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Alejandro el Magno Alexander the Great |
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Director (es) : Robert Rossen | ||||||||||||
Año : 1956 | ||||||||||||
País (es) : USA | ||||||||||||
Género : Histórico-Drama | ||||||||||||
Compañía productora : Robert Rossen Production para United Artists | ||||||||||||
Productor (es) : Robert Rossen | ||||||||||||
Compañía distribuidora : CB Films | ||||||||||||
Guionista (s) : Robert Rossen | ||||||||||||
Fotografía : Robert Krasker en Technicolor y CinemaScope | ||||||||||||
Director (es) artistico (s) : André Andrejeff | ||||||||||||
Vestuario : David Ffolkes | ||||||||||||
Maquillaje : David Aylott | ||||||||||||
Música : Mario Mascimbene | ||||||||||||
Montaje : Ralph Kemplen | ||||||||||||
Montaje de sonido : Gerry Hambling, Stan Hawkes | ||||||||||||
Efectos especiales : Cliff Richardson | ||||||||||||
Ayudante (s) de dirección : Bernard Vorhaus | ||||||||||||
Duración : 141 mn | ||||||||||||
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Richard Burton
Fredric March Claire Bloom Dannielle Darrieux Harry Andrews Marisa de Leza Stanley Baker Michael Hordern Peter Cushing Barry Jones Robert Rossen |
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Grecia, 356 A. C. Filippo, convertido en uno de los guerreros más respetados de Macedonia, recibe la noticia de que acaba de ser padre. Para mayor orgullo, Filippo se congratula de que su primogénito sea un varón, al que de mutuo acuerdo con su esposa Olimpia, lo bautiza con el nombre de Alejandro. Pero ninguno de los progenitores podría imaginar que Alejandro se convertiría apenas cumplida la mayoría de edad en un guerrero capaz de liderar la conquista de varias naciones situadas en el norte de África, Asia y el sur de Europa. A petición de su padre Filippo, Alejandro inicia su escalada de poder gobernando la ciudad de Phelas. Debido a que su principal objetivo es conquistar el mayor número de territorios posibles y derrotar al ejército persa, Alejandro evita comprometerse con Barsinia, la joven que ilusiona a Filippo para que se case con su hijo mientras el ya veterano guerrero mantiene una relación sentimental fuera de su matrimonio tras librar una importante batalla en Queronea. Para llevar a cabo esta relación, Olimpia se ve forzada a renunciar a su condición de reina, circunstancia que enfrenta inevitablemente a Alejandro con su hasta entonces admirado progenitor. | ||||||||||||
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EL PODER DE LA CONQUISTA Por Ignasi Juliachs
![]() La realización de péplums y kolossales, con honrosas excepciones, era habitual que dejara a sus responsables en la cuerda floja. Había algo en la concepción general de los mismos, en sus clichés establecidos, en la propia exigencia de un género que en los 50 y 60, con todo y la renovación, todavía era muy deudor de unos parámetros fijados desde el origen del cine, nacido precisamente con estas temáticas “protobíblicoespectaculares”, que lindaba con el ridículo. Naturalmente, no contribuía a mejorar la situación el código Hays, una moralina cristiana aún cargante, ciertos criterios de puesta en escena y vestuario harto cuestionables para esos tiempos históricos, y la suposición algo prepotente de que, al ser un género popular y considerarlo aleccionador e, implícitamente, adoctrinante, había que tratar al público suponiéndole ingenuidad, poco espíritu crítico, y hasta ignorancia supina. Objetable llega a ser el mismísimo William Wyler y su inmenso Ben Hur, pues como todos sabemos, pese a secuencias memorables, y una puesta en escena verdaderamente dantesca y espectacular, arrastraba una carga de partida: el novelón de Lee Wallace, alguien curiosamente no particularmente creyente. Todo un Robert Aldrich, nada sospechoso de ser un conformista, erró con su Sodoma y Gomorra, en la que, pese a un enfoque más neutro, casi más centrado en las condiciones laborales en la mina de sal, le resulta imposible eludir determinados elementos bíblicos inyectados en moralina, sin omitir una puesta en escena grandilocuente de cartón-piedra vergonzante. Pocos péplums y/o kolossales alcanzan el nivel maduro y la solidez en todos los aspectos de Espartaco (1960), de Stanley Kubrick, donde lo religioso queda muy en último lugar, y la puesta en escena, para la época, responde a criterios históricos próximos al realismo, en lugar de los almidonados, idealizados, inexactos y asép
