Realizada nada menos que cuatro años después del exitoso estreno de su predecesora, Regreso al futuro II apenas tiene una mínima correspondencia con la calidad de la anterior. Son muchos los problemas que afectan a éste film pero uno de ellos, en particular, se encuentra en el statu quo de su máximo responsable, Robert Zemeckis. Con los abultados ingresos de la primera parte y el taquillazo que supuso su excelente ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, la figura de Zemeckis ya se encuentra lo suficientemente encumbrada como para poder obrar a su voluntad dentro de la industria. Y es éste, y no otro, el más grave de los problemas de la presente secuela: su falta de humildad. Una humildad que sí se hallaba más que presente en el film de 1985 mediante su envidiable capacidad inventiva. Zemeckis ya no se encuentra en la necesidad de demostrar absolutamente nada y prueba de ello es ésta irritante película que se pierde en una historia imposible y en una dirección hueca y autocomplaciente.

   Las deficiencias argumentales de la película son más que evidentes. Más allá de la problemática habitual en los films que tratan de «viajes en el tiempo» (un verdadero festín para los cazadores de «trampas» o «licencias» narrativas), lo cierto es que Regreso al futuro II traspasa los límites de lo tolerable, trasladando al espectador a un batiburrillo de situaciones que no son más que un calco deformado de lo acontecido en la obra original y a un desarrollo embrollado y decididamente aburrido que hace que el film acabe perdiendo el interés demasiado pronto.

   Zemeckis, al igual que hará en gran parte de sus posteriores piezas, comienza a prestar mucha más atención al contenido técnico y a los efectos visuales que a realizar una dirección conveniente e intentar salvar las deficiencias del guión. Por ello, Regreso al futuro II no puede estar más abandonada por su responsable. Lo que acontece a lo largo y ancho de la cinta (y, como excusa, se sirve que se desarrolla en un futuro, en el fondo, no muy lejano) no es más que un cúmulo de imágenes tratadas en la mesa de montaje o por el equipo de efectos especiales. No existe el ritmo, sino la brusquedad. La frescura de su predecesora queda convertida en aparatosidad. La conjunción de todos los elementos necesarios para convertir esta segunda parte en un nuevo éxito de taquilla (como así fue), pero la degeneración de unas directrices que habían apuntado un resultado más que notable, pero que Regreso al futuro II se encarga de desintegrar por completo.