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Moby Dick
Moby Dick
     
    Director (es) : John Huston
    Año : 1956
    País (es) : USA
    Género : Aventuras
    Compañía productora : Moulin Pictures para Warner
    Productor (es) : John Huston
    Productor (es) ejecutivo (s) : Vaughan N. Dean
    Productor (es) asociado (s) : Lehman Katz
    Guionista (s) : Ray Bradbury, John Huston
    Guión basado en : La novela homónima de Herman Melville
    Fotografía : Oswald Morris en Technicolor
    Director (es) artistico (s) : Ralph Brinton
    Decorados : Stephen Drake, Geoffrey Drake
    Vestuario : Elizabeth Haffenden
    Maquillaje : Charles Parker
    Música : Philip Stainton
    Montaje : Russell Lloyd
    Sonido : John Mitchell, Len Shilton, Harold King
    Ayudante (s) de dirección : Jack Martin
    Duración : 116 mn
   
     
    Orson Welles
Gregory Peck
Richard Basehart
Leo Genn
Orson Welles
James Robertson Justice
Harry Andrews
Bernard Miles
Frederick Ledebur
Noel Purcell
Mervyn Johns
Joseph Tomelty
Francis De Wolff
Philip Stainton
Royal Dano
Seamus Kelly
Tamba Alleney
Tom Clegg
Edric Connor
   
   
    New Belford, 1841. Uno de los principales puertos balleneros de los Estados Unidos deviene el punto de partida de numerosas expediciones consagradas a la captura de cetáceos, para posteriormente extraer aceite, apto para la combustión de los candiles y como ingrediente alimenticio de primera necesidad. Esta es la percepción que tiene Starbuck sobre la utilidad de las ballenas, en contraste con la opinión de Ahab, un veterano marino de aspecto circunspecto y que muestra una ostensible cojera, producto de la implantación de una pierna artificial de marfil. Para el capitán Ahab la expedición que tiene previsto llevar a cabo, en compañía del propio Starbuck y de un buen número de valerosos marinos, comporta un riesgo ilimitado: la captura de una ballena blanca de gigantescas proporciones llamada «Moby Dick». En el caso de Ahab, su encuentro con este animal marino en alta mar tiene un componente místico, como si se tratara de una revelación divina, en la que la lucha entre el hombre y la naturaleza --representada en forma de ballena-- cobra su máxima expresión.
   
   
   