![]() Efectivamente, diríase que Rossen se siente en la obligación de exponer, en cierto modo, todo cuanto ha recogido de las fuentes clásicas, lo que claramente le embarga en un discurso que con frecuencia se hace confuso. También es verdad que el film había de durar más de tres horas, y que los productores y distribuidores, Arthur Krim –defensor de izquierdosos- de United Artist a la cabeza, le obligaron a reducir metraje hasta las dos horas y once minutos. Rossen tuvo libertad plena en
![]() El director echa a faltar en la versión final mayor contexto de esa caza del rey persa, y otros elementos de psicología, de relaciones personales y políticas, además de ciertos diálogos, imágenes cargadas de significado, partes de escenas y secuencias enteras, que se sacrificaron. Al parecer, Richard Burton aceptó el papel precisamente tras leer un guión que finalmente no fue.
Sea como sea, Rossen no alcanza a salirse del todo airoso del sinnúmero de aspectos, tanto personales, como históricos, que connotan el relato que tiene entre manos. Acaba por tenerse la sensación de asistir a una serie de escenas estancas que recogen con demasiada verbosidad explicativa todo aquello que se supone se debe decir en un examen sobre el mundo heleno. Un par de aspectos quedan claros en el metraje: la paradoja de que cuanto más rechaza el hijo al padre y sus errores, más se parece al padre y comete los mismos errores: e
![]() La cinta se divide claramente en dos partes. La primera, quizá desproporcionada, teniendo en cuenta el metraje final, se centra casi en exclusiva en los conflictos y conspiraciones familiares. Olimpia ve con mal ojo que Filipo decida tomar nueva esposa que alumbra vástago igualmente aspirante al trono, pues el recién nacido obstaculiza que su hijo ascienda al trono y ella pueda mandar a través de él; sin embargo es inverosímil que Filipo no manifieste sospecha respecto a si es o no padre de Alejandro máxime cuando su madre se pasa el día aseverando que el padre es Zeus. A la vez, en este primera parte también se atiende la unificación de Grecia a la que es fervientemente contraria Atenas, que tardará en doblar la rodilla y a la que se sospecha detrás de otras conspiraciones.
La segunda parte, forzosamente mermada, atiende la conquista de Persia y la caída de Darío III, quien tras huir de la célebre Batalla de Gaugamela, resulta asesinado por sus propios generales, allanando el paso de Alejandro hacia Oriente. También se atiende la expansión del joven basileos hasta la India, aunque se pasa de puntillas por tal proeza así como por el demoledor retorno a Babilonia, al punto que no se vislumbra escenario explícito ni las gentes propias de tales latitudes. La secuencia final resulta del todo insatisfactoria, con la boda de la hija de Darío III, bautizada Roxana, con el macedonio, tras lo cual, como símbolo de la gran unión de razas y culturas, Grecia y Persia, pasan a formar igualmente matrimonios mixtos varias decenas de griegos y persas, en un travelling y con un mensaje que mueve a risa. Acto seguido, Alejandro se muere en ese mismo escenario, un tanto
![]() Diríase que Rossen no está en su elemento, pese a que la cinta no deja de ser una reflexión en torno al poder, las traiciones de familiares y amigos y, en definitiva, la inevitable soledad consecuente; como Elia Kazan, diríase que se justifica al quedar marcado como delator de compañeros comunistas en la Caza de Brujas. No hay rigor histórico. La Batalla de Gaugamela, que Oliver Stone recoge en su versión con mayor acierto aunque igualmente objetable, no responde en modo alguno a lo que fue en lo que atañe a tácticas.
