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55 días en Pekín
55 Days at Peking
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Director (es) :
Nicholas Ray
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Año : 1963 |
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País (es) : USA |
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Género : Histórico |
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Compañía
productora : Samuel Bronston Productions |
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Productor (es) : Samuel Bronston |
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Productor (es) asociado (s) :
Alan Brown |
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Compañía
distribuidora : Filmayer |
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Guionista (s) : Philip Yordan, Bernard Gordon |
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Guión
basado en : la novela de Samuel Edwards |
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Fotografía : Jack Hildyard en Super Technirama 70 y Technicolor |
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Director (es) artistico (s) : Veniero Colasanti, John Moore |
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Decorados : Gil Parrondo |
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Vestuario : Gloria Mussetta |
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Maquillaje : Mario Von Riel |
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Música : Dimitri Tiomkin |
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Montaje : Robert Lawrence |
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Sonido : David Hildyard |
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Efectos
especiales : Alex C. Weldon |
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Ayudante (s)
de dirección : José López Rodero |
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Duración : 154 mn |
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Charlton Heston
Ava Gardner
David Niven
Flora Robson
John Ireland
Harry Andrews
Leo Genn
Robert Helpmann
Philippe Leroy
Paul Lukas
Elizabeth Sellars
Ichizo Itami
Jacques Sernas
Alfredo Mayo
José Nieto
Eric Pohlmann
Nicholas Ray
Félix Dafauce
Michael Chow
Fernando Sancho
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La inminente entrada en el siglo XX coincide con la reivindicación nacionalista que llevan a cabo los Boxers en territorio chino. Como consecuencia de esta estrategia, las distintas colonias de extranjeros que se hospedan en Pekín, la capital del vasto país asiático, corren un serio peligro. Los intentos de la Emperatriz Tsu Hsi por aplacar los ánimos de los Boxer resultan vanos. A tal efecto, la embajada norteamericana en Pekín solicita el apoyo de una unidad de marines que salvaguarden la integridad física de los extranjeros en suelo chino. Al frente de esta unidad militar se sitúa el Comandante Matt Lewis, quien conoce por primera vez en el hall del hotel donde se aloja a la Baronesa Natalie Ivanoff. Ambos protagonizan un cálido romance en medio de una situación sociopolítica cada vez más tensa e insostenible. |
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LAS TRIBULACIONES DE UN
COMANDANTE AMERICANO EN CHINA
Por Lluís Nasarre
A 55 días en Pekín (1963) el paso del tiempo le está jugando una mala pasada. No hace falta ser un espectador muy avezado para darse cuenta que en ciertos pasajes / situaciones el aire que respira su tratamiento le deja un poso de anacronía y porqué no decirlo, de producto encejecido. El aficionado a la obra de su director asume que la suma de muchos de las factores (de difícil armonia entre ellos) que componen esta producción de Samuel Bronston, rodada en la localidad madrileña de Las Rozas, le perjudiquen sobremanera al resultado final.
