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Cuando el director Billy Wilder sugirió el nombre de José Ferrer a los productores de la Paramount para recrear el papel del alcohólico Don Birnam en Días sin huella, desestimaron la propuesta arguyendo el escaso atractivo físico que evidenciaba su persona. Ferrer —por aquel entonces acababa de representar al Yago de Otelo— entendió el mensaje y en lugar de encauzar su presencia en la gran pantalla desde la posición de característico, se advino a incorporar una galería de celebridades mundiales —Cyrano de Bergerac, Toulouse-Lautrec, Arthur Dreyfuss, Sigmund Romberg, Miguel De Cervantes— con la complicidad del disfraz que escondía un rostro sinónimo de apatía y de indiferencia para el espectador. Era un proceso de transformación que inició en su tercer largometraje, Cyrano de Bergerac, en una laureada recreación del personaje escrito por Edmond Rostand que también le acompañó en el teatro y la televisión, así como en una fábula en clave de parodia en Cyrano et Bergerac. Sin duda, el Oscar obtenido por su composición de Cyrano de Bergerac le estimuló a continuar recreando a personajes históricos cuyas características físicas indujeran a ser representados por una relación mínima de actores, entre los que se encontraba José Ferrer. La composición del pintor Toulouse-Lautrec en Moulin Rouge se encaminaba a consolidar a Ferrer en esta línea de personajes. Por tanto, no había pues un mejor campo de experimentación para un actor que recurría continuamente al disfraz, que el anonimato tras la cámara. Una labor de director que se saldó con un balance artístico en consonancia con los discretos resultados cosechados en taquilla. Los productores acusaron a Ferrer de atender exclusivamente a su persona, prescindiendo de la dirección de los otros actores, o cuanto menos relegándolos a funciones de comparsa. A principio de los setenta el rostro de José Ferrer había envejecido lo suficiente como para recrear personajes si cabe aún más inquietantes y enigmáticos, retomando un perfil tan sólo apuntado en Crisis y Vorágine —el superintendente Gopal Das en Nueve horas de terror o el nazi Herr Rieber en El barco de los locos— antes de que definiera su situación en el cine americano con un lacónico «Hollywood ya no me quiere». Un rechazo que le había reportado un efecto adicional de simpatía en Billy Wilder, quien, sin embargo, le incluyó en el reparto de Fedora, una actualización de El crepúsculo de los dioses (1950). Si Fedora (Marthe Keller) se refugiaba en una residencia de la ribera francesa durante su ostracismo profesional, Ferrer hacía lo propio en una producción de serie B (The Private Files of J. Edgar Hoover, Dracula's Dog, The Big Brawl, The Being, ...) y en su destierro obligado en el continente europeo, un periplo errático que concluiría con 1492: la conquista del paraíso, junto con Gérard Depardieu, el otro referente cinematográfico al citar a Cyrano de Bergerac. |