Content Personalidad

Editorial: T&B Editores.

Autor: Javier Cortijo.

Fecha de publicación: febrero de 2011.

264 pp. 17,0 x 24,0 cm. Rústica.

131 fotografías en blanco y negro.

Pliego central con

43 carteles en color.

COMENTARIO (Por Àlex Aguilera): Si hablamos de William Henry Pratt a mucha gente vinculada al cine no les dirá nada; pero, si reconvertimos dicho nombre compuesto y lo transformamos en Boris Karloff (1887-1969), presumiblemente la cosa cambie. Y digo, presumiblemente, puesto que hoy en día hablar de Karloff esconde un misterio en sí mismo y un desconocimiento bastante global de su longeva obra que comprendió más de cincuenta años. Para paliar esta laguna fílmica, la editorial T & B ha querido rendir su particular homenaje a uno de los mitos terroríficos cinematográficos más venerados y afables que haya dado el género en su pasado siglo. Más allá de una carrera ligada a la figura del Monstruo de Frankenstein, Javier Cortijo, autor de esta inmejorable obra, desgrana su vida a través de una especie de semiautobiografía en tercera persona; un recorrido tupido de anécdotas, de altibajos y de una vida personal azarosa aunque lejos de cualquier exceso y de sus personajes evocados en pantalla. La desdicha de uno de los ocho hermanos de ascendencia hindú es relatada por Cortijo desde sus antepasados más próximos; las andanzas de su abuelo en tierras bengalíes y su afición por la caza dan paso a un árbol genealógico (sic) que enlaza con el nacimiento en 1887 de nuestro Billy Pratt, en arte Boris Karloff, algunos años más tarde. Esta introducción necesaria para conocer mejor a nuestro hombre se convierte en una letanía de nombres insignificantes para el aficionado, pero que ayudan a comprender las raíces de un hombre apegado desde su infancia a tierras británicas, su verdadera patria, como el

mismo acabó por reconocer en sus estertores. El seguimiento de Cortijo es rico en matices, profundizando en su formación teatral por encima de vacuas presencias testimoniales en filmes sin alma. Si bien es cierto que Karloff aceptó todo tipo de papeles, dejando prácticamente sin efecto cualquier negativa, no lo es menos que su dedicación hizo que sus (numerosas) apariciones tuvieran ese punto de profesionalidad que dejaría huérfano el don del oportunismo o el del fácil sustento. Karloff fue ante todo un caballero del cine, dispuesto a servir al director de turno en detrimento de su hegemonía actoral, aun sabedor de que su figura estaba realmente considerada desde mediados los años treinta. En este orden de cosas, Cortijo disecciona el porqué del éxito de El doctor Frankenstein (1931) a las órdenes de James Whale, y cómo comprendió rápidamente Karloff su rol, toda vez que su posterior amigo Béla Lugosi declinó tales servicios. La relación entre Jack Pierce —maquillador «revolucionario»— y un Karloff resignado es otra de las relaciones que el autor señala como el punto de inflexión en la carrera de un actor que nunca rehuyó de tal personaje, inclusive aceptó de buen grado volver a interpretarlo un par de veces más, la más significativa de ellas en La novia de Frankenstein (1935). Ese carácter vocacional de actor lo llevaría a consagrarse en la escena en la adaptación teatral de Arsénico por compasión, un aspecto en el que se detiene expresamente Cortijo para señalar ese éxito personal y colectivo como el mayor logro alcanzado por Karloff por todo el territorio nacional estadounidense. Sus gestas anteriores y posteriores estarían vinculadas a su contrato con la RKO, con producciones de la talla de Bedlam (1946) e Isle of the Dead (1945), ambas de Mark Robson; así como su aparición fuera del horror en Scarface, el terror del hampa (1932), como el gángster Gaffney, y en La patrulla perdida (1934), en el papel del fanático religioso

Sanders. Lamentablemente, las productoras quisieron verlo como un Mad Doctor al uso, e interpretó un sinfín de papeles de este calado en casi medio siglo de vida dedicada al cine y a su reducida familia. En este aspecto se pronuncia el documentado Javier Cortijo, advirtiendo de que su encasillamiento era tan involuntario por parte de Karloff como su constancia interpretativa, acudiendo de plató en plató, haciendo voces radiofónicas e interviniendo además en series televisivas como I Spy y tantas otras. A años luz del romo diccionario filmográfico que Citadel publicó en los ochenta, Boris Karloff: El aristócrata del terror se completa con un rosario de fotografías promocionales y de rodaje, alternadas con esas líneas de testimonios directos de su trabajo —Roger Corman, Jacinto Molina, Jack Pierce, James Whale, etc.— y de una densa biofilmografía, tan rigurosa como completa. Este libro contribuye a desenterrar la memoria verbigracia de la contribución de su única hija, Sara Janne —fruto del primero de sus dos matrimonios oficiales— de uno de los más grandes actores que daría la escena inglesa en sus muchos años de existencia. Valga este volumen como muestra de la eclosión y el ocaso de un monstruo cinematográfico con mayúsculas: Boris Karloff.•