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El último deber
The Last Detail
     
    Director (es) : Hal Ashby
    Año : 1973
    País (es) : USA
    Género : Drama
    Compañía productora : Acrobat Films para Columbia Pictures
    Productor (es) : Gerald Ayres
    Productor (es) asociado (s) : Charles Mulvehill
    Guionista (s) : Robert Towne
    Guión basado en : la novela de Darryl Ponicsan
    Fotografía : Michael Chapman en Metrocolor
    Diseño de producción : Michael Haller
    Vestuario : Ted Parvin
    Música : Johnny Mandel
    Montaje : Robert C. Jones
    Sonido : Tom Overton, Richard Portman
    Ayudante (s) de dirección : Wes McAfee, Gordon Robinson, Al Hopkins
    Duración : 103 mn
   
     
    Jack Nicholson
Randy Quaid
Oris Young
Clifton James
Carol Kane
Michael Moriarty
Nancy Allen
Don McGovern
Luana Anders
Kathleen Miller
Gerry Salsberg
Michael Chapman
Jim Henshaw
Pat Hamilton
   
   
    La misión encomendada a un par de marinos, el oficial de origen polaco Buddusky y el mando de raza negra Mulhall, de llevar a un preso a lo largo de la franja de la costa este de los Estados Unidos, les posibilita desarrolar diversas actividades extras. El apacible Meadows es el reo al que deben vigilar para que en un plazo de dos semanas ingrese en la cárcel de Porstmouth. La insignificancia del delito que ha cometido no le impide que deba cumplir una pena de ocho años, una circunstancia que sirve para que Buddusky y Mulhall permitan a Meadows poder disfrutar de ciertos placeres.
   
   
   

LAS ORDENANZAS
 
Por Adrián Sánchez

El último deber (1973) es una película paradigmática del nuevo cine USA de los 70. Su historia es mínima: dos marineros tiene que llevar de mala gana a un tercero a una prisión militar en un viaje de cinco días. En esos días pasan cosas, pero no tiene nada de especial. Lo que importa es a quien le pasan las cosas; lo que importan son los personajes.