LA CAZA DE LA BALLENA BLANCA
 
Por Tomás Fernández Valentí
Rodada entre dos de sus películas más extrañas, la mediocre La burla del diablo (1953) y la excelente Sólo Dios lo sabe (1957), no me resulta difícil ver en Moby Dick (1956) uno de los mejores trabajos de John Huston, acaso el más perfecto junto con Dublineses (1987), su admirable adaptación del relato de James Joyce Los muertos. Las razones del enorme interés de Moby Dick van más allá de lo obvio, es decir, del hecho de que se trate de una versión de la-maravillosa-novela-de-Herman Melville, pues del mismo modo que, como se ha dicho en infinidad de ocasiones, el film de Huston no apura a fondo toda la riqueza del inmenso original literario, lo cierto es que tampoco lo pretende, pero a pesar de ello consigue a cambio llevar hasta sus últimas consecuencias una inteligente lectura del mismo, fruto de la magnífica labor de adaptación al cine llevada a cabo por el propio Huston junto con Ray Bradbury.
    Haciendo gala de una gran comprensión del libro de Melville, y siendo conscientes de que resultaba materialmente imposible condensar todo su complejísimo contenido en un largometraje de menos de dos horas de duración, Huston y Bradbury se concentraron principalmente en una de las más vistosas lecturas que ofrece la novela, procurando desarrollarla tan a fondo como les fuera posible partiendo, como digo, de las limitaciones (y convenciones) establecidas en torno a un largometraje de Hollywood de alto presupuesto. De este modo, sus esfuerzos se dirigieron a destacar lo que el libro de Melville tiene de simbólica interpretación de la lucha del Hombre contra Dios, de tal manera que Moby Dick, la gigantesca ballena blanca, vendría a ser una representación de la divinidad contra la cual se rebela a su vez un representante de esa humanidad reprimida bajo el yugo de lo divino, el capitán Ahab (Gregory Peck), con la finalidad de destruirla, o lo que es casi lo mismo: con la intención de liberar al Hombre de la tiranía de Dios. Un discurso, digamos, “blasfemo” que asimismo desarrollaría en parte el cineasta checo Milos Forman en su célebre —y discutida— Amadeus (1984), a partir de la obra de teatro homónima de Peter Shaffer.
No es casual en este sentido que, por ejemplo, el sermón que pronuncia el padre Mapple (Orson Welles) desde lo alto del púlpito de su iglesia en forma de proa de barco (sic) tenga como tema el temor de Dios, y que además desarrolle esa temática haciendo alusión a la famosa parábola bíblica de Jonás y la ballena: Melville propone —y Huston y Bradbury recogen con fidelidad y admirable capacidad de síntesis— que la lucha del capitán Ahab contra Moby Dick, la ballena que le mutiló, no es sino una representación de la lucha del Hombre contra Dios; que, como explica el padre Mapple en su sermón, obedecer los designios divinos supone para el hombre «desobedecerse a sí mismo», o dicho de otra manera, que para ser un buen cristiano hay que renunciar a los propios pensamientos y a la propia personalidad; y que, en ocasiones, cumplir los designios de Dios le provoca dolor y sufrimiento al Hombre, dado que este último no está llamado a comprender aquéllos. Por eso mismo, Ahab es el capitán de un barco ballenero que en el pasado fue gravemente herido por Moby Dick, la ballena blanca (o cachalote blanco), quien le arrancó la pierna izquierda (la cual reemplaza con una pieza hecha de mandíbula de ballena), y de la que se quiere vengar por haberle herido —en sus propias palabras— «en cuerpo y alma»: Ahab no acepta el incomprensible dolor que inflige Dios a sus criaturas, ese “temor de Dios”, y en consecuencia, se rebela contra el mismo. Mas lo relevante de esta apasionante interpretación del libro de Melville reside en la brillantísima manera como Huston y Bradbury suplieron plasmarla en el film, y sobre todo por parte del realizador, cómo supo expresarla en imágenes.
Desde este punto de vista, Moby Dick, versión Huston, es una apasionante digresión sobre la inmutabilidad de la religión que el cineasta visualiza admirablemente llenando el relato de excelentes apuntes en forma de sombríos augurios, tanto da que adopten los modos de la religión cristiana como de otros cultos “paganos”: puede ser tanto el siniestro mal agüero sobre cuál será el destino de Ahab y de su barco ballenero, el Pequod, que pronuncia un extraño personaje con un nombre de resonancias bíblicas, Elías (Royal Dano), ante Ismael (Richard Basehart) y su amigo Queequeg (Friedrich von Ledebur); como el que adopta la forma de la religión más ortodoxa: el sermón de padre Mapple, donde hallamos otro apunte premonitorio: el travelling que recorre las lápidas en la pared de la iglesia que recuerdan los nombres de los marineros muertos en el mar. Asimismo, y ya en el océano, el capitán Ahab implica a su tripulación en la búsqueda y captura de Moby Dick por medio de una especie de ritual pagano libado con ron, convirtiendo su arenga contra la ballena blanca es una especie de comunión blasfema contra Dios. Más adelante, Queequeg ve una premonición de su muerte inminente en los pequeños huesos que utiliza para ver el futuro, y le encarga al carpintero de a