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El crepúsculo de los dioses Sunset Boulevard |
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Director (es) : Billy Wilder | ||||||||||||
Año : 1950 | ||||||||||||
País (es) : USA | ||||||||||||
Género : Drama | ||||||||||||
Compañía productora : Paramount Pictures | ||||||||||||
Productor (es) : Charles Brackett | ||||||||||||
Compañía distribuidora : Hispanomexicana Films S. A./Concepción Díaz Priego-Diafragma Producciones (reposiciones) | ||||||||||||
Guionista (s) : Charles Brackett, Billy Wilder, D. M. Marsham Jr | ||||||||||||
Guión basado en : la narración A Can of Beans de Charles Brackett y Billy Wilder | ||||||||||||
Fotografía : John F. Seitz | ||||||||||||
Director (es) artistico (s) : Hans Dreier, John Meehan | ||||||||||||
Decorados : Sam Comer, Ray Moyer | ||||||||||||
Vestuario : Edith Head | ||||||||||||
Maquillaje : Wally Westmore | ||||||||||||
Música : Franz Waxman | ||||||||||||
Montaje : Arthur Schmidt | ||||||||||||
Sonido : Harry Lindgren, John Cope | ||||||||||||
Efectos especiales : Gordon Jennings, Farciot Edouart | ||||||||||||
Ayudante (s) de dirección : C. C. Coleman Jr | ||||||||||||
Duración : 111 mn | ||||||||||||
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William Holden
Gloria Swanson Erich Von Stroheim Nancy Olson Jack Webb Fred Clark Lloyd Gough Cecil B. De Mille Hedda Hopper Anna Q. Nilsson H. B. Warner Buster Keaton Jay Livingston Ray Evans Sidney Skolsky Bernice Mosk Bert Moorhouse Julia Faye Robert E. O'Connor Gerry Ganzxer E. Mason Cooper |
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Joe Gillis yace muerto flotando en una piscina de una lujosa residencia de Los Angeles. A partir de que la policía descubre su cadáver, el propio Joe relata los hechos que le han llevado a este trágico desenlace. El inicio de la historia se remonta al primer encuentro entre Joe, un joven guionista, y Norma Desmond, un mito del Hollywood silente que se halla alejada del cine por la irrupción del sonoro. Joe persuade a Norma para que retorne delante de las cámaras y de esta forma, rememorar el esplendor de sus años dorados. El objetivo de Joe es obtener notoriedad como guionista, pero los estudios no aprueban la vuelta de Norma a los platós. | ||||||||||||
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¿QUÉ FUE DE NORMA DESMOND? Por Joaquín Vallet Rodrigo
![]() Ya desde su opera prima en Estados Unidos, El mayor y la menor (1942), quedó bien claro que el tratamiento que Billy Wilder ofrecería posteriormente de los géneros tradicionales distaría, considerablemente, del punto de vista establecido. La particular idiosincrasia del cineasta es, sin duda, el condicionante clave que conforma un conjunto de piezas de profunda heterodoxia que no únicamente nadan a contracorriente, sino que establecen una serie de parámetros de muy difícil seguimiento habida cuenta de su extrema singularidad. Pocas veces el carácter de un cineasta ha quedado tan indeleblemente unido a su obra como el de Billy Wilder. Asentado en la descripción de personajes que hacen de la ironía y el cinismo su forma de combatir una sociedad y un presente adverso que constantemente les da la espalda, obligándolos a exteriorizar unas actitudes distantes, crispadoras para poder sobrevivir. En la gran mayoría de ocasiones, éstos personajes tienen, incluso, que adoptar otras personalidades para integrarse en un contexto hostil. La identidad en los films de Billy Wilder es, por consiguiente, algo tan maleable y quebradizo que apenas adquiere consistencia. Mostrando a un ser humano incapaz de enfrentarse por sí mismo al medio social en el que se desenvuelve, la variabilidad de personalidades termina por condenarlo a la mutabilidad más absoluta, a desconocer por completo su verdadera identidad (paradigmático de lo dicho resulta el diálogo final de Con faldas y a lo loco) y ocultarse en una mascarada perpétua que le ofrece una sensación de aparente tranquilidad.
Algo similar sucede con el concepto de los géneros cinematográficos en su cine. Ni el cine negro, ni el bélico, ni mucho menos la comedia poseen el carácter establecido dentro de sus respectivos campos cinematográficos. Por el contrario, Wilder constantemente disfraza los géneros con el fin de aportar una vertiente distópica anclada en unas pretensiones bipartitas: por un lado, utilizar los
![]() El film que nos ocupa, El crepúsculo de los dioses, es uno de los ejemplos más depurados y perfectos de la capacidad de Billy Wilder para sortear meandros dogmáticos y estilos ajenos y cerrar como un búnker un peligrosísimo híbrido entre cine negro, melodrama y horror gótico, que deviene no sólo más cercana a este último género que a cualquier otro, sino la pieza más redonda y poderosa de todas las compuestas por el cineasta.
