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The Night They Raided Minsky's
(Titulo original)
   
    Director (es) : William Friedkin
    Año : 1969
    País (es) : USA
    Género : Comedia
    Compañía productora : Tandem Productions para United Artists
    Productor (es) : Norman Lear
    Productor (es) asociado (s) : George Justin
    Guionista (s) : Arnold Schulman, Sidney Michaels, Norman Lear
    Guión basado en : el libro homónimo de Rowland Barber
    Fotografía : Andrew Laszlo en Color DeLuxe
    Diseño de producción : William Eckart, Jean Eckart
    Director (es) artistico (s) : John Robert Lloyd
    Decorados : John Godfrey
    Vestuario : Anna Hill Johnstone
    Maquillaje : Irving Buchman
    Música : Charles Strouse
    Montaje : Ralph Rosenblum
    Montaje de sonido : Jack Fitzstephens
    Sonido : Richard Vorisek
    Ayudante (s) de dirección : Burtt Harris
    Duración : 100 mn
   
     
    Jason Robards Jr.
Britt Ekland
Forrest Meredith Tucker
Harry Andrews
Elliott Gould
Jack Burns
Denholm Elliott
Joseph Wiseman
Bert Lahr
Dexter Maitland
Gloria Le Roy
Eddie Lawrence
   
   
    Decidido a que las puertas del teatro que dirige no se cierren definitivamente, Billy Minsky trata de persuadir a su progenitor Louis, el propietario del National Winter Garden Theater, para que haga frente a los miembros de la Sociedad de Vance Fowle. La sociedad fundada por Fowler está dispuesta a erradicar el vicio de los teatros. La llegada de una joven perteneciente a la comunidad Amish, Rachel Schpitendavel, que quiere convertirse en una bailarina y cantante de primer nivel, servirá para que Billy urda una estrategia, ya que tiene previsto organizar un montaje escénico de cariz provocativo centrado en la figura de la heroína francesa Mademoiselle Fifí. Sin embargo, en vísperas de celebrarse el espectáculo, el padre de Rachel, Jacob, hace acto de presencia en el local, complicando el plan diseñado por el inquieto Billy Minsky.
   
   
   

