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Peter Weir | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Fecha y lugar de nacimiento : | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
21 de agosto de 1944, en Sydney, Nueva Gales del Sur (Australia). | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Actividades previas : | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
abandona Australia para viajar a Gran Bretaña, donde filma su periplo a bordo de un transanlántico (1965); entra a fomar parte del Instituto de Cine Australiano como ayudante de cámara y de producción (1966); confecciona diversos cortometrajes y mediometrajes --Count Vin's Last Exercise (1967), The Life and Flight of the Reverend Buckshotte (1968), entre otros--; trabaja en algunos capítulos de la serie de televisión Luke's Kingdom (1977). | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Otras actividades : | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
guionista. | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Premios : | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Nominado al Oscar al Mejor Director por Único Testigo (1985), por El club de los poetas muertos (1989) y por El show de Truman (1998); Nominado al Oscar al Mejor Guión Original por Matrimonio de conveniencia (1990). | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Otros datos : | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
casado con la diseñadora y productora Wendy Weir. | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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La obra de Peter Weir nace desde la intuición y no como una reacción ante una desmesurada cinefília. El cine del director de Único testigo no tiene parangón ni entre sus compatriotas ni entre los cineastas de otros países; es una obra en esencia singular, que conserva una extraña homogeneidad y coherencia a pesar de su paso del cine oceánico al americano a mediado los ochenta. Forjado en una industria débil y desestructurada, Weir, al igual que Bruce Beresford, Roger Donaldson, Philippe Mora o George Miller (Mad Max), empezó a construir pequeñas obras que le servirían de embrión para sus futuras realizaciones. El desembarco de la cinematografía australiana en los Festivales europeos a mediado los setenta animó a incipientes directores como Weir a presentar sus primeros largometrajes. Gran parte de los films australianos exhibidos en estos certámenes comparten un sentido terrenal, envuelto por elementos o fenómenos surgidos de la naturaleza que se sitúan como los verdaderos protagonistas de los films. Picnic en Hanging Rock y The Last Wave son dos films sugerentes, que juegan con esta concepción, dejando que sean los propios misterios que encubre la naturaleza los que capitalicen la curiosidad o la ansiedad en el espectador. La necesidad de exportar por parte de una hasta entonces ignorada cinematografía, hizo ampliar las fronteras oceánicas para recrear historias como la famosa batalla de Gallípolli, un triste episodio del colonialismo de este inmenso país, acaecido en 1915 y que recreó Peter Weir en Gallipolli, erigiéndose al mismo tiempo en una muestra de la perenne amistad entre dos jóvenes aussies desde su infancia hasta su reencuentro en el campo de batalla, protagonizado por las jóvenes revelaciones Mel Gibson y Mark Lee. Viajero incansable, Peter Weir se trasladó a otro campo en conflicto, Yakarta, para rodar El año que vivimos peligrosamente, crónica de unos periodistas inmersos en el clima prerevolucionario de la capital de Indonesia en la década de los sesenta. La repercusión internacional de El año que vivimos peligrosamente afectó a sus dos protagonistas, Mel Gibson y Sigourney Weaver, aún sin el prestigio del que hoy gozan, mientras Peter Weir preparaba su bautizo en el cine americano de la mano de Jerome Hellman, quien ya había hecho lo propio con el británico John Schlesinger en Cowboy de medianoche (1969). Los problemas de preproducción que surgieron tras la compra de los derechos de la novela de Paul Theroux, desaconsejaron la puesta en marcha immediata de La costa de los mosquitos, proyecto que Hellman y Weir retomarían después de Único testigo, film con envoltura de thriller que volvía a incidir en el carácter terrenal que distingue al cine de Weir, a través del retrato de una comunidad Amish, secta de perfil anacrónico. Después de la experiencia de dos producciones americanas, Peter Weir seguía conservando un grado de libertad estimable, confeccionando sus obras sobre la base de un equipo técnico homogéneo y con un reparto formado por actores en vías de alcanzar el estrellato (Robin Williams, Mel Gibson, Sigourney Weaver, Andie McDowell, Ethan Hawke, etc.). Una