No nos extenderemos en el uso de calles y edificios maltrechos de pueblos de la España profunda del momento haciendo las veces de localidades griegas ¡del siglo IV antes de Cristo!, ni del descarado uso de castillos medievales castellanos haciendo las veces de fortalezas y almenas de las mismas. Da qué pensar que al inicio del film se agradezca a las distintas poblaciones de España, amén del ejército por proveer la masa soldadesca, su contribución al rodaje. Cuando vemos a Alejandro avanzar por las calles de Pella o de cualquier otra ciudad, y se adivinan construcciones de piedra toscas y calzadas abruptas, llenas de rocas, sin empedrado alguno, podemos darnos cuenta del estado empobrecido de la España de los 50. Entonces, el agradecimiento se nos antoja malévolo, con independencia del anacronismo del film, que abunda en el poco rigor histórico en lo concerniente a la reconstrucción de época, donde sus escenarios claramente no encajan con la Grecia del momento.
Lo referido a edificaciones alcanza el cénit cuando se recrean arquitecturas griegas. Ya no se trata de que el film persista en que las construcciones griegas se hacían permanentemente en mármol blanco (sabido es que arquitrabes, frisos y columnas, con sus capiteles, se pintaban con colores llamativos de arriba abajo), sino de denunciar toda falta de atención al verismo. Se percibe perfectamente que se trata de estructuras de cartón-piedra prestas a derrumbarse con cualquier soplo mediano. Tampoco los interiores macedonios resultan convincentes, más próximos, en su estrafalaria mezcla, a las pesadas y aún toscas estructuras minoicas. Pero lo más escandaloso es la presencia de esculturas (animales y figuras
![]() Capítulo aparte es el vestuario. No ahondaremos, aunque merecería reflexión, en que los atenienses se paseen en toga todo el santo día. Pero donde se alcanzan cotas de ridículo extremo es en lo que atañe al ejército persa: esas prendas de rojo o amarillo saturado, adornadas con topos floreados, desde el gorro frigio hasta los pies, clamaban al cielo ya en la época. Sin duda preside un criterio facilón que se confunde con la vistosidad y la espectacularidad propios del “Kolossal” de los años 50, en cinemascope y technicolor, pero que sacrifica toda verosimilitud y tino. Hay secuencias en que el vestuario alcanza a tener el aroma propio del Renacimiento tan “impropio” cuando se aplicaba a los filmes artúricos. Cabría aquí poner el acento sobre un aspecto concreto del uso del color en los ropajes chez Rossen. Varios personajes usan prendas del mismo color durante todo el metraje, por ejemplo el Memnón de Peter Cushing siempre luce un verde intenso. Puede que sea un recurso ingenuo, que trata al público de ignorante, pero lo cierto es que tal proceder contribuye a fijar determinados personajes secundarios que son muchos y algunos trascendentales. Claro que ello abre otro extremo, esto es la incapacidad de Rossen, a la luz de lo visible, para articular un relato diáfano y equilibrado donde los personajes queden fijados.
A esto, cabe añadir que los actores, excelentes en su mayor parte: Richard Burton, Claire Bloom, Fredric March, Danielle Darrieux, Barry Jones, Stanley Baker, Peter Cushing, Michael Hordern…, llevados de un criterio que cabe suponer trasciende los del propio Rossen, y se encasillan en lo que debía ser un péplum kolossal en los 50, declaman antes que hacen naturales los diálogos. El resultado es de una teatralidad hoy en día no aceptada, dado el poco valor que se da a la trascendencia trasnochada, que limita el savoir faire de los thespians,y que acaso mueva a sonrisa malévola entre el público actual, dada, además, una grandilocuencia que en inglés ya tiene un aroma anticuado, pero que en castellano adopta un tono cervantino del todo hilarante.
Es curioso constatar que Hollywood, a aquellas alturas ya muy maduro en otros géneros, comedias y dramas, seguía siendo muy rígido al abordar la historia europea, particularmente la de la Edad Antigua, que naturalmente planteaba, y plantea, problemas de todo tipo, al desconocer apropiadamente muchos pormenores referidos al comportamiento, la vida doméstica, la vida de las castas gobernantes, y otros referidos a vestuario y arquitectura e interiorismo.