Para contar a estos personajes la textura y la forma del cine de Hal Ashby cambian. El naturalismo, la sensación del mismo, pasa al primer plano. El estilo visual y el montaje son sencillos, directos, de aspecto despreocupado incluso, profundamente vívido. El afilado montaje deja paso a la figura retórica del fundido encadenado, que traduce a la perfección la melancolía de los personajes y sus aventuras. Gordon Willis, director de fotografía en The Landlord (1970) no estaba disponible, así que Ashby intentó tener como a su lado a Haskell Wexler, a quién conocía de varias de sus películas como montador pero esta vez problemas de sindicación lo impidieron. Willis, entonces, recomendó a su operador habitual como elección ideal. Era Michael Chapman.
Pronto ligado al cine de Martin Scorsese, Chapman introdujo en el cine de Ashby una serie de recursos estéticos y un acabado que de inmediato el cineasta haría suyos. La luz natural, la textura semidocumental, el realismo áspero…conforman el marco, el lugar. Relato, personajes e imagen se alinean y algo épico se extra de la vulgaridad de todo ello: una verdad. Algo que, definitivamente, Ashby buscaba como voz propia en el Hollywood de los 70. El único momento y sitio donde alguien como él podía llegar a ser un director de cine.
   Si sus dos películas anteriores son como los últimos coletazos de los 60, El último deber emerge como su primer fresco de la nueva década. Nixon está en la Casa Blanca y Ashby mira el paisaje de América de frente y todo es feo. La película está dominada por los colores apagados, por el azulón y el gris, los marrones y verdes oscuros, como si todo tuviese una pátina encima. El blanco final rompe la monotonía, pero es un blanco de nieve, un blanco del frío que los personajes pasan por fuera y tiene por dentro. Frío d lo inhóspito. Frío moral.
   El viaje, el de Ashby y el de los marineros, es hacia el desencanto, hacia la constatación, burocrática incluso, del fracaso. Buddusky (Jack Nicholson) intente animar a Meadows (Randy Quaid), darle unos buenos últimos días desde el principio pero Mule (Otis Young), más lúcido, le dice que esos es peor: cuando vas a pasar los siguientes ocho años en la cárcel es mejor que no te recuerden todo lo que te vas a perder.
Lo que ocurre es que Meadows ni siquiera sabe lo que se va a perder. Es un adolescente grandullón que intentó robar cuarenta dólares y le pillaron con la mano en el tarro de la miel. Inversión maliciosa de Un día en Nueva York (1950), iguala el patetismo, la sordidez y la ternura en cinco días que son un espejismo de libertad, de rebelión y de amistad antes de se impongan las ordenanzas, el miedo y la hipocresía. Son soldados y hacen lo que se les manda por mucho que entre medias se caguen en todos y todos. Un intento. Fútil, de postergar el último deber del título español.
    La película se basa en una novela de Darryl Ponicsan que ya había sido comprada y tratada como guión incluso antes de ser publicada. Robert Towne, uno de los guionistas estrella del periodo (guionista-autor se puede decir repartiendo todavía más la paternidad de El último deber) la había reformulado cono Jack Nicholson en mente, pero la Columbia había enfriado el proyecto debido tanto a los explícito de su lenguaje como a su obvia lectura antimilitarista (de hecho la Marina se niega a colaborar y debe rodarse en una base canadiense) y no es hasta que Nicholson se suma de modo definitivo que no se pone en marcha. Con Robert Altman en mente, es el propio actor quien recomienda a Ashby como su favorito. Así, la primera de las dos colaboraciones Ashby-Towne es al igual que al segunda una obra de actor-estrella: aquí Jack Nicholson, en Shampoo (1975) el mucho más invasivo Warren Beatty.
    Robert Towne trabaja a fondo el diálogo y aporta su propia temática sobre las relaciones/amistades masculinas y Ashby encuentra el espacio perfecto para continuar con el desarrollo de su discurso sobre la individualidad en entornos alienantes (la familia/la clase social/el ejército…) con, de nuevo, la imagen de Chapman dando coherencia al conjunto. El desarrollo aparentemente libre, aparentemente improvisado de Ashby, las secuencias-ensayo que se alargan y serpentean, están conducidas con habilidad hacia el tono agridulce y la comedia sin risas. De igual modo la construcción de la puesta en escena, el modo de relacionar a los personajes entre ellos y su entorno aparece mucho más elaborado permitiendo que, poco a poco, la estilización de la realidad de un algo poético-trágico a relato y personajes; la secuencia casi final en el parque bajo la nieve define esta sensación, con sus planos quietos y cada vez más distantes de los personajes expresando formalmente la tristeza final, ese fracaso del que hablaba.•

 

   
     
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Características DVD: Contenidos: Menús interactivos / Acceso directo a escenas / Tráiler. Formato: 1.85:1, 16:9. Idiomas: Castellano, Francés, Alemán, Italiano e Inglés Subtítulos: Castellano, Alemán, Francés, Inglés, Italiano, Checo, Danés, Finlandés, Griego, Holandés, Noruego, Polaco, Sueco, Árabe y Finlandés. Duración: 99 mn. Distribuidora: Sony Pictures.

 

   
     
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Editorial: Berenice (Grupo Almuzara).
Autor: Darryl Ponicsán.
Fecha de publicación: enero de 2018.
240 pp. 14,5 x 22,0 cm. Tapa blanda con solapas.
Traducción de Óscar Mariscal.

