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Julio César
Julius Caesar
     
    Director (es) : Joseph L. Mankiewicz
    Año : 1953
    País (es) : USA
    Género : Histórico
    Compañía productora : Metro-Goldwyn-Mayer
    Productor (es) : John Houseman
    Compañía distribuidora : Metro-Goldwyn-Mayer Espańola
    Guionista (s) : Joseph L. Mankiewicz
    Guión basado en : la obra homónima de William Shakespeare
    Fotografía : Joseph Ruttenbergh
    Director (es) artistico (s) : Cedric Gibbons, Edward Carfagno
    Decorados : Edwin W. Willis, Hugh Hunt
    Vestuario : Herschel McCoy
    Música : Miklós Rózsa
    Montaje : John Dunning
    Efectos especiales : Warren Newcombe
    Ayudante (s) de dirección : Howard W. Koch
    Duración : 121 mn
   
     
    Marlon Brando
James Mason
Sir John Gielgud
Louis Calhern
Greer Garson
Michael Pate
John Hardy
Deborah Kerr
John Hoyt
Tom Powers
William Cottrell
Richard Hale
Ian Wolfe
Jack Raine
Chester Stratton
Morgan Farley
John Lupton
Preston Hanson
Thomas Browne Henry
Stephen Robers
   
   
   
Roma, marzo del año 44 A. D. C. Después de derrotar a Pompeyo, Julio César (Louis Calhern) es designado dictador vitalicio, a la par que cónsul por cuarta vez. Sin embargo, el ala más moderada del senado recela de la forma de actuar del augusto César. A sus espaldas, se empieza a urdir una conspiración que debe acabar con su vida. La conversación entre Casio y Bruto anuncia el inicio de una red de conspiraciones que repercuten en varios miembros de la curia romana, entre ellos Casca. En casa de éste se citan de madrugada los hombres de Roma dispuestos a cambiar el destino de un imperio que parece tomar caminos equivocados por obra y gracia del dictador César.
   Al día siguiente, a pesar de las advertencias de Calpurnia, desaconsejándole que acuda esa mañana al Senado porque en sus sueños se anunciaba la tragedia de su esposo, Julio César desoye los mismos al intercambiar unas palabras con su vasallo Decio, a la sazón otro de los «conspiradores». Al subir los escalones que le deben conducir hasta su puesto en el Senado, Trebonius (Jack Raine) hace entrega a César de un manuscrito que le advierte de lo inminente de su muerte. Pero ese pergamino no llega a manos del dictador al interceder Decio y hacerle entrega de otro exento de un contenido tan comprometedor. Bajo el rictus de preocupación que muestra desde la distancia Marco Antonio, protegido del Dictador, Julio César se abre paso en dirección al senado donde la aguarda la comitiva de conspiradores encabazados por Casio y Casca. Al poco, el cuerpo de Julio César sangra a raudelas, procurándole Bruto la estocada definitiva.
   Al conocerse el asesinato de Julio César, el senado romano tiene previsto su recambio en forma de triunvirato, el que conforman Octavio César, Lépido y Marco Antonio. Sin embargo, este último desea vengar la muerte de su mentor. Todos sus esfuerzos, pues, se dividen entre el campo de batalla, donde prosigue la actividad desarrollada por Julio César, y en elaborar un plan que pasa por ver muerto a Casio, Casca y, en última instancia, Bruto, al que procura unas palabras que ennoblecen su figura una vez su cuerpo descansa eternamente...
   
     
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Características DVD: Contenidos: Menús interactivos / Acceso directo a escenas / Documental Marlon Brando El Nacimiento de una Leyenda (VOSE) / Reproducción del Press Book original / 20 Fotografías en Blanco y Negro de la película / 4 Reproducciones de carteles originales de cine. Formato:  1.33:1, 4:3. Idiomas:  Castellano e Inglés. Subtítulos: Castellano. Duración: 117 mn. Distribuidora: Impulso Records. Fecha de lanzamiento: 30 de septiembre de 2008.
   
