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Aunque ejerciera de intérprete infantil en un par de producciones bajo el nombre de William Fox, y por consiguiente, haya gozado de una trayectoria más longeva en el medio, James Fox ha mantenido una línea de actuación más discreta, irregular e incluso más limitada en número de títulos que su hermano mayor Edward. Quizás este hecho se deba, amén de su retirada de la práctica artística durante catorce años, al parecer por motivos religiosos, a su presencia en una cinematografía, la estadounidense, que apenas le depararía papeles de cierta entidad. En principio, su «aventura» norteamericana no fue fruto de una estrategia perfectamente programada tras el éxito, sobre todo a nivel de crítica, que le había propiciado su participación en una de las piezas maestras de Joseph Losey, El sirviente —una sugerente parábola sobre la lucha de clases—, junto a Dirk Bogarde y su novia por aquel entonces Sarah Miles. En principio, James Fox contaba con un aliado de excepción para una empresa de esta magnitud: su padre, Robin Fox, se dedicaba a la representación de algunos de los intérpretes y técnicos más solicitados de Gran Bretaña y, por consiguiente, con buenos contactos al otro lado del Atlántico. Pero la determinación de James Fox iba encaminada a cubrir otras expectativas menos ambiciosas como probaba el deseo de intervenir en la comedia disparatada Aquellos chalados en sus locos cacharros —en las antípodas de los planteamientos a todos los niveles de sus films anteriores, El sirviente y La soledad del corredor de fondo. De hecho, James Fox se vio involucrado en el rodaje en Norteamérica de King Rat por deseo expreso de su productor John Woolf. La experiencia americana, lejos de ser idílica —en especial, por las constantes «batallas» suscitadas durante y después del rodaje de La jauría humana con otro productor británico, Sam Spiegel, en el centro de la polémica—, le devolvería nuevamente a territorio inglés, pero con un similar sentimiento de frustración a tenor del fracaso obtenido con Duffy, el único y su disgusto al saberse una mera figura decorativa masculina en una biografía de la bailarina Isadora Duncan hecha para y por el lucimiento de Vanessa Redgrave. Su recreación del gang Chas Devlin en la inclasificable e iconoclasta Performance —codirigida por Donald Cammell, el guionista de la fallida Duffy, el único—, a modo de complemento interpretativo del beat Mick Jagger, pondría punto final a una primera etapa cinematográfica de James Fox en exceso discontinua. Curiosamente, el director que se había despedido temporalmente ese mismo año de la práctica profesional —en su caso, por los constantes aplazamientos de sus mastodónticos proyectos—, David Lean, retornaría en idéntica fecha a los platós que lo hacía James Fox. No en vano, el menor de los Fox formaría parte del espectacular elenco de primeras figuras para el que significaría el film postrero de Lean, la traslación a la gran pantalla de la novela de E. M. Forster Pasaje a la India. En un enfoque que parecía del agrado de David Lean, James Fox modificaría sustancialmente la idea del personaje de William Fielding escrito por Forster, en el que se presumía como uno de sus mejores trabajos en su reentré, junto a su encarnación del aristócrata filofascista Lord Darlington en Lo que queda del día. No en vano, antes de ser reemplazado por Ruth Prawer Jhabvala, el guionista elegido inicialmente, Harold Pinter, había pensado en el personaje de Lord Darlington como una prolongación del papel que él mismo había escrito casi treinta años antes —el del distinguido joven aristócrata reducido a labores de sirviente— y que había conducido a un temprano descubrimiento de James Fox, quien a menudo suscita equívocos incluso entre los más observadores cinéfilos por su extraordinario parecido con su hermano —que no gemelo— Edward Fox.
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