COMENTARIO (Por Adrián Sánchez): El último deber (1970) es como una versión amarga de Un día en Nueva York (1950). Una de los tiempos del Vietnam. Lo que en la primera era exaltación y apertura al mundo en esta es desencanto y decepción. Vietnam es un eco fuera de las páginas de la novela, una presencia en ausencia. Hay referencias a ella, para no olvidar que estaba sucediendo, para hacer todavía más pequeña, absurda y mezquina la misión de los tres marineros y su misma peripecia en las ciudades de América.
   Un día en Nueva York tenía el espíritu de la Segunda Guerra Mundial, la victoria heroica contra el Gran Mal. Era imagen de una América exultante que se proyectaba a toda velocidad hacia el futuro. Nueva York era La Ciudad. La cumbre de lo moderno, el pináculo de la idea nacional. El último deber es la sordidez, la tristeza de constatar el haber sido estafados y la presencia, acuciante, de una guerra sin objetivos. Un combate esotérico e ininteligible al otro lado del mundo que, además, es imposible de ganar.
   No parece suceder demasiado en El último deber, pero entre bromas chusqueras y ternura bruta hay una lucidez terrible. En un momento, casi al final, Billy Bad-Ass le dice a Mule: «Ahora bien, he aquí lo que me preocupa: ¿qué sucede cuando en un matrimonio, después de muchos años de convivencia, el marido le dice a la esposa: «Eres una puerca»? Y no está hablando por hablar, no: quiere decirlo, y está convencido de ello. Acaba de tener una epifanía. ¿Y qué sucede si ella se vuelve hacia él y, fría como el hielo, responde: «Si no fueras el polaco más estúpido en seis estados habrías descubierto años atrás que era una puerca»?».
La Marina, el Ejército, América. Todas son parte y lo mismo en ese gran caerse del caballo que expresa un personaje que es, al tiempo, individuo y colectivo. Pese a la crudeza del lenguaje, Ponicsán realiza un análisis sutil de un momento americano. Sutil por esa inteligencia no ya en dejarlo en segundo plano, sino directamente fuera de plano, y por ofrecerlo sin rastro de tesis o de sermón. Ponicsàn no es más listo que sus personajes, no lo sabe todo antes; al contrario, lo va descubriendo paulatinamente, dándose cuenta de que lo que antes no le importaba comienza a hacerlo.
   Al despresurizar a sus personajes, al llevarlos a, como ellos lo expresan, “el exterior”, los pone en contacto con una realidad a la cual han permanecido ajenos. Y aunque Larry sea simple como el mecanismo de un clavo, los tres son equiparables en su inocencia; hasta Billy Bad-Ass, que es un sabelotodo y un bocazas y que disfraza con una pose de garrulo absoluto su inteligencia cultivada. Billy prefiere ser un idiota, el polaco más estúpido en siete estados y así vivir sin pensar en el mundo a parte de la Marina. Es al verse a él mismo realizando ese último deber, entregar a un muchacho a ocho años de cárcel militar por robar cuarenta dólares, que sus dos yoes entran en combustión.
   Ponicsán, decía, expresa todo ello desde la llaneza, la concisión y la cotidianidad. Su experiencia del ese exterior es la misma que la de los marineros por que él, poco antes había sido un marinero. En el prólogo a esta edición de Berenice explica como llevó las primeras páginas a un ejercicio de escritura en un curso al cual se había matriculado. Eran una minuciosa descripción de unos barracones que había visto mil y una veces. Simple, directo, honesto. La caracterización psicológica de los personajes equivale a esa objetiva descripción de espacios y objetos, de mecánicas militares, de léxico y argot. Billy y Mule son un par de marineros veteranos que se creen listo y duros y rebeldes hasta que en el trayecto a la prisión con Larry, a quien deciden darle una semana condensada de experiencias vitales, se contemplan en su brutal verdad: son tornillos, mandados, números.
   En 1973, Hal Ashby adaptaba con Robert Towne al guión la novela después de varios años de diversos avatares. Se estrenaba El último deber al tiempo que la siguiente obra del autor, también sobre un marinero atrapado en tierra, Cinderella Liberty. La versión de Towne y Ashby, en la cual Ponicsán había trabajado también, es extremadamente fiel al original, en parte por la simplicidad de su estructura itinerante, que favorece el fluir de escenas. Hay aspectos distintos, sucesos que aparecen en un lado y no en otro o que están cambiados de orden, pero sus personajes son idénticos, así como la mayoría de sus diálogos. La mayor diferencia es el final. Ashby y Towne son todavía más sutiles, más abstractos en esa toma de conciencia y al tiempo más brutales porque allí, Billy Bad-Ass y Mule regresan a sus quehaceres, entregándose al vacío, dóciles. Ponicsàn, en cambio, propone en su novela un epílogo terrible, esa concienciación, esa lucidez, que conduce a los personajes a la perplejidad primero y a la autodestrucción después. Lo agridulce del relato, transformado en bilis acre.•
   
       
   

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