situación que le llevó a preparar con paciencia su obra maestra, El club de los poetas muertos, en la que se constata la transición del hermetismo de sus primeros films a la emotividad y sensibilidad en el dibujo de los personajes y la relación que se establece entre ellos. Un internado americano de estudiantes de nivel medio de los años sesenta servía de marco para construir una obra donde la utopía y la libertad de pensamiento tomaban cuerpo en la figura del profesor Keating (Robin Williams), quien intentaba transmitir unos conceptos vitales alejados de la doctrina docente de la época. Mientras el film despertaba numerosas adhesiones, Weir abordó el género de la comedia —que ya había aparecido en sus primerizos cortometrajes y mediometrajes, y en The Pumbler, rodado para la televisión y dotado de un humor negro casi indescifrable— en Matrimonio de conveniencia, film de transición que antecede a Sin miedo a la vida, mucho más pretencioso y que gira alrededor de las consecuencias de la fatalidad de un accidente aéreo dentro de la dinámica hollywoodiense de films de parecida temática, como ¡Viven! (1991) o Héroe por accidente (1992). Demasiados son los interrogantes que se abren ante la actitud de Weir, que cada vez espacia más sus trabajos, y la indiferencia que han suscitado sus últimos films, en franco declive desde que filmó El club de los poetas muertos y más lejos en el tiempo quedan sus piezas de cámara australianas, que aún permanecen vigentes por la fuerza hipnótica que provocan sus imágenes y sus sonidos en el espectador. Una situación que parece haber revertido tras el estreno de El show de Truman, una afortunada fábula —-no exenta de trampas argumentales— sobre una sociedad actual que ha transformado sus hábitos de comportamiento merced al poder hipnótico que ejerce la televisión, y sobre todo Master and Commander (Al otro lado del mundo), una epopeya en alta mar que se descubre como uno de los puntos álgidos creativos de la selecta filmografía del realizador de Nueva Gales del Sur. | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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EL DECÁLOGO de PETER WEIR
I) LA ESTRELLA (MASCULINA) ANTES QUE EL FILM.
Para que las historias escogidas por Peter Weir puedan obtener la financiación adecuada,
![]() II) FUENTES LITERARIAS «ANÓNIMAS»
Puede que algunas de las novelas que Peter Weir haya adaptado para el medio cinematográfico tengan predicamento en determinadas latitudes, pero lo cierto es que en muchos países siguen siendo obras auténticamente desconocidas. Gran lector, Weir ha sabido moldear esas historias previamente desarrolladas en forma de novela, llevándolas a su propio terreno. Para ello no ha dudado en “fusionar” diferentes fuentes literarias —la serie de novelas de Patrick O’Brian para Master and Commander— o mezclar historias de su propia cosecha con alguna que otra obra soportada en papel —The Broken Years de Bill Gammage y narraciones de C. E. W. Bean para Gallipoli (1981)—. Con todo, la proporción de guiones originales en relación a los guiones adaptados por Weir más bien son equivalentes. Como sucede en estos casos, el cine contribuiría decisivamente al conocimiento de sus obras literarias de partida, siendo Picnic en Hanging Rock, de Joan Lindsay —editada en castellano por Impedimenta— un paradigma en este sentido. Menor suerte han tenido hasta la fecha La costa de los mosquitos de Paul Theroux o Sin miedo a la vida de Rafael Yglesias.
III) GENUINAMENTE AUSTRALIANO.
En los primeros compases de su filmografía, y hasta bien adentrados los ochenta —el salto a Hollywood que supuso Único testigo (1985)—, Peter Weir no sólo filmó películas en
![]() IV) PAISAJES.
El concepto de producciones de ámbito doméstico cuyas pulsiones dramáticas se sustancian entre cuatro paredes, no casan para nada con el cine de Peter Weir. La suya es una apuesta por «fusionar» la realidad de los personajes con la naturaleza que les envuelve; una mirada hacia el paisaje insoslayable en su forma de entender su función de artista integrado en la sociedad moderna. Así pues, el paisaje austral ha sido el más visitado por la cámara de Weir (Picnic en Hanging Rock, That Cars That Ate Paris, Gallipoli, The Last Wave), pero al instalarse en suelo norteamericano ha seguido tejiendo una similar “estrategia” para acomodar las historias que ha llevado a la pantalla conforme a mostrar esa imbricación de la naturaleza con el ser humano, como acontece en Único testigo —los dominios rurales Amish sitos en Pennsilvania— La costa de los Mosquitos (1986) —la selva de Belice— o Camino a la libertad (2010) —las enormes extensiones asiáticas por las que transitan los personajes principales, incluidas zonas desérticas—.