Si el film de Rossen no se atreve siquiera a insinuar que Filipo sospeche si es el auténtico padre de Alejandro, menos todavía hace el menor subrayado acerca de la probable bisexualidad del héroe. Es cierto que la en ocasiones irrisoria imagen que Burton ofrece, con túnicas cortas de blanco y dorado, o con una armadura blanca más propia de tiempos romanos que helénicos, más ese peinado con ricitos también dorados, puede sugerir al espectador atento ciertas inclinaciones, pero será Oliver Stone en su Alexander quien explicite en 2004 tal cuestión, aunque pase de puntillas, con un par de abrazos efusivos a su compañero desde la infancia y general de armas, Hefestión, una de las veces ante Roxana, que aquí no es la hija de Darío sino una bárbara con la que se casa, y determinadas miradas furtivas a un esclavo de Darío, Bagoas.
Alejandro el Magno, quizá también por la época y los condicionantes, no puede constar entre lo más logrado de Rossen, con todo y ser evidente su esfuerzo por hacer un film digno y espectacular, en su etapa europea. Resonaba aún su triste papel ante el MacCarthismo y el film quería significar su “come back” por la puerta grande. No tuvo suerte.
Oliver Stone, por comparación
Curiosamente, pese a tratarse de un film enteramente distinto, el Alexander de Stone participa de unos cuantos extremos objetables ya encontrados en el film de Rossen. Diríase que la figura de Alejandro fascina a muchos pero hasta ahora nadie parece haber ofrecido un relato equilibrado que abarque todo y no se pierda ni mezcle nombres, batallas, y linealidad de los hechos. Efectivamente, Stone tampoco logra un relato diáfano, aunque cabe admitir que no hemos visto ninguna de la reediciones que el director ha efectuado para DVD y Blue-Ray, en las que parece haber alterado grandemente el discurso, quitado y añadido secuencias y, en definitiva, haber logrado remontar el producto en beneficio de lo que atañe a la claridad del relato.
Efectivamente, existen tres montajes más, además del conocido por todos: Un Director’s Cut de 2005, un Final Cut de 2007, y un Ultimate Cut de 2013. Los 175 minutos de 2004 fueron reducidos a 167 en 2005. Se eliminaron 25 minutos, y se añadieron 17 de secuencias y escenas eliminadas.Obsesionado con la materia, el Final Cut de 2007vio añadidos de nuevo los 25 minutos eliminados, a los que se añadieron 40 minutos más inéditos. La nueva versión sumaba 214 minutos.En 2013, a punto de celebrarse el décimo aniversario de la película, Stone atacó los 214 minutos dejando el metraje en 207 minutos, que asevera serán los definitivos. Se asegura que esta versión, aunque aún lejos de la perfección, mejora substancialmente el producto. Retira el papel excesivo del viejo Ptolomeo (fundador de la dinastía egipcia de los Ptolomeos), compañero de armas en las campañas del basileos, quien como recurso que convertía todo el relato en un flash back, redacta sus memorias desde Alejandría, 40 años después del óbito del macedonio, lo que entorpece en ocasiones el relato. Asimismo, el metraje añadido permite entender y centrar mejor a todos los personajes principales, que en la versión inicial se apelotonan, dado que se pasa rápidamente a las campañas sin los intervalos necesarios para asentar la información. La secuencia en que se asesina a Filipo, al parecer, se adelanta substancialmente en el metraje, con un concepto más lineal, dado que en la versión original parece un pedazo insertado demasiado tarde para ayudar a entender las complejidades de Alejandro, y rompe la continuidad del momento.
En lo concerniente a la bisexualidad del macedonio, superando los probables miedos, la cinta deviene mucho más explícita. Cuando el estreno, muchos griegos se sintieron ofendidos por insinuar tal particularidad, amen de ligas de decencia y otras entidades ancladas en el pasado.
