|
|
El retorno del cine británico a un cierto compromiso social durante el mandato de Margaret Thatcher, tras la lejana y efímera huella que dejaron los hombres del free cinema al final de los cincuenta y principio de los sesenta, tiene en Stephen Frears a su máximo abanderado. No en vano Frears se forjó bajo las órdenes de los angry young men ("los jóvenes airados") Karel Reisz y Lindsay Anderson -con los que coincidió en el Royal Court Theatre--, como ayudante de dirección en Morgan, un caso clínico (1965) y en If... (1969), respectivamente. Frears extrajo de aquella experiencia, entre otras cosas, el entusiasmo por el clima de libertad con el que se acometían films como If... en el que Lindsay Anderson cuestiona diversos aspectos del sistema educativo británico desde una óptica burlesca y desenfadada. Este tipo de humor que caracterizó a Lindsay Anderson se haya también presente en la obra de Frears a partir de su primer largometraje Detective sin licencia. Albert Finney, que ya había trabajado con Frears curiosamente cuando éste último se desenvolvía como auxiliar de dirección en Charley Bubbles, representa el primer prototipo de detective privado de los años setenta, recluido en Liverpool y ávido lector de Dashiell Hammett. Film inclasificable que no apela a la mitología como lo harían Herbert Ross y Woody Allen en Sueños de seductor un año más tarde, sino que busca el efecto contrario, bien patente ya desde su título original (Gumshoe, o la "suela de crepé" que utiliza el investigador), Detective sin licencia permanece como una obra aislada en el conjunto de la producción británica de la época. La posterior trayectoria de Frears se desarrolla dentro de la televisión donde se ruedan historias locales que, según su criterio, mantienen viva la industria británica. Stephen Frears se integra pues en el círculo de directores como Michael Apted, Ken Loach o Jack Gold, mientras que en el sentido contrario, entre los que abogan por un cine más aperturista y de concepción más internacional se encuentran Alan Parker, los hermanos Tony y Ridley Scott y Adrian Lyne cuya meta común sería los Estados Unidos. Posteriormente, Frears también se desplazaría a los Estados Unidos a partir del rodaje de Las amistades peligrosas, en una decisión que no por sorprendente, a tenor de sus declaraciones previas, resulta menos lógica. Después de una producción tan extraña como The Hit / La venganza, rodada en España con elementos de thriller clásico, Frears construyó una trilogía sobre la sociedad británica durante el thatcherismo en un régimen de producción de capital y concepción televisiva, centrando la problemática en las comunidades o sectores de la población marginados -los pakistaníes e iraníes en Mi hermosa lavandería, un sorprendente éxito en Europa; los homosexuales en Ábrete de orejas, pese a ubicarse la historia escrita por Alan Bennett en los años sesenta; y un par de jóvenes de condición humilde y en paro en Sammy y Rosie se lo montan cuyas referencias a la actitud de Inglaterra respecto a los países tercermundistas, ofrecen otro contundente ataque al gobierno conservador-. Retractándose de su oposición a la política de expansionismo impulsada por David Puttman al frente de la Goldcrest --que posibilitó el éxodo de directores como los anteriormente mencionados Ridley Scott y Alan Parker al cine estadounidense--, Stephen Frears también compartió destino. Posiblemente la intención inicial de Frears no era rodar películas; tan sólo buscaba financiación para Las amistades peligrosas y un reparto americano que le garantizaría la misma. Basado en una obra teatral escrita por Christopher Hampton a partir del clásico de Choderlos de Laclós, Las amistades peligrosas se alzó con siete nominaciones al Oscar y la respuesta del público no pudo ser más satisfactoria. A partir de aquí, Frears entró en la dinámica de los grandes estudios y aceptó la dirección de dos films bastante opuestos en sus planteamientos y en sus intenciones. Los timadores enlaza con su ópera prima Detective sin licencia, partiendo en esta ocasión de una obra de Jim Thomspon, escritor adscrito al hard-boiled o novela negra dura, violenta, en la que vuelve a fusionarse el drama y el humor, aspectos perfectamente subrayados por la composición de Elmer Bernstein. Héroe por accidente, su tercera incursión en el cine americano, comportaría un cierto sentimiento de desconcierto para Frears al haberse integrado en una gran producción donde no se intuye ningún rasgo de su personalidad y permanece como un típico film de productor, aprovechando la demanda de films de corte catastrofista-moralista (Sin miedo a la vida, ¡Viven!, etc.) surgidos a principio de los noventa. El regreso de Stephen Frears a un formato más reducido se interpreta como una prueba de su identificación con un cine de corte intimista, de narración ágil, que aborda las temáticas cotidianas (el aborto, el paro, las relaciones de pareja) sin para ello prescindir de una mirada irónica y sarcástica. Café irlandés y La camioneta, cuyo nexo común es el personaje interpretado por Colm Meaney, y una misma fuente literaria --que completa, junto a Los Commitments (1991) de Alan Parker, la versión cinematográfica de la trilogía irlandesa escrita por Rody Doyle-, así como Alta fidelidad --rodada tras el fracaso comercial del neowestern The Hilo-Country, que en su tiempo había sido uno de los proyectos de Sam Peckinpah-- devuelven el nombre de Stephen Frears a sus orígenes de narrador de historias, en apariencia sencillas, pero que encierran un entramado de mecanismos emocionales definitorios de la complejidad del ser humano. |