bordo que le construya un ataúd a su medida: el mismo que será la tabla de salvación de Ismael, único superviviente de la tragedia del Pequod, y que centra el bellísimo plano que cierra la película. Y, en medio de una violentísima tormenta, Ahab apaga con su mano el verde luminiscente del fuego de San Telmo que ilumina su arpón y cubre los palos mayores de su barco. Asimismo, todas las admirables escenas del acoso a la ballena blanca en alta mar están cargadas de detalles atmosféricos que contribuyen a reforzar el carácter metafórico del relato, tal es el caso de aquello que señala la proximidad de Moby Dick: ese olor a tierra que desprende, «como si hubiera una isla donde hoy hay isla alguna», o la bandada de gaviotas que siempre escolta al gigantesco cetáceo blanco, que parecen anticipar los extraordinarios “pájaros” de Alfred Hitchcock.  
Si todo esto ya bastaría para considerar a Moby Dick un film admirable, no es ni mucho menos el único mérito de una película que no dudaría en considerar una de las más bellas a la hora de mostrar la vida y el quehacer rutinarios de la marinería, junto con otras dos obras maestras por las cuales, lo confieso, tengo una especial debilidad: El demonio del mar (1949), de Henry Hathaway, y Master & Commander: Al otro lado del mundo (2003), de Peter Weir. Resulta obligado destacar en este sentido el gran trabajo conjunto llevado a cabo por Huston con ese gran director de fotografía que fue Oswald Morris (los no menos notables Freddie Francis y Arthur Ibbetson se ocuparon, respectivamente, de la fotografía de la segunda unidad y de la operación de cámara), confiriéndole al film una pátina de colores como de postal antigua, la cual, combinada con la planificación enfática de un Huston más inspirado que nunca da pie a momentos de una formidable plasticidad. Tal es el caso de la extraordinaria secuencia de la partida del Pequod, con ese conmovedor contrapunto de los rostros de las mujeres llenos de tristeza por la marcha durante tres años, y quizá para nunca volver, de esposos e hijos; o de las escenas del Pequod en un mar en calma chicha, en las cuales Huston contrapone los planos del disco solar, adormeciendo perezosamente a los marineros, con esa onza de oro español ofrecida por Ahab como recompensa a quien aviste primero a Moby Dick y que, clavada en el mástil, se convierte a la luz del sol en otro pequeño y brillante “disco solar” que “abrasa” a los hombres del Pequod bajo el calor bochornoso de la obsesión de su capitán.
Otro aspecto que el Moby Dick de Huston retoma del Moby Dick de Melville reside en su inteligente digresión sobre el punto de vista. Al principio del film, y con gran fidelidad al original literario, vemos a Ismael recorriendo una serie de hermosos paisajes rurales camino del mar, al cual llega siguiendo el cauce de arroyos y ríos que acaban desembocando en el océano. Es entonces cuando el protagonista pronuncia la famosa primera frase de la novela de Melville: «Llamadme Ismael». Una frase, cuya popularidad dentro de la literatura norteamericana sería equivalente al «Ser o no ser» dentro de la británica o al «En un lugar de La Mancha…» de la española, y que además introduce en la película una pauta narrativa, en virtud de la cual se nos advierte desde el principio que vamos a asistir a un relato narrado desde el punto de vista subjetivo de un personaje, Ismael, cuya narración over acompaña numerosos momentos de la función (Moby Dick es uno de los films en los que la voz en off está mejor dosificada). Llama la atención el cuidado que Huston y Bradbury pusieron a la hora de convertir la obsesión de Ahab es una postura vital, que no vitalista (Moby Dick es, como en Melville, la crónica de un proceso de autodestrucción), algo que queda perfectamente reflejado en la magnífica secuencia del encuentro de Ahab con Boomer (James Robertson Justice), el capitán de otro ballenero que asimismo fue mutilado por Moby Dick: Boomer perdió la mano izquierda, que ahora substituye por la punta de un arpón (ideal, dice, “para abrir barriles de ron”), y que al contrario que Ahab no guarda ningún rencor hacia el cetáceo que le hirió; de lo cual se deduce que el odio de Ahab hacia Moby Dick no solo tiene mucho de rebelión contra Dios, tal y como hemos explicado, sino también de afrenta personal: Ahab siempre se refiere a la herida que la ballena le infligió en cuerpo y alma como “un insulto”. Tampoco faltan apuntes que permiten deducir, como en la novela, que Ahab contagia su obsesión por Moby Dick a su tripulación, desatando así una especie de histeria colectiva en virtud de la cual los miembros del Pequod acaban viendo aquello que Ahab quieren que vea, incluso una gigantesca ballena blanca que quizá no existe sino en la enfebrecida imaginación de Ahab y todos los balleneros; resulta asimismo significativo de ese proceso de alienación al cual Ahab somete a sus hombres el hecho de que incluso el más racional de todos ellos, el segundo de a bordo Starbuck (Leo Genn), acabe al final contagiado de esa misma histeria y conduzca a los marineros a su cargo a morir aplastados por la misma ballena blanca que ha acabado con la vida de Ahab.•  
   
