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Oscar al Mejor Actor por Matar un ruiseñor (1962); Nominado al Oscar al Mejor Actor por Las llaves del reino (1945), por El despertar (1946), por La barrera invisible (1947) y por Almas en la hoguera (1949); Globo de Oro al Mejor Actor por The Yearling (1945); Globo de Oro World Film favorite (1951, 1955); Globo de Oro al Mejor Actor Dramático por Matar un ruiseñor (1962); Nominado al Globo de Oro al Mejor Actor Dramático por Capitán Newman (1963) y por McArthur, el general rebelde (1977); Nominado al Globo de Oro al Mejor Actor Secundario de Serie, Miniserie o Película para Televisión por Moby Dick (1998); premio Cecil B. De Mille (1969); Nominado al Emmy al Mejor Actor Secundario de Serie, Miniserie o Película para Televisión por Moby Dick (1998); premio Donostia del Festival de San Sebastián (1986); premio Especial del Festival de Cannes (1989); Oso de Oro Honorífico del Festival de Berlín (1993). |
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Si bien cincuenta años jalonaron la trayectoria profesional de Gregory Peck, en todo este periodo ha conservado una encomiable distinción y elegancia. Y es un caso también excepcional que, a pesar de su longevidad cinematográfica, haya asumido el protagonismo desde su debut, una condición que no ha abandonado, con alguna excepción (El cabo del miedo, a título de homenaje al Sam Bowden de El cabo del terror por parte de Martin Scorsese, y El dinero de los demás). Incuestionablemente, Gregory Peck es un actor que despierta un sentimiento de bondad, de honestidad e integridad, cuyo paradigma se podría encontrar en el abogado Atticus Finch en Matar un ruiseñor —merecedor de un Oscar— defensor de un negro en el seno de una comunidad del sur de los Estados Unidos, y que tiene a su cargo a dos hijos que le animan a luchar en pro de la verdad. La humanidad que destila el papel de Atticus tuvo en el letrado Anthony Keane de El proceso Paradine un punto de referencia válido. Alfred Hitchcock ofreció una nueva oportunidad de lucimiento a Peck después de la satisfactoria composición del doctor Edwards en Recuerda, quien a indicaciones del productor David O. Selznick, substituyó al inicialmente previsto Joseph Cotten. No obstante, Peck siempre ha tratado de conferir el mayor espectro de personajes posibles, ya sea desde una lectura mitológica —El pistolero, Sólo el valiente, Moby Dick (como el capitán Akab)—, en representación de altos mandos militares, donde prevalece un sentimiento ambiguo —el capitán Mallory en Los cañones de Navarone, el capitán Josiah J. Newman en Capitán Newman o el general Joseph McArthur en McArthur, el general rebelde— o bien en el rol de insignes diplomáticos o científicos —el premio Nobel John Hathaway en La sombra del zar amarillo, el profesor David Pollock en Arabesco o el embajador Robert Thorn en La profecía—. Aunque en el transcurso de la década de los cincuenta se reveló como un intérprete eficiente, Gregory Peck encontró en su periodo intermedio un punto óptimo en la confección de personajes maduros esculpidos desde una vertiente psicológica. El investigador David Pollock de Arabesco suponía ya un cambio respecto a su progresivo alejamiento de recreaciones lineales sin excesivo fuste, para desmarcarse definitivamente en dos títulos concebidos en aquella época a contracorriente de las modas imperantes. Así pues, el oficial Sam Varner en La noche de los gigantes y el sheriff Henry Tawes en Yo vigilo el camino muestran a un hombre angustiado e impulsado —en este segundo film— a contravenir las reglas morales que hasta entonces habían presidido su anodina existencia en el cumplimiento del orden en una pequeña población de Kansas. Esta voluntad de ruptura con una imagen que siempre se ha ligado a su persona, tuvo su prolongación en Billy, dos sombreros —un extraño western rodado en Israel— y Los niños del Brasil. Su director, Franklin J. Schaffner —quien anteriormente estuvo a punto de rodar con él La sombra del zar amarillo—, asignó a Peck la creación del nazi exiliado Josef Mengele mientras Laurence Olivier accedía al papel de Lieberman. Próximo a cumplir el medio siglo en el mundo del celuloide, Peck anunciaba su virtual despedida como intérprete en Gringo viejo, un film con estructura de western fronterizo —como la mayoría de los que concibió para William A. Wellman, Henry King, Robert Parrish o Henry Hathaway— localizado en plena Revolución Mexicana. En Gringo viejo ofrecía un monólogo a modo de reflexión sobre los tiempos pasados y la preeminencia del amor, una escena que se ha perpetuado en la memoria de los aficionados. Únicamente, la televisión ha sido el espacio que ha recuperado en los últimos tiempos a una figura señorial e inmarchitable, en una relación de producciones entre las que destaca Dos estafadores y una mujer (1994), interpretado junto a Lauren Bacall, quien debutara al mismo tiempo que lo hiciera Peck en la RKO. Tanto Peck como Bacall devienen hoy día dos de los más distinguidos supervivientes de una época dorada del cine.
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