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Sabrina (y sus amores)
Sabrina
     
    Director (es) : Sydney Pollack
    Año : 1995
    País (es) : USA
    Género : Comedia dramática
    Compañía productora : Constellation Films/Mirage Enterprises/Scott Rudin Productions/Sandolar Productions para Paramount
    Productor (es) : Scott Rudin, Sydney Pollack
    Productor (es) ejecutivo (s) : Lindsay Doran, Ronald Schwary
    Productor (es) asociado (s) : David B. Leener
    Compañía distribuidora : UIP
    Guionista (s) : Barbara Benedek, David Rayfiel
    Guión basado en : el guión escrito por Ernest Lehman y Samuel Taylor, asimismo basado en la pieza teatral de Samuel Taylor
    Fotografía : Giuseppe Rotunno en Technicolor
    Diseño de producción : Brian Morris
    Director (es) artistico (s) : John Kasarda, Jean-Michel Hugon
    Decorados : George De Titta Jr, Amy Marshall
    Vestuario : Ann Roth, Bernie Pollack, Gary Jones
    Música : John Williams
    Montaje : Fredric Steinkamp
    Sonido : Danny Michael
    Ayudante (s) de dirección : Tom Reilly, Richard Patrick, Pascal Salafa, Jerome Borenstein
    Duración : 127 mn
   
     
    Harrison Ford
Julia Ormond
Nancy Marchand
Greg Kinnear
John Wood
Paul Giamatti
Angie Dickinson
Lauren Holly
Richard Crenna
Dana Levy
Miriam Colon
Elizabeth Franz
Fanny Ardant
John C. Vennema
Becky Ann Baker
Valeria Lemercier
Margo Martindale
   
   
    Años noventa. Al frente de la empresa Larrabee se sitúan los hermanos Linus y David. Por una simple cuestión de sucesión dinástica, Linus, el mayor de los hermanos Larrabee, se ha convertido en el primer referente de la empresa. En la misma residencia donde conviven junto a sus progenitores, los Larrabbee tienen a su disposición un chófer, el Sr. Fairchild, quien fuera de sus obligaciones profesionales se debe al cuidado de su hija Sabrina, huérfana de madre. La juvenil Sabrina transita por las dependencias de la residencia sin que tanto Linus como David despierten demasiado interés por ella, más allá de una relación mínimamente afectuosa para con una chica de su edad. Pero después de pasar una temporada en París donde trabaja como fotógrafa para la prestigiosa revista Vogue, Sabrina se presenta en la mansión de los Larrabee con un nuevo look que le da una imagen más sofisticada y adulta. A partir de entonces, Linus y David se sienten atraídos por la belleza y sensibilidad de Sabrina.
   
   
   