Cuando a inicios de los años 60 Bronston se estableció en España para producir películas, se aprovechó con la contratación tanto de técnicos como estrellas de la época dorada de Hollywood que se encontraban en el ocaso de su carrera, ya que sus salarios no eran los mismos de antaño. «Economizada» esa parte, Bronston se benefició también de las infraestructuras a utilizar en territorio español, que no incrementaban la partida de gastos del mismo modo que sí se realizaban en Hollywood. No obstante, el productor de origen ruso sabía que si pretendía realizar un cine comercial con la mirada puesta en Cecil B. De Mille, por poner un ejemplo, el tipo de películas tenía que ser muy similar. Por tanto, para rentabilizarlas debían contener las necesarias dosis de entretenimiento y espectáculo para toda la familia. Y de ahí la aseveración con la que se iniciaba este comentario. Ese libro de estilo es el que, posiblemente, haya perjudicado de forma considerable a 55 días en Pekín a la hora de afrontar el paso del tiempo. Porque si de comparaciones se trata, evidentemente Bronston no es De Mille, ni los medios españoles, los de la Paramount. Por otro lado, si ofreces un producto donde lo que prima es la Aventura —con mayúsculas—, si nos fijamos en, por ejemplo, los films del tándem Robert Taylor-Richard Thorpe, veremos que estos correspondían a un look Metro-Goldwyn-Mayer que permite englobarlos en un tipo de cine muy particular. Tanto que contenían, de igual modo películas de un género como de otro. Incluso las fantasía orientales en Technicolor de John Hall, Maria Montez y Sabú, obedecen a unos criterios de producción muy concretos que, aunque también les hayan pasado factura el devenir de los años, no hacen gala de los aires de pretenciosidad de las películas de Bronston, entre las cuales 55 días en Pekín se convierte en paradigma de un conjunto de intenciones no alcanzas. Sin embargo, aunque seguramente las motivaciones de Bronston no pasaban por ofrecer un periplo de callejón sin salida, a nivel personal se entiende, para los personajes de su epopeya, es desde ese punto de vista en que la película de Ray gana enteros, en cierta manera, insospechados. Y aquí se nota la mano de su director. El dibujo de sus personajes principales contiene en su desarrollo matices diferentes a los habituales para este tipo de películas. En ningún momento sus acciones reflejan heroicidades descabelladas. Es más, la misión que intenta acometer en un momento determinado el Mayor Lewis (Charlton Heston) con un grupo de hombres, fracasa. Es por eso que al espectador no le extraña ese tratamiento concreto y comprende la severidad con la que están tratados los personajes principales, los cuales reflejan en sus rostros, desubicación y añoranza por el pasado. Ni un ápice de sentimiento aventurero en su comportamiento, sus frases, sus relaciones entre ellos. Éstos obedecen más a automatismos producto de una vida insatisfactoria, que al sentimiento del deber. Incluso, en algún momento sus acciones parecen estar motivadas por el egoísmo. Con esas intenciones, es normal que confíes en la madurez, tanto personal como profesional de tus intérpretes. Como necesario fue disponer de unos decorados afines a la historia que se está narrando y que enriquezcan el sentido cosmopolita de la propuesta, así como de una magnífica, por poderosa, banda sonora de Dimitri Tiomkin, que acentúa el marco y el comportamiento de tus protagonistas. Factores todos ellos indispensables para conferir al drama y a sus imágenes, tanto intimistas como de acción, una sensación de melancolía elegíaca que permita —sin realizar ningun ejercicio de comprensión acerca del episodio histórico que se está narrando—, acompañar a los personajes e introducirte dentro de las legaciones internacionales para soportar el ataque de los boxer.
Lo paradójico es que, como hemos apuntado anteriormente, 55 días en Pekín, a buen seguro, no estuvo construida en la cabeza de Bronston de esa manera. El armazón principal de la historia no contemplaba las pequeñas historias que anidan en su interior. Por eso, en un principio no entiendes el porqué de la elección de Ray para un film que se presupone «colosalista». Ves las razones de que, tras las imágenes de Rey de Reyes (1961), se encuentre alguien de las inquietudes del director de The Lusty Men. Y lo mismo ocurre con las asignaciones de Anthony Mann con El Cid (1961) o La caída del Imperio Romano (1964). Incluso la de Henry Hathaway para con El fabuloso mundo del circo (1964) —en la que el propio Ray participaría como guionista—, por citar algunos de los títulos más populares que se encargó de producir Bronston. Pero extraña sobremanera la elección de Ray, alguien etiquetado como «puente» entre el clasicismo y la modernidad en el cine, para la realización de un film al que se le presumen multitud de tensiones claustrofóbicas; en lo que prima es la fisicidad y la mezcla de muchos factores y situaciones —y algún que otro heroísmo de folletín— que otro director posiblemente hubiese gestionado mejor. Posiblemente las intenciones de los films de la «factoría Bronston», en que el apunte dramático de que todos sus