   
     
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JULIO CAESAR (1953)
Miklós Rózsa
Film Score Monthly FSMCD Vol. 7, No. 9, 2004. Duración: 67: 17. 
 
COMENTARIO (Por Roberto Cueto): Miklós Rózsa volvió al mundo del imperio romano con Julio César, una brillante adaptación del director Joseph L. Mankiewicz de la obra de Shakespeare. En principio, el productor del filme, John Houseman, quería que fuera Bernard Herrmann quien compusiera el score, ya que había sido un antiguo colaborador de él y Orson Welles. Pero, al tratarse de una producción de la Metro-Goldwyn-­Mayer, ésta exigió que fuera uno de sus «contratados» quien hicie­ra la música y, tras el éxito de Quo Vadis, Rózsa parecía la elección más lógica. Sin embargo, en esta ocasión Rózsa no trató de reflejar la ambientación de la obra a través de la reconstrucción histórica, sino que prefirió centrarse en la esencia del drama de Shakespeare, en los conflictos psicológicos de los personajes y en la dicotomía entre integridad personal y corrupción política sobre la que se sus­tenta la obra: «Si Julio César hubiera sido simplemente una pelícu­la sobre César, hubiera intentado un acercamiento musical más his­toricista. Sin embargo, se trataba de una obra de Shakespeare con un soberbio lenguaje que reflejaba la época en que fue escrita, la Inglaterra de Isabel I, Es el lenguaje el que dicta el estilo. En la época de Shakespeare había muy pocos escrúpulos a la hora del rigor histórico y la música que acompañaba las representaciones era puramente isabelina. Si hubiera intentado hacer música a la manera “romana” hubiera traicionado el espíritu de Shakespeare, pero si hubiera compuesto música al estilo isabelino hubiera si­do también un anacronismo desde nuestra moderna perspectiva. Decidí que lo mejor era acercarme a la obra como un drama uni­versal sobre los problemas intemporales y eternos de los hombres y sobre el destino de los dictadores en cualquier momento histó­rico» (1).
   Esta licencia musical que Rózsa se tomó en el filme le permitió bellísimos anacronismos musicales, como la inclusión de la hermo­sa balada del músico isabelino John Dowland Now, I Needs Must Part interpretada por uno de los personajes del filme; pero, por otra parte, su interpretación es psicológica, interna, antes que la creación de un fondo musical que reforzara la espectacularidad de unos decorados grandilocuentes a lo Quo Vadis: de hecho, la pro­pia austeridad del filme de Mankiewicz (rodado en blanco y negro, prácticamente en interiores y con decorados más bien desnudos, cercanos más a un montaje teatral) exigía una música más intros­pectiva y dirigida al núcleo del drama, no a sus adornos ni a la mera ilustración de acciones o incidentes.
   El drama de Shakespeare se basa en dos figuras básicas: la de César (Louis Calhern) y las de aquellos que representan su línea política, liderados por Marco Antonio (Marlon Brando); y, quizá el auténtico protagonista de la obra, el «gentil y nobilísimo Bruto», un individuo con virtudes positivas que, por integridad, se ve arrastrado a la facción del cínico Casio (John Gielgud) y a su pro­pia destrucción. Rózsa no emplea demasiada música en el filme (unos 40 minutos en un filme de dos horas), teniendo en cuenta la gran cantidad de diálogo que éste contiene, pero sabe marcar sabiamente la dicotomía entre ambas lineas políticas: el tema de César (que, por extensión, se asociará a Marco Antonio en la segunda parte del filme) y el de Bruto.
