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ANATOMÍA DE UNA COMUNIDAD RURAL

Por Àlex Aguilera

Avispado conductor de historias sórdidas e intimistas (El estrangulador de Boston, El estrangulador de Rillington Place, La muchacha del trapecio rojo) de apariencia tranquila, Richard Fleischer invocó a su precisión milimétrica en la narración para desarrollar un Hold-Up atípico a mediados los años cincuenta: Sábado trágico. Un título que había permanecido durante varios lustros fuera del circuito de arte y ensayo y comercial, inclusive en cuanto a los pases televisivos se refiere (execrable fue su emisión en una cadena privada en los noventa) y que tanto la Filmoteca de nuestro país consagrando un homenaje en 2007 y la productora/distribuidora Fox repescándola de su catálogo para esta edición en DVD, han puesto en su sitio a esta perfeccionista obra del cine norteamericano.

Según un guión de Sidney Boehm adaptado de la novela homónima de William L. Heath, Fleischer, aún bajo paraguas de la Fox, dibujó con su precisión habitual un

singular microcosmos de una pequeña población de Arizona elegida al azar, cuyos habitantes viven situaciones variopintas y en algunos casos, delicadas. A modo de las Vidas cruzadas (1993), de Robert Altman, Sábado trágico accede a la categoría de relato coral donde cada uno de los personajes presentados tendrá una importancia real en el devenir de la historia, convergiendo en la parte final del mismo —el robo— con un ensamblaje modélico. Así pues, se recogen las pautas de comportamiento dentro de una sociedad aparentemente estable de un padre incomprendido por su hijo; una bibliotecaria que comete un hurto para poder saldar unas deudas contraídas con el banco; un director de la oficina bancaria obsesionado con una joven enfermera; un arribista hombre de negocios alcoholizado que pretende recuperar a su mujer. Todo ello, visto a través de los pasos marcados por unos ladrones de bancos que se hacen pasar por representantes de joyería.

Realizada en Cinemascope y en technicolor, algo muy del gusto de Fleischer, el film se abre con la explosión en una cantera, un hecho que nos sobre avisa del impacto que está al llegar, presentándonos acto seguido la apacible ciudad que va a verse trastocada. La llegada del tren fotografiada por el operador Charles G. Clarke —repescado en Duelo en el barro (1958)— no hará más que confirmar el gusto por el encuadre de Fleischer, incidiendo de paso en la presentación en el interior del mismo de un grupo de Amish, encabezados por Stadt (Ernest Borgnine). La posterior visita a la biblioteca pública del pueblo, el travelling por las afueras del colegio donde estudia el hijo de Shelley Martin (un convincente Victor Mature), el recorrido por el campo de golf… describen una alta sociedad, acentuada por la presencia de la Srta. Fairchild y de su amante, dentro de una

población que pronto verá invertido el rol de sus habitantes. Fleischer reduce por todo ello el plan del robo de los tres supuestos joyeros, centrándose más en la visita a la granja Amish por parte del cerebro de la operación (un Lee Marvin asmático, en sus inicios estelares como actor de reparto); en el director de banco voyeur o en la empleada cleptómana. Por todos estos aspectos, coincidimos con el director en que se trata de un melodrama con historias paralelas, con un atraco como mero pretexto para diseccionar una pequeña parte de una sociedad. Especialmente inspirado estuvo Fleischer en relativizar la bandera de la no violencia en la comunidad Amish, cuando su jefe de filas decide abandonar este precepto en pos de salvar una vida humana y a sus propios miembros. «Que Dios misericordioso me perdone», implora el Amish al acabar con la vida de uno de los delincuentes. Curiosamente, Ernest Borgnine, ya en su declive profesional, retomaría un rol análogo en Bendición mortal (1981), dirigida por Wes Craven.•