ARRIBA EL TELÓN
 
Por Víctor Manuel Rivero
La comedia no es un territorio excesivamente frecuentado en la filmografía de William Friedkin, a pesar de haber debutado en el largometraje de ficción con Good Times (1967), una acumulación de parodias cinéfilas al servicio de la pareja musical formada por Sonny Bono & Cher —quienes trataban en vano de adaptarse a los cambiantes gustos de finales de los sesenta, que estaban dejando anticuado su estilo melódico y por ende su popularidad—. La comedia no es la especialidad del cineasta chicagüense, al menos no en su formato más puro, puesto que sí aparece entreverada con otros géneros en casos como su última película estrenada, Killer Joe (2011), rica en humor negro. De ahí lo insólito que resulta La noche del escándalo Minsky's en el corpus de Friedkin, porque además, a través de una anécdota auténtica ocurrida el 20 de abril 1925 —la detención en el Winter Garden Theatre neoyorkino de una bailarina, hija de fervientes cuáquero y católica aunque conocida bajo el afrancesado seudónimo de Mademoiselle Fifi, por quedar desnuda de cintura para arriba en su número erótico—, esta película rinde homenaje al burlesque y a la perspectiva ridiculizante y festiva desde la que este subgénero del teatro de variedades retrata y se apropia de la vida, eviscerando y purgando al mismo tiempo sus defectos más evidentes.
   De hecho, La noche del escándalo Minsky's parece por momentos una filmación de los mejores momentos de la función que se celebra en el epónimo teatro Minsky —uno de los referentes reales del burlesque en Broadway en aquel comienzo de siglo XX—, limitándose a apostar la cámara en la platea y a contemplar el espectáculo, tan solo girándose de vez en cuando para observar las reacciones del público a las bromas y las picardías que se representan en el escenario —en este sentido, la acción se ambienta esencialmente dentro de este recinto o, como mucho, en sus inmediaciones—. A veces, esta fidelidad al show burlesco afecta al ritmo narrativo de la cinta debido a que no todas las piezas aguantan en pie el paso del tiempo. Antes, los títulos de crédito de la obra ya se habían plegado a la 'joie de vivre' encerrada en la sala del teatro, recuperación cálida de un pedazo de la memoria histórica de la ciudad norteamericana, cubierta tan solo del velo amable de los años que, acompañado de la dulce música, más que tapar acaricia y sugiere el recuerdo de aventuras inolvidables, risas revitalizadoras y reconfortantes contrapuntos de sensualidad. Un artefacto para la felicidad de la concurrencia, en resumen, tan solo interrumpido abruptamente por la irrupción de la policía, que trae consigo fotogramas agitados, cortes de montaje agresivos y deslumbrantes cromatismos.
   De este modo, tratando de convertir en realidad actual los recuerdos del pasado —los documentos de época que se intercalan o colorean para asimilarlos a las imágenes rodadas en el presente—, La noche del escándalo Minsky's parece que pretende prolongar en su narración estos efectos benéficos del burlesque, si bien su argumento terminará por reconstruir un escenario que no es en absoluto idílico. Porque, al igual que ocurre en el exterior del teatro, a lo largo del relato comparecen también traiciones, rivalidades y miserias entre los integrantes de la troupe, con elementos incluso paradigmáticos de estos ambientes circenses, operísticos y de teatros marginales como es el triángulo romántico que se crea entre la belleza angelical femenina, el hombre de espíritu noble pero impotente en el amor y el bribón de intenciones meramente lujuriosas; eje dramático que tanto vale para representar Pagliacci como La parada de los monstruos (1932), amén todos los derivados existentes de ambos. Esta situación se reproduce aquí, respectivamente, entre la recién llegada Rachel Schpitendavel (Britt Ekland) —una joven amish fugada de la granja familiar para materializar su sueño de ser bailarina—, el cómico alegre Chick Williams (el británico Norman Wisdom, nada menos que el «payaso favorito» de Charles Chaplin) y el cómico serio Raymond Paine, su compañero de fatigas y pullas satíricas desde hace una década (Jason Robards, que por su parte había empezado su carrera sobre las tablas de Broadway). Cabe mencionar que para estos dos papeles habían sonado anteriormente Mickey Rooney y Joel Grey —que por entonces triunfaba en los escenarios de Nueva York con un musical de ambiente semejante, Cabaret, en el que también participará en su salto al cine en 1972— y Tony Curtis, quien abandonó el proyecto por discrepancias artísticas. No obstante, este arco dramático quedará sin desarrollarse por completo o cuanto menos no satisfactoriamente. En cambio, el filme sí posee pequeños detalles con los de desmitifica la máscara de los personajes y de la recreación histórica confiriéndoles una grata honestidad que procede de ese mismo agudo sentido satírico de lo burlesco —la horrenda tos y el sonido de la cadena del váter que reciben a Rachel y Paine en el hotelucho; la revelación divina reducida a una cama plegable— o que, en otro plano, sintetizan interesantes premisas de fondo —el moralista que, en su furia ciega, acaba por formar parte decisiva del espectáculo contra el que lucha—.
   Pero, fragmentaria e irregular, La noche del escándalo Minsky's tampoco termina de decantarse por explorar los contrastes entre la celebración existencial del burlesque —bastante machista en su concepción por otro lado, todo gags de rivalidades masculinas y carnes turgentes— y la hipocresía del puritanismo policonfesional que conforma uno de los pilares culturales e ideológicos de los Estados Unidos —el secretario de la sociedad para la supresión del vicio, los padres de la bailarina y del promotor del teatro—. El planteamiento del tema existe, dado que el acceso de la obnubilada Rachel a este oásis de liberación está conducido por el entrañable Bert Lahr casi al modo del conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas —por mucho que el veterano actor, que fallecería en mitad de la producción, hubiese encarnado en su día, en otro viaje a través del espejo, al León cobarde de la celebérrima versión de 1939 de El mago de Oz—; parte de una introducción neoyorkina antitética a la que reflejará luego la mirada escandalizada de su padre —el caos urbano, los niños que lloran, las prendas íntimas expuestas...—. Pero, a fin de cuentas, no se le consigue dotar de fuerza a este conflicto porque los personajes implicados en él carecen de entidad dramática o son meras caricaturas —el amish tonante que manifiesta mediante rugidos ininteligibles la palabra de un Dios ávido de privaciones, el viejo judío que se expresa mediante parábolas religiosas—. Más bien, estos parecen servir simplemente para protagonizar gags sueltos que, al igual que ocurre en el escenario del Minky's, se encadenan sin que haya apenas continuidad entre ellos, a pesar de la trama romántica y religiosa establecida. «No había calma, ni suspense ni un instante de diálogo creíble», escribió sobre el montador Ralph Rosenblum, uno de los principales responsables de adecentar el material en crudo que había espantado al productor Norman Lear, quien deseaba ofrecer un musical clásico pero con un toque novedoso en una obra ambiciosa que contaba con un presupuesto de tres millones de dólares, lo que la erigía en la película más cara rodada íntegramente en Nueva York hasta aquella fecha. La inserción de fotogramas de archivo, por ejemplo, provienen de la labor de Rosenblum, que reclamaría la paternidad de la obra por encima de la firma del «arrogante niño prodigio» de Friedkin, tanto o más cuando este había declarado desde Londres, ya embarcado en el rodaje de una nueva película, que La noche del escándalo Minsky's era "la mayor pedazo de mierda en la que he trabajado".
   Como prolongando el discurso de La noche del escándalo Minsky's fuera de la pantalla, en aquellos años se especuló con que la escena de desnudo de Ekland —fugaz y con doble de cuerpo— sería uno de los motivos que desencadenaron su divorcio con Peter Sellers, con quien había tenido una hija en 1965, Victoria —a la que, cerrando el círculo, Friedkin tanteó para interpretar a la icónica Regan de El exorcista (1973), según confesó la actriz sueca en una entrevista—.•
   
       
   

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