V) EL VALOR DE LA AMISTAD, FUNDAMENTO DEL HUMANISMO DE WEIR.
De las situaciones extremas o, cuanto menos, complejas, por las que atraviesan los personajes conductores de las tramas provistas en los films de Weir se deriva un i
![]() VI) LA COMEDIA DE LA VIDA.
Al acercarse de una manera superficial al cine de Peter Weir podemos llegar a la conclusión que se asienta sobre unos resortes dramáticos, si acaso trágicos, sobre la condición humana. Siendo evidente esta panorámica sobre la realidad de su cine, Peter Weir ha podido, empero, articular una mirada más amable o si se prefiere tragicómica en torno a los personajes y las circunstancias que les rodean en algunas de sus producciones. De tal suerte, aflora en el cine de Weir un sentido del humor aussie —generalmente «teñido de negro»— que gana prestancia sobre todo en la película rodada para televisión The Plumber (1979) —editada en VHS y en DVD en nuestro país bajo el título El vigilante, aunque su traducción literaria sería «El fontanero»— y, en menor medida, en Matrimonio de conveniencia (1990). Capítulo aparte merece ese one man show que compromete a la realidad de El show de Truman (1998), cuya comicidad está extremadamente condicionada a su actor protagonista, el canadiense Jim Carrey, del que Peter Weir trataría de alejarlo —sin demasiada fortuna, todo hay que decirlo— de su vena histriónica.
VII) LA PERSPECTIVA ANÓMALA (I) LA ESENCIA INDIVIDUAL E INTUITIVA.
Uno de los elementos que caracterizan buena parte de los films de Weir es la presencia y, a menudo incluso preeminencia de una perspectiva anómala ante la dramaturgia puesta en solfa: el modo en que, principalmente desde lo visual, se
![]() VIII) LA PERSPECTIVA ANÓMALA (II) EL CONFLICTO CULTURAL.
En relación con lo anterior, se produce un enfrentamiento inevitable de ese individuo que alcanza su esencialidad con los estrechos márgenes del funcionamiento social. Los personajes de sus películas suelen ser revolucionarios, o están llamados a serlo. Así, por ejemplo, en The Last Wave hallamos a un abogado que muda de piel y se revela contra el orden establecido con el que él mismo venía colaborando para afrontar una Verdad terrible; en Galllipoli o El año que vivimos peligrosamente se interpreta la Historia a partir de controversias entre la ética y la supervivencia física y hasta espiritual; en La Costa de los Mosquitos se refiere la lucha utópica de un individuo por reinventarse un sistema de vida y organización a todos los niveles por considerar putrefactos los preexistentes; y en El club de los poetas muertos y en Matrimonio de conveniencia se levanta acta del peso demasiado agobiante de unos esquemas sociales inamovibles y que castran la voluntad, las necesidades o la inspiración de lo individual. Finalmente, en Sin miedo a la vida y en Camino a la libertad esa sempiterna ruptura entre el «Yo» y sus condicionantes externos es materia causal narrativa, pues es fruto de acontecimientos funestos (un accidente de avión, la reclusión en un campo de concentración siberiano) que llevan a sus protagonistas a trascender de un modo u otro.
IX) WEIR Y «LOS MAESTROS DE LA LUZ» CON ACENTO AUSTRALIANO.
Pocas asociaciones entre cameraman y director sustanciadas en los últimos treinta o c
![]() X) LA MÚSICA EN EL CINE DE WEIR.