El olvido y la muerte La muerte está presente en El crepúsculo de los dioses desde sus minutos inciales. Una muerte singular en la que nos integramos, como espectadores, con pasmosa facilidad ya que el narrador de ésta estremecedora película, Joe Gillis, cuenta su historia en off mientras su cadáver yace flotando boca abajo en una piscina. Un recurso absolutamente fundamental que sintetiza, en sí mismo, gran parte de las intenciones del film: Gillis está muerto, sin embargo, escuchamos su voz con diáfana claridad, cual si estuviera vivo. Algo similar sucede con Norma Desmond. Es una muerta viviente, un ser físicamente presente aunque perteneciente a otro tiempo. Ella, al igual que las otras «figuras de cera» con las que mantiene patéticas reuniones lúdicas (entre las que podemos ver a H.B. Warner, que interpretó a Jesucristo en el Rey de reyes (1933) de Cecil B. de Mille, o al gran Buster Keaton en un par de planos sobrecogedores), se ha convertido en un zombi, en cuyo rostro se observan los devastadores estragos del paso del tiempo, a la par que deseoso de carne joven (Joe Gillis, en definitiva). El contrapunto entre «lo viejo» y «lo nuevo» es un elementos que Wilder potencia a lo largo de la película. Norma Desmond, su caserón y su modo de vida no únicamente se pierden en el tiempo cinematográfico sino que representan, para Gillis, algo decrépito, macilento por el paso irremediable de los años. El hecho de verse obligado a integrarse en esta coyuntura acentuará su repulsa hacia «lo viejo» que Norma cuida tan celosamente. Por contraste, el personaje de Betty Schaefer, está integrado en un mundo marcadamente opuesto al de la actriz: es joven, abierta e idealista, sus reuniones (la fie
![]() Billy Wilder subraya, hasta alcanzar unas cotas críticas verdaderamente terribles, la actitud de Hollywood hacia sus ídolos pretéritos. Más allá de la condición en la que se haya sumida Desmond y sus colegas de reuniones, el cineasta utiliza la figura de Erich Von Stroheim con intenciones evidentemente simbólicas. Director clave en la evolución del arte cinematográfico, con un estilo visual recargado y deslumbrante (del que Wilder toma como referencia varios aspectos estéticos y compositivos para los interiores de la mansión), Stroheim tuvo serios problemas con los estudios durante toda su carrera viéndose convertido en una figura «maldita» en los últimos años del cine silente y apartado totalmente de la dirección. La subordinación de su personajes, Max, a los caprichos de su idolatrada estrella no es más que la equiparación entre ambos personajes: la tragedia del olvido que no sólo afecta a quienes interpretan un film sino, también, a quienes mueven los hilos detrás de la cámara. En un momento dado, Stroheim cita a dos cineatas «prometedores» de los comienzos del cine, Cecil B. de Mille y David Wark Griffith, estableciendo con ello un perverso contrapunto que redondea la actitud crítica de Wilder hacia la industria. Mientras el primero hace una aparición (verdaderamente antológica) en la película, en el set de rodaje de Sansón y Dalila, dando muestras de encontrarse en la cima de su poder y talento, a la par que aplicándose ventajosamente a los nuevos tiempos, Griffith, por su parte, había fallecido un par de años antes siendo relegado por Hollywood a una dolorosa inactividad que se prolongó durante más de quince años, muy a pesar de ser el autor de piezas clave para el desarrollo de la sintaxis cinematográfica como El nacimiento de una nación, Intolerancia o Lirios rotos.
Billy Wilder, por tanto, al relacionar la falta de actividad profesional con la muerte más absoluta, convierte a sus personajes en esperpénticas representaciones de la condición humana. Norma Desmond aparece como un ser excesivo, megalómano
![]() La frustración es también inherente al carácter de Joe Gillis. Guionista fracasado, abocado a convertirse en el mantenido de Norma Desmond para poder subsistir, se encuentra constantemente en la disyuntiva del hastío que le produce la presencia física de la estrella (especialmente representativo, a este respecto, es la impresionante «imitación» que Desmond hace de Charles Chaplin) enfrentada a la comprensión por su actual estado. Gillis, por consiguiente, es el detonador que hace estallar la locura latente en la actriz que quiebra la, no por lamentable menos deseada, estabilidad en la que ella se encontraba refugiada en el consuelo de las cartas de falsos admiradores y viejas fotos que rememoran la perdida belleza.