   Las cualidades de ambos motivos están claramente diferencia­das por la propia orquestación: César es representado por una fanfarria en metales (trompetas, trompas) que indican no su natu­raleza heroica en este caso, sino más bien una evidente situación de poder, tal y como se muestra su figura en las primeras escenas del filme: es la fuerza del tirano. Por el contrario, en un filme co­mo el de Mankiewicz, donde un asumido distanciamiento de los personajes intenta reflejar la ambigüedad y el relativismo del juego político, Bruto resulta ser el único personaje positivo de la obra, pese a ser uno de los asesinos de César: sus actos son puros, en el sentido de que mata a César en aras de un ideal (el porvenir de Roma, aun a costa de su propia desgracia), frente al resto de los conspiradores, corruptos políticos que buscan aprovecharse de la muerte de César. Así, el corrupto Casio es presentado por un som­brío motivo de tres notas en los violonchelos y trombones, pero Bruto tiene el privilegio de la cuerda: su noble tema, uno de los más hermosos de toda la carrera cinematográfica de Rózsa, posee las dignidad del individuo íntegro por un lado y el hálito trágico de su imposibilidad de mantener esa pureza en un entorno malsa­no y enfermizo.
   El gran momento de la partitura, el que sintetiza a la perfección el drama interno de Bruto —dividido entre su obligación a hacer «lo justo» y su conciencia de tener que ser sacrificado por ello—, es la escena final de la muerte de Bruto. Rózsa y Houseman decidie­ron aprovechar las posibilidades técnicas que ofrecía el sistema estereofónico, que por entonces ya empezaba a emplearse con bas­tante éxito en el cine americano. La idea básica era contraponer dos voces musicales: por un lado, la aproximación del ejército de Marco Antonio y Octavio, los enemigos de Bruto, resaltada por un ostinato de tambores cuyo ritmo se sincronizaba con los pasos de los legionarios; por otro, el tema de Bruto en las cuerdas, expre­sando su angustia y soledad y acompañando su triste soliloquio según ve cercana su muerte. Gracias a la técnica estereofónica, un canal permitía escuchar el tema de Bruto, mientras que al otro lado de la pantalla se escuchaba la persistente marcha de Octavio, pri­mero en un volumen más bajo, como escuchada en la distancia, luego creciendo en intensidad y dando la sensación de la aproxima­ción del ejército, aunque éste permanezca fuera de campo durante gran parte del soliloquio de Bruto: pero su presencia se «siente», implacable e imparable. El resultado es una impresionante pieza, iniciada por el tema de César como recuerdo de un crimen pasado del que Bruto no puede escapar y que aún lo atormenta, y luego desarrollada a dos voces, con el tema de Bruto buscando un cres­cendo que es ahogado por la persistente percusión y la intervención del metal con nuevas intrusiones del tema de César. Los dos temas se van fundiendo en trágica progresión hasta llegar a una dramáti­ca coda que coincide con la muerte de Bruto. Finalmente, el tema de Bruto se desvanece bruscamente y sólo queda el brutal, deshu­manizado sonido de la percusión: un nuevo orden, sombrío, se ha impuesto.
   El final no deja de ser atipico para las convenciones de la época (y más para un estudio tan conservador como la Metro-Goldwyn-­Mayer): sobre el cadáver de Bruto, Marco Antonio lanza su discur­so de admiración hacia él y sale bruscamente de plano; el perfil de Bruto permanece unos segundos en escena al ritmo marcial de los tambores, sin ningún otro acompañamiento musical... después, fundido en negro: el individiduo ha sido aplastado por el acontecer histórico, sus virtudes se pierden en el caos de la política. Incluso el reparto final está marcado por esa nota fatalista: una brillante, casi triunfal variación del tema de Bruto es bruscamente interrumpida por la agresividad metálica del motivo de César: ¿son la tiranía y la corrupción las que tienen la última palabra? • 
 

(1)
  Miklós Rózsa en su artículo Musical Archeology in the Movies, incluido dentro del lbro Music for the Movies de Tony Thomas. Londres, Tantivy Press, 1973.
   
       
   

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