A la hora de adecuar la música a las imágenes de sus películas, Peter Weir principia la idea de que la primera debe servir a la segunda, y no a la inversa. Por ello suele utilizar la música de una manera dosificada, siempre que lo requieran las imágenes. Allí están las cinco composiciones creadas por Maurice Jarre para los films del cineasta oceánico (El año que vivimos peligrosamente, Único testigo, La costa de los Mosquitos, El club de los poetas muertos y Sin miedo a la vida) para dar crédito a esta "norma no escrita”. La otra característica que define este apartado del trabajo creativo de la puesta en marcha de una producción vehiculada por Weir deviene la combinación de fuentes de música clásica, en sus distintas variantes, con una partitura escrita ex profeso para una película determinada. En este sentido, numerosos ejemplos hablan del vasto conocimiento de Weir en dicha materia, desde la aplicación de temas de Fréderic Chopin en El show de Truman, Tomaso Albinnoni en Gallipoli, Ralph Vaughan Williams en Master and Commander e incluso la ópera servida en forma de música diegética en El año que vivimos peligrosamente.•
Sergi Grau y Christian Aguilera
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Editorial: Cátedra.
![]() ![]() ![]() ![]() Colección: Cineastas / Signo e Imágenes nº 95.
Autora: Nekane E. Zubiaur.
Incluye bibliografía y filmografía completa.
COMENTARIO (Por Tomás Fernández Valentí): Como afirma la propia autora de este ensayo, el núm. 95 de la espléndida colección Signo e Imágenes/Cineastas de Cátedra, y que comparto plenamente, resulta asombroso que todavía no hubiera una monografía en nuestro país dedicada a un realizador que, a nivel personal y sin ánimo de pontificar al respecto, no dudaría en incluirlo entre los cinco o diez mejores cineastas de la actualidad: el australiano Peter Weir. Por más que Nekane E. Zubiaur, firmante de esta más que recomendable introducción y panorámica a la obra del autor de Picnic en Hanging Rock (1975) y Master & Commander: Al otro lado del mundo (2003), acaso no se atreva a decirlo directamente, sí que sugiere, de forma indirecta, a qué se debe esa aparente indiferencia e incluso cierta displicencia con que suele despacharse la obra de Weir entre la mayoría de la crítica española (como en todo, hay honrosas excepciones): al hecho de que Weir es uno de esos cada vez más raros directores de cine que, por así decirlo, “no hace ruido”; a que es el poseedor de un estilo tan minucioso y sobre todo tan sutil, que como lo califica la propia Zubiaur bien podría adjetivarse como “invisible”; al hecho de que, en un mundo como el del cine actual pero no siempre moderno (actualidad y modernidad no son términos sinónimos, por más que tiendan a solaparse), lleno de prepotentes con ganas de hacerse notar arrojando su estilo a la cara del espectador, Weir hace gala de esa rara modestia que precisamente es característica de los grandes creadores; en definitiva, que el cine de Weir, aparentemente sencillo, en el fondo es tremendamente exigente, dada su sutilidad, y requiere un plus de atención que, ¡ay!, no se da con la f ![]() Derogando tópicos
Resulta de agradecer una obra como la de Nekane E. Zubiaur, que además de muy bien escrita, con un lenguaje diáfano pero no simple, y haciendo gala —como el mismo cine de Weir— de una soterrada erudición, por fin pone “orden” dentro del corpus de la obra de un cineasta de quien todavía se repiten, con una insistencia digna de mejor causa, tópicos tan rotundamente falsos como que las mejores y más personales obras de Weir fueron las que llevó a cabo en su Australia natal, es decir, las reputadas Picnic en Hanging Rock y The Last Wave (1977), y que sus películas rodadas bajo pabellón norteamericano, de Único testigo (1985) en adelante, supusieron su despersonalización. Nada más lejos de la realidad, habida cuenta de que, tal y como Zubiaur aclara en los primeros apartados de su ensayo, “Peter Weir en Australia” (pp. 17-70) y “Peter Weir en América” (pp. 71-134), el exilio del cineasta a Hollywood fue más el resultado de una inquietud artística y un deseo de trabajar en un marco industrial más propicio a sus inquietudes que una cuestión meramente crematística, como se suele afirmar a la ligera. Buena prueba de ello reside, en primer lugar, en la descripción de las tremendas dificultades para hacer cine en Australia, y más en el momento en que Weir inició su carrera como realizador; y en segundo lugar, y por encima de todo, el carácter considerablemente atípico de las propuestas de Weir en Hollywood. A ello hay que añadir el hecho de que, para nuestro cineasta, los géneros no son patrones preestablecidos que constriñen la creatividad, sino por el contrario una especie de reglas de juego lo suficientemente flexibles como para insertar en medio de ellas las inquietudes personales de un realizador que, para desesperación de muchos, tiene la “manía” de no decir las cosas en voz alta y expresarlas casi calladamente a través de su labor de puesta en escena. Debería ser una obviedad asumida por todos los directores de cine del mundo, pero la realidad nos demuestra que no es así: Peter Weir tiene muy claro que, a la hora de la verdad, el cine se escribe con la cámara. Y Nekane E. Zubiaur lo ha entendido perfectamente.