Con todo, tanto la cinta de Rossen como la de Stone, basada en gran medida en el libro Alexander the Great, escrito en 1970 por Robin Lane Fox, profesor en Oxford, adolece de notorias libertades para con la historia, y es fácil percibir que recogen los mismos diálogos, frases hechas y principales hechos que se vienen repitiendo desde que los autores clásicos Arriano, Diodoro de Sicilia, Curtio Rufo, y Plutarco, casi únicos biógrafos de Alejandro en la Antigüedad, los pusieron en circulación. Mayor anchura de miras hubiera sido deseable, cuando menos en Stone. Por poner un ejemplo, la célebre Batalla de Gaugamela (que con todo y ser más precisa que la de Rossen, tampoco ayuda demasiado a comprender las intenciones estratégicas del macedonio), no fue tan determinante como se pretende en la conquista de Persia. Las Batallas de Granicus e Issus fueron igualmente importantes, pues la conquista de Persia fue una suma de aún más batallas, escaramuzas y esfuerzos. La célebre Batalla de Hidaspes, en la India, aquélla en la que Bucéfalo, su caballo, se enfrenta rampante a un elefante, no fue una derrota macedonia; tampoco fue herido de flecha (lo fue en otra posterior en el Punjab), ni determinó el regreso tan largamente demandado por sus generales tras ocho años de combates. Por no celebrarse, no se celebró en un bosque, sino en una llanura, no a pleno sol, sino de noche, bajo una tormenta demoledora. Falta, como en Rossen, la ocupación del Asia Menor, Siria y Egipto, al principio de su empresa, y muchas otras cosas importantes en los diez años de expansión, la cual, aunque Rossen también lo apunta, en determinado momento se evidencia absurda y sin motivos convincentes para los generales, que tampoco ven bien el trato igualitario y ecuánime que Alejandro ofrece a los vencidos en detrimento de las prerrogativas que esperan para ellos.
Un detalle: Se muestra a los persas como una bandada de soldados que avanzan sin orden ni estrategia, en contraste con lo bien dispuesto de la soldadesca griega, lo que no cuesta demasiado advertir que es del todo inexacto dado el poder del Imperio persa del momento.
Es cierto que Stone logra una puesta en escena deslumbrante (la recreación de Babilonia es extraordinaria), con ayuda del CGI y de cuanto era posible virtualmente. Interiores y vestuario son altamente admitibles. Hay un uso de la cámara casi en permanente movimiento (lo que dinamiza la puesta en escena y el sentido de progreso visual), y se juega con acertada libertad y aplicación de los inexistentes primeros planos en la producción de los cincuenta. Aunque este extremo no nos parece precisamente una carencia del Kolossal, pues el primer plano tampoco era necesario dado que el producto se pensaba para las emergentes enormes pantallas y en absoluto para televisión, a la que se combatía.
Se discute sobre lo adecuado de Collin Farrell para encarnar al basileos, pero no nos parece tan mala elección, amén de un teñido del cabello evidente. Se propuso a Leonardo DiCaprio para el papel, cuando el proyecto iba a dirigirlo Bazz Luhrmann. Por una vez, incluso Angelina Jolie está pasable, logrando una Olimpia más oscura y artera que la que ofrece Danielle Darrieux, aunque quizá sea criticable que madre e hijo sean de la misma generación (sólo hay un año de diferencia entre ambos actores). Con todo, en ambos filmes parece igualmente objetable el pobre tratamiento de personajes. Lo cierto es que acaban deviniendo esquemáticos.
No cabe duda, como decimos, de que habrá que consultar las nuevas versiones de un Stone que ha demostrado haberse tomado el proyecto en serio.•
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ALEXANDER THE GREAT (1956) Mario Nascimbene DRG Records DRG32964, 1996. Incluye la banda sonora de Barrabás (1962). Duración total: 49:00.
(1) Musico, malgre moi: Autobiografía de un músico de cine, de Mario Nascimbene. Fundación Municipal de Cine. Mostra de Valencia. Valencia, 1993. (2) Op. Cit. número 1. |
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