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Sydney
Sydney / Hard Eight
     
    Director (es) : Paul Thomas Anderson
    Año : 1996
    País (es) : USA
    Género : Thriller
    Compañía productora : Green Parrot / Rysher Entertainment / Trinity
    Productor (es) : Robert Jones, John S. Lyons
    Productor (es) ejecutivo (s) : Hans Brockmann, François Duplat, Keith Samples
    Productor (es) asociado (s) : Helene Mulholland
    Compañía distribuidora : Aurum
    Guionista (s) : Paul Thomas Anderson
    Fotografía : Robert Elswit en color
    Diseño de producción : Nancy Deren
    Director (es) artistico (s) : Michael Krantz
    Decorados : David A. Koneff
    Vestuario : Mark Bridges
    Música : Jon Brion, Michael Penn
    Montaje : Barbara Tulliver
    Sonido : Richard King
    Efectos especiales : Lou Carlucci
    Ayudante (s) de dirección : Rip Murray
    Duración : 102 mn
   
     
    Gwyneth Paltrow
Philip Baker Hall
John C. Reilly
Samuel L. Jackson
F. William Parker
Philip Seymour Hoffman
Nathanael Cooper
Wynn White
Robert Ridgely
Kathleen Campbell
   
   
    Sydney es un maduro y experto jugador. Refinado en sus maneras ha conseguido, gracias a su experiencia, mantenerse vivo en el mundo de la partidas clandestinas de póker con mafiosos de todas las calañas. Tras tantos años en la profesión, Sydney ha decidido retirarse, no sin antes enseñar su noble oficio a un nuevo valor. Su último discípulo será John, un infeliz hombre de mediana edad al que nada le sale bien, un perdedor en toda medida. Con tal de aleccionar a John, el viejo tahúr decide llevarlo a la cuidad de Reno, famosa por sus impresionantes casinos. A medida que Sydney explica a su pupilo las artimañas y trucos del mundo del juego, se empieza a tejer una relación padre e hijo que acaba convirtiendo al viejo Sydney en una especie de ángel benefactor del bueno de John.
   
   
   

EL CINE Y SUS MAESTROS
 
Por Joaquín Vallet Rodrigo 
Dos cortometrajes, The Dirk Diggler Story realizado en 1988 y Cigarettes & coffee en 1993, es el bagaje cinematográfico con el que contaba Paul Thomas Anderson a la hora de abordar su ópera prima. Sydney es una pieza difícil de analizar en solitario por varias razones. Primero, porque se trata del primer film de un cineasta que ha demostrado un talento fuera de lo común en sus restantes películas, apareciendo esta película como un producto menor a nivel comparativo con obras maestras como Boogie Nights, Magnolia o Pozos de ambición. La película es uno de esos trabajos que pueden sorprender, pero no impresionar; una cinta quizá directamente dependiente de los demás logros de su máximo responsable que anuncia un buen número de los elementos que Anderson se encargaría de madurar y extender en su posterior filmografía, pero que como pieza individual, muy a pesar de poseer una innegable solidez, no se sustenta en la genialidad revelada a partir de Boogie Nights.
Segundo, como todo debut de cualquier joven obsesionado con el cine (Anderson es uno de estos casos), Sydney deviene un compendio de los gustos cinéfilos de su autor. De los argumentos, géneros y, sobre todo, cineastas que han ido conformando a través de los años su idiosincrasia artística hasta llegar a reciclarlos y materializarlos en un film. La película, al igual que Bob le flambeur de Jean-Pierre Melville, toma como protagonista la figura de un viejo jugador de cartas a quien la vida comienza a parecerle una carga cada vez más pesada. Melville no es únicamente una toma referencial en este aspecto, sino que  amplia su influencia en el estilo del joven realizador: su sombra está presente en la exposición de un ser lacónico y de cierto hieratismo, al que Philip Baker Hall dota de una contundencia verdaderamente extraordinaria, matizando el gesto mínimo y expresando todo su mundo interior (al igual que los silenciosos «héroes» del gran director francés) mediante la profundidad de una mirada infinita. Cabe hacer un pequeño aparte, en este sentido, para destacar el espléndido trabajo del actor, uno de los intérpretes fetiche de Anderson, que en Sydney alcanza momentos verdaderamente extraordinarios y más, si se tiene en cuenta que la práctica totalidad del film descansa en él. Asimismo, Melville vuelve a tomar posesión del cineasta californiano a través de la consecución de un ritmo muy particular que oscila entre lo reflexivo y lo hiperbólico (las secuencias finales, por ejemplo) muy matizado por Anderson gracias a la fusión entre unas maneras de plantear la película en absoluto convencionales y muy apegadas al concepto europeo de «autor», con unas formas externas que mantienen un cierto enlace con el cine estadounidense, sobre todo de la década de los setenta.
     Es ésta, de hecho, otra de las bases más importantes de Sydney: la mirada hacia los cineastas surgidos en esa década y, en especial, a la figura de Martin Scorsese y Francis Ford Coppola. Del primero, Anderson toma varias resoluciones concretas, sobre todo en lo que tiene que ver con el montaje (algo que acentuaría en Boogie Nights); de Coppola, por su parte, adopta el aire solemne y operístico que ha integrado los mejores logros del autor de El Padrino, trasladándolo a una escala quizá reducida (al carecer de la megalomanía habitual en el italoamericano), pero más que evidente a lo largo de toda la duración de Sydney. No se puede dejar de lado, asimismo, a Robert Altman. Es incuestionable que su influencia se halla bastante más oculta en este film que en otros de su realizador (Magnolia, a la cabeza), sin embargo, la forma que tiene Anderson de tratar a sus personajes hace que, aunque Sydney se encuentre en las antípodas de ser una pieza coral, sí se vislumbren puntos de conexión bastante notorios con Altman.
Sydney es, por todo ello, una especie de tesis para un cineasta deseoso de mostrar todo su talento cinematográfico. Por ello mismo, éste es sin duda el trabajo más humilde de todos los emprendidos por Anderson. Humilde no por lo que respecta al presupuesto y a su clara tendencia de film independiente, sino de intenciones y resultados. La inclinación del director hacia el exceso se encuentra aquí simplificada al máximo, componiendo una película sencilla, austera en ocasiones, que nada quiere saber de ningún tipo de tendencia hacia la grandilocuencia, sin duda, debido a que la producción se concibe como una obra de formación, una exposición inconclusa de varios elementos que Anderson retomaría con fuerza en los años siguientes aplicando, ahora sí, todo su poderío visual. De igual manera, las líneas temáticas son mucho más superficiales, así como el análisis de los personajes y el ambiente (cronológico, social) en el que se mueven. Aspectos que formarán el corazón de su obra y que en Sydney, sin embargo, solo adquieren una importancia circunstancial.
     Pese a todo lo expuesto, cabe decir con prontitud que esta es una magnífica película. Ahora bien, representa más un cúmulo de sueños cinéfilos, homenajes a directores venerados y amago de declaración de principios que un film directamente vinculado con las posteriores obras maestras de Paul Thomas Anderson.•
   
     
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Características DVD: Contenidos:
Menús interactivos / Acceso directo a escenas. Formato: Pal 1.33:1, 4:3. Idiomas: Castellano e Inglés. Subtítulos: Castellano e Inglés. Duración: 103 mn. Distribuidora: Paramount.
   
       
   

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