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De un recorrido cinematográfico que abarca más de sesenta años, tan sólo se pueden extraer puntuales aciertos interpretativos en la persona de Robert Stack, que se corresponden con aquellas producciones que, el paso del tiempo, las ha situado en la categoría de clásicos o en la de títulos de culto a redescubrir. Así pues, su participación en una de las producciones cumbre de Lubitsch, Ser o no ser, dentro de la etapa de aprendizaje de Stack en el medio sería una óptima tarjeta de visita para una trayectoria extraordinariamente marcada por su condición social. Stack pertenecía a una clase social alta, instalada en el barrio residencial de Bel Air, que no provocaba las simpatías de buena parte de los productores y/o directores que tenían la potestad para contratar a uno u otro intérprete. No obstante, el realizador Budd Boetticher –que había firmado hasta entonces varias producciones baratas bajo el nombre de Oscar Boetticher Jr--, alejado de los círculos hollywoodienses por su propia forma de entender la práctica cinematográfica y la vida en general, convenció a John Wayne –por aquel entonces, recién estrenada su faceta como productor— de que Stack era el actor idóneo para representar a un torero en The Bullfighter and the Lady. En buena lid, esta producción dirigida por Boetticher anticiparía el modelo de historias triangulares amorosas de las que Robert Stack sería uno de sus vértices, caso de Escrito sobre el viento, Ángeles sin brillo o Historia de una mujer. En realidad, todas éstas estaban concebidas con un poso melodramático, en las que Robert Stack daba cuerpo al personaje masculino menos voluble y apasionado, más áspero y distante. El marco donde se desarrolla Ángeles sin brillo --una extensa explanada del medio Oeste dispuesta para albergar a las avionetas que realizan acrobacias aéreas— acentuaba este aliento melodramático en el que se da cita una historia de personajes desencantados, presos de un discurso nihilista. Para Robert Stack, el ambiente de una comunidad de pilotos le resultaba familiar, ya que había participado en films como Fighter Squadron o Alas de fuego, pero esta adaptación de la novela Pylon de William Faulkner le facultaría para ofrecer una dimensión dramática hasta entonces tan sólo intuida. Ese mismo año, Robert Stack rodaría para el mismo director, Douglas Sirk, Escrito sobre el viento con idéntico trío protagonista –Rock Hudson y Dorothy Malone, quien asimismo sería su partenaire en El último viaje--. Paradójicamente, su tercera colaboración junto a Malone constitutía, al igual que The High and the Mighty --producción que había rodado seis años antes--, precedentes fílmicos válidos del subgénero catastrofista que inundaría las salas cinematográficas sobre todo a lo largo de los setenta y en las que hacía acto de presencia el intérprete californiano en un par de parodias del mismo (1941 y Aterriza como puedas). Al inicio de esta misma década, Robert Stack se despedía de la serie Los intocables que le había granjeado una enorme popularidad en su papel de Elliot Ness, pero que a efectos de ver dimensionado o revalorizado su nombre en la gran pantalla por lo que atañe a la serie negra, se reduciría a su composición de Al Capone en Cara cortada. Una modesta cinta noir norteamericana que daría paso a un periplo de Stack por territorio europeo, la mayoría de cuyas películas de esta etapa fueron concebidas en régimen de coproducción (¿Arde París?, El imperio de los canallas, Historia de una mujer, Un second soufflé). Este eventual alejamiento de los Estados Unidos provocaría un olvido casi absoluto de su glacial figura de no mediar la aparición en escena de una nueva generación de cineastas –Steven Spielberg, Jerry Zucker, Jim Abrahams, Allan Arkush-- prestos a rescatar a aquellas leyendas de la pequeña pantalla que habían amenizado las veladas nocturnas durante sus años de adolescencia y de juventud, aunque sólo fuera a modo de tributo. |