personajes supeditan su felicidad personal a la consecución de elevadas ideas, tentara a Ray ya que éste estaba acostumbrado a lidiar con caracteres diferentes que no pueden (o no quieren) encontrar su lugar-bajo-el-sol. Pero no forma parte de sus virtudes cinematográficas acometer un espectáculo de índole épica. Por eso no sorprende que en algunos pasajes 55 días en Pekín resulte una película deslavazada, de momentos no muertos pero si neutros, que sin embargo, alterna en determinados instantes un par o tres secuencias de acción medianamente bien resueltas. Parece ser que la insatisfacción de un inestable Ray (1) con el proyecto, precisó de la mano del director de la segunda unidad, Andrew Marton, la del operador Guy Green o la del propio Charlton Heston en la realización de alguna secuencia. Muchas manos para un film de soterrado lirismo, que ya nace errante y herido de muerte. Y eso se ve una vez el conflicto se ha presentado. Un conflicto dibujado con trazos gruesos y que necesita de muchos personajes y muchas historias paralelas para ir dándole una entidad que se va diluyendo. Ahora bien, a pesar de sus «pros» y de sus «contras» (amalgama de algunas situaciones personales bien resueltas y otras, las más corales, arquetípicas siendo algunas incluso prescindibles); de tener un film que se iba construyendo día a día debido a las múltiples reescrituras del guión de Philip Yordan, a mi juicio, la película despliega un par de historias interesantes que, afortunadamente, se convierten en una suerte de ejercicio de narrativa poética —muy en la línea de Nicholas Ray— dentro de un conflicto bélico: el de la baronesa rusa que encarna Ava Gardner, y el de la niña china huérfana. Podríamos incluso añadir, algunas de las escenas donde interviene el Príncipe Tuan (Robert Helpmann) que deben conferir al film las dosis de villanía necesarias, justificando la invasión (y permanencia) de las diferentes legaciones. Pero que duda cabe que no contiene la misma intensidad que el comportamiento de la fatigada aristócrata rusa, que ha vivido épocas mejores y que ve en la figura del Mayor Lewis la posibilidad de ganar en autoestima con su fugaz relación amorosa, otorgando densidad humana al conflicto. Una relación sustentada en la necesidad, en la mirada y en el miedo a la soledad. Tanto uno como otro saben que su romance es circunstancial, accidental; su fecha de caducidad está impresa en el momento en el que nace, pero la necesidad de mostrarse ante todos, orgullosos, como supervivientes de una época, aliándose en una situación extraña, enriquece sus personajes, y el de ella, sobremanera. Su aparición en la fiesta, con el collar y del brazo del militar, muestra a la leona que anida en su interior, dispuesta a defenderse mientras sea necesario. Su relación con su cuñado, la introduce en ciertas secuencias ribeteadas de un melodrama directo que no pretende en ningún momento encubrir el personaje que realmente es. Cuando le dice al Barón Ivanoff que explique al Mayor Lewis las razones de su caída social, afronta el instante con aplomo y dignidad, sin temer nada. Por eso sabemos que su relación durará lo que dure el asedio. Su sacrificio, consecuente con el esbozo de su personaje, sirve para (además introducir la figura del collar de diamantes que en un momento de apuro se convierta en medicinas) ofrecer el carácter mas afín a la habitual idiosincrasia de su director. Por otro lado, el apunte de la niña huérfana china no es gratuito, ya que a pesar de ser prácticamente irrelevante para el cuerpo dramático del film, en ella intuimos el germen y los condicionantes de una figura que en su maduración tendrá diversos problemas de identidad. Más aún si su vida sigue los pasos de un militar profesional, que tiene su hogar bajo las estrellas de cualquier cielo.•
(1) Durante el rodaje padeció una crisis cardiaca. |
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Características DVD: Contenidos: Menús interactivos / Acceso directo a escenas. Formato: Pal MPEG-2 Widescreen 2.35:1. Idiomas: Castellano e Inglés. Subtítulos: Castellano. Duración: 148 mn. Distribuidora: Divisa Red. Fecha de publicación: 19 de octubre de 2011. Incluye una reproducción facsímil de 36 páginas, de la versión en español del cómic oficial de la época que sigue fielmente el film.
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55 DAYS AT PEKING (1963) 
Dimitri Tiomkin
La-La Land Records LLLCD 1184. 2 CD's
Edición limitada a 2.500 copias.
Duración: 114: 09.