LA MAGNIFICIENCIA DE LOS LARRABBIE
 
Por Ignasi Juliachs
Tras el visionado de la Sabrina (1995) de Sydney Pollack, inevitablemente cabe preguntarse por la razón que llevaría al director a revisar la antigua pieza teatral de Samuel Taylor. Es obvio que Paramount compartió las posibilidades comerciales del proyecto con los dos promotores del mismo: el productor Scott Rudin y el mismo Harrison Ford. Quizá influyó también una de las tendencias del momento, a mediados de los años 90: Hollywood estaba dando un viraje hacia las comedias románticas (Olvídate de París, French Kiss), a lo que se sumaba otra tendencia en alguna medida preocupante, la de los remakes sin solución de continuidad (Algo para recordar, Jane Eyre, Cumbres borrascosas) ¿Poca inspiración? ¿Inquietante patología retro? Lo cierto es que, con excepción de todo esto, y de las fechas navideñas en que la cinta se estrenó en los Estados Unidos, que sin duda buscaba un público hasta cierto punto de amplio espectro familiar, se hace difícil hallar otros motivos.
   De hecho, el propio Sidney Pollack tardó en aceptar el encargo, y tras la experiencia, acaso ante la frialdad con que se recibió el film en Estados Unidos por parte de crítica y público, alcanzó a declarar que nunca más haría un remake.
   Sin perder de vista que el film de Billy Wilder se planteaba como un cuento a medio camino entre La Cenicienta y El Patito Feo, un análisis más profundo del mismo permitiría dilucidar que es un relato mucho menos rosa de lo que aparenta. Con todo, no cabe duda de que se trata de un título insólito en una filmografía en general tan cáustica y dinamitadora como la del veterano vienés exiliado. Sin embargo, se oculta un dardo envenenado contra el descarnado capitalismo: Humphrey Bogart explica a William Holden las bondades para con la población indigente que se derivarían de instalar una industria en una zona subdesarrollada de Suramérica. La versión de Pollack sigue casi al dedillo el relato original sin aportar nada más que una adaptación a la época presente. Si este idilio entre la hija de un chofer y un heredero de la alta sociedad podía parecer inverosímil a mediados de los años cincuenta, propio, como parece, de cuento de hadas, seguiría pareciendo inverosímil a mediados de los años 90. De hecho, Pollack se escuda en la condición de cuento que el relato tiene; aquí, como en el clásico, éste se inicia con la voz en off de Sabrina que dice: «Había una vez...»  Y este extremo nos inquieta quizá con precipitación: ¿estaría Hollywood considerando ya entonces el momento nuevamente adecuado para hacer que el público tragara cuentos de hadas acríticamente?. Que Rob Reiner, por aquel entonces, ya se hubiera atrevido con una historia como El Presidente y Miss Wade (1995), no estando lejos en el tiempo El guardaespaldas (1992) de Mick Jackson, no auguraba nada bueno, como luego, con la digitalización, hemos ido constatando agriamente. En su momento, mediados de los 90, bromeábamos con la constatación de las condiciones idóneas para que en cualquier momento se hiciera un remake de la Sissí emperatriz de mediados de los años 50. Pues bien, en 2009 se hizo tal remake, Sissi: Emperatriz de Austria, una producción televisiva germanoitaloaustriaca, dirigida por Xaver Schwarzenberger.
Sin embargo, del nuevo film de Pollack se deduce algo positivo: si en 1951, un empresario de altura era capaz de engañar a una joven ingenua al seducirla sólo para evitar que su alocado hermano se casase con ella, lo que habría hecho irse al garete una provechosa unión con otra gran empresa, cuyo dueño ya tenía apalabrada su hija con aquel hermano en cuestión, y en 1996 esa parte del argumento sigue siendo verosímil, ello debe querer decir que la parte oscura del capitalismo, que ignora todo lo concerniente a escrúpulos o a sentimientos de ninguna clase, sigue yendo viento en popa.
   Cierto que Pollack logró una cinta más dinámica que la de Billy Wilder. Paradójicamente, este maestro indiscutible de la comedia inteligente realizó una película que a medida que avanza va haciéndose lenta y algo pesada. No cabe duda de que Bogart, que aquel mismo año había protagonizado otro cuento de hadas, desde luego algo más oscuro, La condesa descalza (1954), contribuyó al feeling final de Sabrina: se sentía incómodo con su papel (demasiado maduro para encarnar a Linus) y con un film que no le gustaba. Eso, además de estar enemistado tanto con Wilder como con Holden y Audrey Hepburn. Todo ello se evidencia a lo largo del metraje. Por otro lado, Pollack otorga mayor protagonismo al matrimonio Tyson y a la madre de los Larrabee, una viuda tan falta de escrúpulos y activa en los negocios como Linus.
Sin embargo, se pierde el espléndido personaje del patriarca Larrabee, que no parece tener escrúpulo alguno al manifestarse dispuesto a despedir al chofer tras veinticinco años de servicio a la familia, como medida para deshacerse de Sabrina. Ésta, interpretada en la nueva versión por la poco carismática y favorecida Julia Ormond, resulta en Pollack menos ingenua y más activa que la de Hepburn. En lugar de irse a París para estudiar cocina, lo hace para incorporarse como fotógrafa a la revista Vogue. Igual que en el clásico, cuando regresa, convertida en un cisne maduro y atractivo, acaba por seducir a David, el hermano licencioso. Recordemos que Sabrina se ocultaba tras su aspecto de inexperto Patito Feo. Una fealdad más exagerada en Ormond que en Hepburn (no hemos de olvidar que el film de Wilder giraba por entero en torno a la actriz, y que el mismo proyecto tenía en ella la razón de ser).
    Por su lado, Harrison Ford sí tiene el punto de madurez preciso para encarnar a Linus, y Pollack aprovecha para aumentar la ambigüedad de sus sentimientos respecto a Sabrina, unos sentimientos que se intuyen mucho antes que en Bogart.
   Ambos filmes ofrecen jugosos detalles de diálogo y circunstancias que son los que, en definitiva, hablan a favor de esta historia y evitan verla como el relato rosa que aparenta. Mientras el David de William Holden aparca su descapotable en una zona prohibida del corazón de Manhattan, frente al imperio de su familia, e incluso resulta saludado cortésmente por un policía (¡es un Larrabee!), el David de Greg Kinnear se encuentra una multa en su BMW rojo a la que no hace ni caso (el importe a pagar le debe provocar risa). Ha cambiado la forma, pero no el fondo de una sociedad que continúa siendo clasista pese a que, en apariencia y sólo en apariencia, los estratos se mezclen, como pretende hacer creer Ford a Ormond en el invernadero cuando le susurra en la oreja: «estamos en los noventa», dado que toda la trama evidencia justamente lo contrario. Bogart, igualmente hipócrita, le dirá a Audrey Hepburn: «estamos en el siglo XX». Nada ha cambiado. Es una lástima que el lado amable de las comedias exija a las dos versiones que acaben con un muy poco creíble toque tan romántico como reaccionario.
   Aunque, pensándolo bien, sí que ha cambiado algo. En los difíciles tiempos que vivimos, el esplendor de los Larrabee que Pollack muestra puede devenir todo un insulto para los más privados, que no son pocos. Claro que estos puede que ya no vayan al cine.•   
 
   
     
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Características DVD: Contenidos: Menús interactivos / Acceso directo a escenas / Trailer de cine. Formato: Pal Widescreen 1.78:1. Idiomas: Castellano, Inglés, Francés e Italiano. Subtítulos: Castellano, Inglés, Árabe, Búlgaro, Croata, Danés, Holandés, Francés, Finlandés, Griego, Hebreo, Húngaro, Islandés, Italiano, Portugués, Noruego, sueco, Esloveno, Rumano, Turco e Inglés para sordos. Duración: 122 mn. Distribuidora: Paramount.

   
   
     
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SABRINA (1995) 
John Williams
A&M Records 540456-2, 1995. Duración: 51:11.

   
       
   

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