayectoria de Vanessa Redgrave, en similar situación que Glenda Jackson. En este periodo, Vanessa Redgrave conformó una variedad de registros ligado al carácter dispar de las producciones en las que se vio involucrada. Desde los relatos clasicistas en torno al mundo imaginado por ilustres escritores —en este caso, Henry James en Las bostonianas— hasta un fugaz contacto con un cine contestatario, que trataba de subvertir el carácter conservador que envolvía a la industria cinematográfica británica en los años ochenta —Ábrete de orejas— habían descubierto una actriz despojada de un único modelo de interpretación. Aquel cine escapista con miras comerciales de la que había tratado de distanciarse en su etapa de esplendor, ha sido, paradójicamente, el que ha recuperado a Vanessa Redgrave para el formato cinematográfico. Sus composiciones —algunas de ellas ciertamente esporádicas— en Smilla. Misterio en la nieve, Mission: Impossible o Deep Impact, si bien han tenido un efecto revitalizador en la carrera de Vanessa Redgrave, no deja de sorprender a los aficionados la capacidad de mutación que hacen gala los intérpretes para poder subsistir y salvaguardar, al mismo tiempo, un respeto y admiración que les ha resultado tan caro de alcanzar. |