![]() La autora del ensayo sabe perfectamente que lo del “Weir autor australiano” y el “Weir vendido a Hollywood” no sirve a estas alturas para valorar en su justa medida la filmografía del responsable de El show de Truman (1998). De ahí su esfuerzo por dejar bien claro que cada decisión adoptada por Weir a la hora de emprender tal o cual proyecto no ha sido nunca caprichosa, sino motivada por una sólida base artística nacida a su vez de un cúmulo de inquietudes particulares suyas. Tan solo habría que ver que en la carrera hollywoodiense de Weir se han mezclado, ciertamente, éxitos de taquilla como Único testigo, El club de los poetas muertos (1989) o El show de Truman con fracasos comerciales como La costa de los mosquitos (1986), Sin miedo a la vida (1993) o Camino a la libertad (2010), o una producción de alto coste como Master & Commander: Al otro lado del mundo, que “pinchó”, como suele decirse, en los Estados Unidos aunque funcionara mucho mejor en el mercado internacional. Esos prejuicios que mencionaba líneas atrás se hallan felizmente ausentes en el riguroso ensayo elaborado por Zubiaur.
Un estilo que no parece estilo
Siguiendo una estructura, por lo demás, familiar para quienes conozcan la colección Signo e Imagen/Cineastas de Cátedra, la autora dedica el bloque central del volumen a —su título lo dice todo— “Un cine de la emoción. Constantes temáticas, narrativas y formales en las películas de Peter Weir” (pp. 135-183), dividido a su vez en apartados tales como “La inmersión en un mundo extraño”, “El conflicto entre opuestos y la afirmación del individuo”, “El individuo y su entorno”, “Padres y monstruos”, “Elogio de la “invisibilidad””, “Economía narrativa”, “Rimas y ecos”, “Atmósferas sensoriales” y “Un cine musical”. Me parece una forma estupenda de resumir lo más significativo del cine de Weir, habida cuenta de que la autora del ensayo tiene de nuevo muy claro que, si bien es verdad que la obra de cualquier cineasta puede estudiarse desde el punto de vista de las “te
![]() La segunda mitad del volumen (pp. 185-390) se centra en el análisis pormenorizado de las películas de Weir. Una vez más, llama la atención positivamente la manera como Zubiaur aborda estos comentarios, procurando dejar siempre bien especificadas esas constantes temáticas del cineasta apuntadas líneas arriba y previamente desarrolladas por la autora en la primera mitad del libro, pero sin olvidarse en ningún momento de que nada de todo eso sería válido en sí mismo considerado sin su correspondiente expresión cinematográfica, que es a la postre donde reside el valor del cine de Peter Weir: donde reside su arte. La precisión del análisis de Zubiaur viene acompañada de la esporádica inserción de fotogramas de los films de Weir (las ya habituales “capturas” de imagen), que permiten al lector hacerse una mejor composición de lugar entre lo que el texto analiza y la realidad práctica de lo analizado, en la línea de algunas obras de ensayo fílmico norteamericanas como las del siempre interesante David Bordwell. Lo dicho: en muchas, demasiadas ocasiones, se tiende a olvidar que el cine se escribe con la cámara. Peter Weir lo tiene claro; Nekane E. Zubiaur, también. Desde este punto de vista, no cabe menos que aplaudir las virtudes de este ensayo, vuelvo a insistir, libre de los prejuicios habituales en torno al cine del firmante de El año que vivimos peligrosamente, cosa rara de ver en la mayoría de comentarios que, al hablar del director de Gallipoli, no hacen otra cosa de seguir ahondando en lo de siempre y dicho como siempre.•
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