     
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Editorial: Akal.
Autor: Herman Melville.
Fecha de publicación: 2007.
944 pp. Cartoné. 15,0 x 22,0 cm.
Editorial: Sexto Piso. 
Autor: Denis Deprez y Jean Rouaud.
Fecha de publicación: julio de 2010
112 pp. 17,0 x 24,0 cm. Tapa dura.

COMENTARIO (Por Ricard Fernández Valentí): Los clásicos de la literatura nunca pasan de moda, y ello lo demuestra la renovación que de ellos se hace adaptándolos a los tiempos en que vivimos con el fin de ser asimilados por los gustos actuales, tan cambiantes y a menudo tan difíciles. Dichas adaptaciones no hacen referencia por supuesto a una modificación de los textos originales, sino a las derivaciones que de estos se han hecho y que han servido para difundir nuestros inmortales clásicos. Los dos principales ámbitos han sido el cine y el cómic.
    Pero esta vez nos vamos a centrar en el segundo, porque procedente de Francia y de la mano de Jean Rouaud (adaptación) y Denis Deprez (dibujos) nos ha llegado una interesante versión en cómic del clásico de Herman Melville con un moderno estilo muy alejado del practicado (brillantemente) en la colección de las entrañables Joyas Literarias Juveniles.
    El resultado es un trabajo que resume una larga y compleja novela a tan sólo ciento doce páginas ilustradas, con imágenes muy explicativas y pocos diálogos, solo los fundamentales para comprender el argumento principal y fundamental que todo el mundo debe conocer.
 
Novela compleja y profunda
 
    Nos encontramos con Moby Dick ante un gran caballo de batalla, un clásico magistral de referencia mundial en el mundo de la literatura que va mucho más allá de una obra de aventuras. Se trata en realidad de una novela para adultos de gran complejidad que se presta a infinidad de interpretaciones. Es por ello que desde hace más de cien años es objeto de estudio y análisis por parte de diversos literatos e intelectuales. Herman Melville usa un lenguaje ágil y entendedor a pesar de la inevitable inclusión de vocabulario marítimo y del mundo de la pesca. El componente religioso es constante desde el principio hasta el final y estamos ante la historia de unos hombres que deseosos de jugar a ser dioses desafían e intentan vencer a las fuerzas divinas materializadas en la naturaleza marina. El punto de vista de cada personaje sugiere constantemente que se trata de una visión subjetiva del mar (a menudo descrito como si se tratara del más allá) y de la ballena blanca (el leviatán que simboliza un enviado de Dios cuya misión es castigar a quienes desafían el poder divino), pues en ningún momento queda claro si las descripciones responden a algo real y objetivo o bien a lo que ellos ven y sienten. Realidad y fantasía suelen confundirse.
    Además del componente religioso en que se establece insistentemente una comparativa con la historia de Jonás tragado por la ballena, muchos capítulos son una excelente descripción del mundo de la pesca ballenera, un tratado sobre las especies de ballenas y acerca de todo aquello que se puede obtener de cada una de estas magníficas criaturas. En boca del personaje de Ismael, constituye una parte de la novela muy didáctica que debido a su complejidad y profundidad con que se tratan, nunca han sido llevadas a la pantalla cinematográfica, ni siquiera en la excelente película que dirigió John Huston en 1956, y mucho menos al cómic.
 
Un cómic «fiel» al original
 
   El cómic basado en la obra de Herman Melville es muy digno y especialmente recomendable para quienes quieran conocer una versión resumida pero a la vez fiel a la novela tanto en lo referente a situaciones como en diálogos que respetan el texto original. La síntesis llevada a cabo por Jean Rouaud se centra especialmente en todas aquellas partes de la novela cuyo desarrollo de la acción es más dinámico, y excluye por su difícil adaptación aquellos capítulos relativos a tratados del arte de la pesca de la ballena y aquellos donde los personajes se dedican a hacer deliberaciones filosóficas y religiosas. No por ello son capítulos menos o poco importantes porque en realidad constituyen un importante pilar donde se asienta buena parte del sentido real de la novela. Sin embargo, en dicha adaptación se recoge una porción de este espíritu cuyo reflejo se plasmará en la ambientación gráfica.
La parte ilustrada llevada a cabo por Denis Reprez la componen un conjunto de acuarelas de trazo sencillo, sin grandes detalles paisajísticos que quedan relegados a un plano secundario, pero el resultado en su conjunto es igualmente bien logrado y con fuerza expresiva. En las imágenes predomina la oscuridad, y la ambientación constante de misterio se consigue mediante el uso generalizado de colores cálidos en toda la parte previa al zarpado en el Pecquod y colores fríos en el largo viaje sin retorno a la caza de la ballena blanca. El hecho de no recrearse gráficamente en exceso de detalles y generar confusión visual responde al deseo de respetar la sensación de misterio y ambigüedad ante un mar desconocido en forma de nueva dimensión. Un estilo expresionista donde el valor y la fuerza no reside en los detalles sino en el global de cada viñeta.
    En definitiva, una versión en cómic con un diseño tanto en la forma como en el contenido puesto al día especialmente recomendable para quienes deseen conocer el argumento básico de la novela de Herman Melville, y también para quienes deseen aventurarse a la lectura de esta magnífica y fascinante novela disponiendo antes de una base argumental previa que encontrarán en esta interesante adaptación gráfica.•
   
       
   

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