COMENTARIO (Por Christian Aguilera): Quizás más que ningún otro compositor de su generación —con permiso de Max Steiner—, Dimitri Tiomkin (1894-1979) obedece al retrato de músico de cine subordinado a las imágenes que apelaría continuamente a contribuir a dar relieve dramático a las mismas en detrimento de aportar una marca distintiva, fácilmente reconocible para el aficionado. Todo ello expresado con los lógicos matices, ya que su obra fue fecunda en el seno del Hollywood desde el arranque del periodo sonoro hasta las postrimerías del denominado Sistema de Estudios, q ue se prolongaría al otro lado del Atlántico, en un postrer intento por recuperar un concepto de producciones «seriadas» que acabaría en desuso a finales de los años sesenta. En ese periodo de lenta agonía del Studio System se sitúa la pieza musical que el compositor de origen ucraniano escribió para 55 días en Pekín (1963), la primera de sus contribuciones para los Estudios Bronston con domicilio fiscal en el centro de la península ibérica. A renglón seguido llegaría La caída del imperio romano (1964), realizada por Anthony Mann, proveniente de un género, el western, al que había dado lustre en los años cincuenta y al que asimismo se acomodaría Tiomkin en la misma década (Solo ante el peligro, Río Bravo, El último tren de Gun Hill, Los que no perdonan, El Álamo, etc.)
La-La Land Records, un sello que va creciendo a nivel de ediciones de clásicos en los últimos años, ha publicado el score completo de 55 Days at Peking —hasta ahora inédito en formato CD— recuperando inclusive temas que habían sido descartados para el montaje final del film.
Épica e intimismo
Aunque el realizador de 55 días en Pekín estuvo en fuera de juego durante algunas etapas del rodaje —el británico Guy Green lo reemplazaría— debido a problemas de salud, y por ende, su control iba menguando a medida que se llegaba a la fase de montaje, el tipo de compositor que representaba Tiomkin se avenía a los requerimientos de Nicholas Ray. Si prestamos atención a la veintena de largometrajes que Ray dirigió, ninguno de éstos ha trascendido por su apartado musical, en el entendido de composiciones que favorezcan a la retentiva por parte del aficionado. La salvedad a esta «regla» cabría encontrarla en la canción “Johnny Guitar”, escrita por Victor Young e interpretada por Peggy Lee. En cierta manera, la idea de acoplar una canción en el contexto de un western —eso sí, de aliento romántico— como Johnny Guitar (1953) vino inducido por la popularidad alcanzada por el tema “High Noon” en Solo ante el peligro (1951), ejecutado por Ned Washington sobre la base de una composición escrita por el propio Tiomkin. Esta dinámica se revelaría norma habitual en los westerns de la década en los que participaría con asiduidad Tiomkin y que, ya sea por voluntad propia o por imperativos de producción (en atención a los cambiantes gustos de un público mayoritario), «transferiría» a otros espacios genéricos como las cintas de sustrato histórico del estilo de 55 días en Pekín. El penúltimo largo dirigido por Ray no escaparía a esta realidad, ya que “So Little Time”, en la voz de Andy Williams, se erige en la punta de lanza de un sentimiento romántico que el comentario musical de Tiomkin expresa a cuentagotas en el desarrollo de una historia con el conflicto bélico colocado en primer plano durante los casi dos meses que duraría el asedio de los Boer al área de la capital de China donde se situaban un crisol de embajadas pertenecientes a distintos países del planeta. Una «disonancia» que pudiera afectar a la «línea de flotación» del efecto dra mático que quiso repercutir Tiomkin en su score, pero que se aceptaba en aquella época a modo de licencia con visos a elevarse a la categoría de cliché. Como asimismo lo sería la confección de un tema de apertura que embellecieran los dibujos —en esta ocasión, cortesía de Don Kingman—prácticamente rescatados de un story-board de la película, en que Tiomkin da rienda suelta a ese sentimiento apasionado, enérgico, vivaz, supeditado a la sección de cuerda y de viento, que nos sitúa en la antesala de un conflicto con la participación, directa o indirecta de numerosas naciones. En su parte final asoma ese poso romántico —en relación a la subtrama de amor librada entre el Matt Lewis (Charlton Heston) y la Baronesa Natalie Ivanoff (Ava Gardner), que parece extenderse, sin abandonar el plano intimista, a la que mantiene el Major con la pequeña Teresa (Lynne Sue Moon)— que a lo largo de la cinta va operando por debajo de una superficie presidida por la fuerza de la percusión a través de marchas militares y conceptos musicales de pura extracción descriptiva en su formulación más canónica.•
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¿Qué valoración le darías a esta película? |
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