HUGO FREGONESE |
Editorial: Calamar Ediciones.
![]() ![]() ![]() ![]() Subtítulo: Cine por doquier.
Autor: Carlos Aguilar.
Profusamente ilustrado a color
y blanco y negro.
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A estas alturas de partido a nadie le sorprende la capacidad de escritura del madrileño Carlos Aguilar (n. 1958) para acometer desde el rigor y la profundidad, sin perder tampoco de vista su peculiar y chiespeante verbo, su tenacidad por alumbrar textos de cine abordados con el estusiasmo y la profesionalidad que le caracteriza. Su vasta producción da cuenta del compromiso y la labor divulgativa de sus inquietudes por forjar una amplia gama de panorámicas que subrayan sus multifáceticos puntos de vista y su afecto por los aspectos más variados del engranaje artístico del cine.
Una labor calculada e ilusionante comenzada en los albores de los fanzines y aumentada en calidad y prestigio en otros frentes como el ensayo y la historiografía, además de otros apartados, como el fragor por la novela, que acuñan, en líneas generales, a un hombre erudito y, sobre todo, apasionado. Y escribo apasionado porque es una definición que encaja como anillo al dedo en sus escritos, repletos de calor y vehemencia, con descripciones que muestran querencia y ese toque de frenesí ardoroso cuando la parcela estudiada o el cineasta analizado son algo más que nombres bonitos y mitificados. Sin soslayar, por supuesto, su dimensión como novelista, especialmente en sus tramas con poso/contexto cinéfilo, además del soporte genérico, como el western europeo (Un hombre, cinco balas) o el fantástico (Nueve colores sangra la luna), por poner dos ejemplos.
Escritor multiusos, con gran capacidad memorística (envidia sana, compañero), que dota a sus textos de ritmo y de una frescura verborreica que imanta con facilidad en el lector. Llevándole en volandas, sin perder nunca la precisión en el dato, a una lectura placentera, rica en información, simpática en anécdotas y firme en la labor analítica. Un estilo cercano, contagioso (muy necesario), de vocablos simpáticos y engarzados en las frases y párrafos no exentos de un conveniente humor.
![]() Sin embargo, la lectura de Hugo Fregonese, cine por doquier, de Carlos Aguilar, publicado por Calamar Ediciones, revoca el anonimato y oscuridad que envuelve al mendocino, lo rescate del ostracismo y lo transporte al merecido lugar que debe ostentar a poco que uno va adentrándose en el libro a la par que, atraído por el contenido de sus páginas, vaya visionando sus películas en la medida de sus posibilidades.
Debo confesar sin ningún rubor pero sí con algo de sentimiento de culpabilidad que, salvo honrosas excepciones, desconocía el grueso de la producción de Hugo Fregonese. Esa laguna era previa a caer en mis manos el estudio efectuado por Carlos Aguilar. Gracias a su brújula y consejos, nueve títulos he implementado en mi mochila y bastantes de ellos me han dejado una huella difícil de olvidar. Y cito, por si también mis palabras sirviesen de estímulo y aliciente, obras de la talla de, Apenas un delincuente (1948), The Raid (1954), y Black tuesday (1954). Tres propuestas, dos trhillers y un western, admirables, con buen sentido dinámico del encuadre y densidad dramática elaborada casi por un prestigitador.
![]() Empiezas a leer el volumen editado con gusto, con calidad en el papel y un diseño de página muy funcional y atractivo. Espléndida selección de fotografías y composición de las carillas realizadas de manera equilibrada. De tal manera que no te encuentras un mar de párrafos que violentan la vista y luego una exposición apiñada de ilustraciones a modo de descanso.
El autor estructura el libro en bloques cronológicos acotados a las épocas que Fregonese desarrolló su carrera en un determinado lugar. La introducción se presenta con el epígrafe, «Héroe sin patria» en el que se detallan las particularidades vitales y profesionales de un realizador que encontró una vocación que respondía a su espíritu indómito y convencido de haber elegido el oficio que anhelaba. Simplemente reproduciendo una parte del prólogo el lector puede alcanzar a tener una visión global del mendocino y su equiparación con maestros de alta consideración. Escribe Aguilar: «Artesano personal y Autor maldito al unísono, Hugo Fregonese pertenece a esa singular raza de cineastas clásicos, extinta por completo tiempo ha, que, sin escribir en persona los guiones, por lo común, ni exhibir conciencia de estilo, de forma marcada, y realizando películas de género exentas de cualquier índole de altanería, brindaron una idiosincrasía artística específica y una perspectiva propia sobre la gente y la vida. Este atributo emparenta a Fregonese en buena ley con sus cineastas predilectos: Ford, Hawks, Wyler, Hitchcock, Griffith, Lang, Walsh... si bien reconoció una admiración especial por tres a quienes, por el contrario, nadie, ni en su día, discutió categoría de autores: Wells, está claro, Capra, de quien empero jamás acusó huella alguna en ningún nivel o aspecto, y, Hollywood aparte, de Sica».
Unas palabras que expresan con meridiana exactitud el apego y afecto que Carlos Aguilar ha desenterrado del cine de Hugo Fregonese, apuntando sus grandes logros y justificando su atención al ver en el argentino a un respetable hombre de cine que se adaptó en los ambientes en los que le tocó demostrar su arte, que labró una trayectoria indiscutible con un puñado de títulos muy sólidos y que en algunas películas llegó a pergeñar matería fílmica muy imaginativa adelatándose en recursos técnicos o narrativos a otros directores que emplearon soluciones parecidas a las suyas. Por ejemplo, el escritor madrileño, con su lupa a mano y afilada mirada , observa que en Apenas un delincuente (1948) “la idea esp
![]() Hugo Fregonese, cine por doquier trasciende la obra de consulta e inmersión en la figura de un cineasta para abrirse camino, con una autonomía y convicción muy persuasiva, en el camino creativo de un hombre de cine argentino que oculto en la enorme trastienda, sobre todo de Hollywood, poseía un destello narrativo/visual tan seductor que Carlos Aguilar no sólo ha encontrado sus claves sino que a la hora de expandirlas ha logrado un fuerte vínculo tan colosal que invita a sus lectores a terminar el libro y ponerse a la faena de visionar las películas de Hugo Fregonese. A mí me pasado. Desde el primer capítulo, los inicios del mendocino en su país natal, ya tienes ganas de efectur la lógica correspondencia texto/película. Es decir, lees sobre los avatares de una producción y su posterior formulación plasmada en la pantalla e, inmediantamente, y como un resorte, el pruritio y la impaciencia te conducen a la tarea de explorador: en busca del Fregonese perdido.•
José Manuel León Meliá
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