Una película de terror
Como ya se ha esbozado anteriormente, si El crepúsculo de los dioses mentiene algún nexo genérico concreto éste es, sin ninguna duda, con el cine de terror. Muy posiblemente éste detalle haya estado planteado a conciencia por parte de Billy Wilder con el fin de incidir en las intencionalidades criticas, merced a la creación de unas imágenes absolutamente turbadoras y escalofriantes (la secuencia final) y a una estructura argumental enclavada, casi en su totalidad, en las convenciones del género. Es éste último punto, quizá, el más interesante de desarrollar ya que el primer bloque del film toma prestados de este tipo de cine un buen número de soluciones narrativas. La película comienza planteando, levemente, los problemas financieros de Gillis, así como su huída en coche de los acreedores. Es a partir de ahí donde los nexos de la película con el género fantástico toman cuerpo: su coche sufre un pinchazo y va a refugiarse en el garaje de una mansión en tan mal estado que cree abandonada, es observado por alguien desde una ventana (la propia Norma) y accede al interior del solitario caserón siendo confundido con el encargado de unos servicios fúnebres. La secuencia del entierro del mono pondrá
![]() El plano final de la película, con Norma Desmond mirando fijamente a cámara ya totalmente perdida en los recovecos de su locura, cierra totalmente el círculo del horror, al tiempo que produce en el espectador uno de los más terribles estremecimientos que jamás haya provocado un plano cinematográfico.•
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Características DVD: Contenidos: Menús interactivos / Acceso directo a escenas / Comentarios por Ed Silkov / Trailer de cine / Mapa de localizaciones de Hollywood / Galería de fotos / Páginas del guión original del Prólogo de la Morgue / La era Paramount / Documental sobre la música del Crepúsculo de los Dioses / Película en blanco y negro. Formato: Pal Fullscreen. Idiomas: Castellano, Inglés, Francés, Alemán e Italiano. Subtítulos: Castellano, Inglés, Árabe, Búlgaro, Croata, Checo, Danés, Holandés, Francés, Finlandés, Alemán, Griego, Hebreo, Húngaro, Islandés, Italiano, Noruego, Polaco, Portugués, Rumano, Serbio, Esloveno, Español, Sueco, Turco e Inglés para sordos. Duración: 106 mn. Distribuidora: Paramount.
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Editorial: Dirigido.
Colección: Programa doble nº 33.
Autor: Ángel Comas.
Fecha de publicación: 1998.
160 pp. Rústica. 12,5 x 19,7 cm. Incluye estudio La reina de África. |
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SUNSET BOULEVARD (1950)
La visión que el director Billy Wilder dio de Hollywood en El crepúsculo de los dioses fue cualquiera cosa menos amable y luminosa: su filme mostraba el lado oscuro del glamour en un cuento cruel y cínico, de atmósfera claustrofóbica y casi gótica. Aunque Franz Waxman fue uno de los creadores del estilo «clásico» en Hollywood, también es cierto que de todos ellos fue siempre el más heterodoxo, el más abierto a la experimentación: un filme como el de Billy Wilder le permitió realizar una especie de reflexión sobre el propio mundo en que trabajaba, sobre su propia música. La protagonista de la p
![]() Los títulos de crédito muestran un implacable traveling a ras del suelo, mostrando los créditos sobre las aceras del mítico Sunset Boulevard, el paraíso de los sueños. Esa visión irreverente del glamour hollywoodiense es perfrectamente acompañada por la música de Waxman, totalmente inusual para la época, pero que marca ya el tono fatalista y negro del filme: tras una ominosa introducción, marcada por sinuosas figuras en las cuerdas y un implacable ostinato en tambores y timbales, escuchamos los primeros atisbos del tema de Norma; pero éste se ve interrumpido por agresivas puntuaciones en la sección de viento y xilófonos, impidiendo su desarrollo, «devorando» con su sonoridad percusiva y metálica la libre exposición del tema: el nuevo Hollywod aplasta sin compasión a la vieja gloria.
Cuando Gillis conoce a Norma ya hay una versión más desarrollada de su tema, pero la orquestación (arpas, oboe, flautas, el sonido velado de las cuerdas) no oculta su condición de irrealidad, de sueño falso y lejano: un saxofón resuena como el eco lejano del glamour de otros tiempos y la escena está envuelta en una mezcla de compasión hacia la muerte en vida de Norma (con un momento en que su tema es ejecutado por un violín solista) y la comprensión del universo ilusorio en que vive.
Es en la patética, escalofriante escena final c ![]() |
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