No sin ciertas dosis de socarronería —algo consustancial a su propia personalidad— John Cleese, el de mayor edad de la troupe de los Monty Python, reparaba en el hecho que el éxito comercial de La vida de Brian (1979) no vino acompañado por un reconocimiento por parte de la industria cinematográfica de su país a través de los BAFTA, los equivalentes a los Oscar® en suelo británico. Por ello no dejaba de sorprenderle que el siguiente film de los Monty Python, que consideraba menos logrado que Life of Brian, cosechara contra todo pronóstico el
Gran Premio del Jurado del Festival Internacional de Cine de Cannes. Sin lugar a duda, un film construido sobre la base de un encadenado de sketches pudiera tener, al margen de la Palma de Oro —La balada de Narayama (1983) de Shohei Imamura— una mejor valoración en su conjunto por parte de un jurado presidido por el escritor William Styron (La decisión de Sophie) que un buen puñado de producciones cinematográficas administradas tras las cámaras por Martin Ritt, James Ivory, Nagisa Oshima, Andréi Tarkovsky o Víctor Erice, entre otros. Con todo, los diez miembros del jurado —entre los que cabía contabilizar a Karel Reisz, uno de los adalides del free cinema— de la 36 edición del certamen galo premiaron el grado de osadía de una propuesta que contó con el «valor añadido» de un corto —
The Crimson Permanent Assurance— que precede al film de
sketches que se inicia con una nacimiento —en una diatriba contra el sistema sanitario británico, en consonancia con el contenido de
Britannia Hospital (1982), dirigida por otro de los
Angry Young Men,
Lindsay Anderson— y concluye con una
viñeta en que hace acto de presencia la Muerte en una cena privada en la campiña inglesa. Si se desconociera la naturaleza anárquica y caótica de los Python podría llamar a la

sorpresa permitir que el corto en cuestión se elevara por encima de la calidad del «film nuclear», quizás con la excepción del episodio II
The Third World. No en vano, en estos segmentos se concentró la mayor parte del dispendio de un presupuesto que necesariamente requirió del concurso de una
major —la Universal— para asumir los elevados costes según los estándares que manejaban los Python. En el caso de
The Crimson Permanent Assurance duranre su periodo de gestación nació para ser un
sketch de animación, a insertar a lo largo del metraje, pero que el hartazgo de
Terry Gilliam por emplearse en la disciplina artística que más había destacado hasta entonces le llevó a que cobrara vida propia con personajes reales. Vistos los resultados, el corto en cuestión serviría de esbozo para el proyecto que Gilliam barruntaba por aquel entonces, el de
Brazil (1985), en sendos casos con un similar empleo de los grandes angulares adecuados por la cámara manejada por el director de fotografía Roger Plant. El resto de la cinta, en cambio, contó con el
cameraman australiano Peter Hannan, quien debió someterse a una actividad febril durante el tiempo que duró el rodaje dado que el director titular —Terry Jones— se abonaría a componer hasta un total

de trece personajes, dos de los cuales de inolvidable recuerdo para los fans de los Python, esto es, la madre irlandesa de un total de setenta hijos (sic) en el mencionado episodio
The Third World, y el Sr. Creosote para uno de los episodios más desagradables de la función, el de la zona central de un restaurante dominada por su hipermórbida figura. Este segmento en cuestión a punto estuvo de ser excluido del montaje final, pero los dotes de persuasión de Terry Gilliam jugaron su papel para convencer a los más reticentes del grupo —encabezados por John Cleese— de que podría tener encaje en una propuesta ya de por sí esperpéntica, un puro ejercicio de
non sense dividido en siete episodios que tratan de “abrirse camino”, a nivel narrativo, merced a cuestiones que giran en torno al «Sentido de la vida». Como bien señala
Eric Idle —protagonista, junto al finado
Graham Chapman, de una excelente escena que funciona a modo de coda del susodicho segundo episodio—,
El sentido de la vida (1983) deviene un film musical. No podía faltar, pues, un tema que compitiera en originalidad y popularidad con el de “Always Look On the Bright Side of Life” que escucharíamos por primera vez al final de
La vida de Brian. Así pues, “Every Sperm Is Sacred” tributa entre los temas más tatareados del cancionero de los Monty Python, marcando el compás de las coreografías de uno de los episodios mejor filmados por Jones, pero que a modo de contrapartida contribuyó a que la República de Irlanda prohibiera el estreno del film. Jones se jactaría que de cuatro fil

ms británicas prohibidos en Irlanda tres estaban dirigidos por él, a saber,
La vida de Brian,
El sentido de la vida y
Servicios muy personales (1989), esta última estrenada el mismo año que fallecía Graham Chapman a causa de un cáncer. Sin una de sus almas los Monty Python ya no tuvieron razón de ser de cara a un eventual reencuentro. Eso sí, las peceras volverían a adquirir protagonismo en una cinta como
Un pez llamado Wanda (1988), en que John Cleese y Michael Palin seguían enarbolando la bandera de un humor que había tenido arraigo en multitud de países allén de las Islas Británicas.•