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La papisa Juana
Pope Joan
     
    Director (es) : Michael Anderson
    Año : 1972
    País (es) : USA
    Género : Biográfica
    Compañía productora : Big City para Columbia
    Productor (es) : Kurt Unger
    Productor (es) ejecutivo (s) : Leonard C. Lane
    Productor (es) asociado (s) : John Briley
    Guionista (s) : John Briley
    Fotografía : Billy Williams en Panavision y Eastmancolor
    Diseño de producción : Elliot Scott
    Vestuario : Elizabeth Haffenden, Joan Bridge
    Música : Maurice Jarre
    Ayudante (s) de dirección : Peter Bolton, David Tringham, Jake Wright
    Duración : 132 mn
   
     
    Liv Ullmann
Maximilian Schell
Trevor Howard
Olivia De Havilland
Keir Dullea
Robert Beatty
Franco Nero
Jeremy Kemp
Patrick Magee
Sharon Winter
Lesley-Anne Down
Natasa Nicolescu
Margareta Pogonat
   
   
    A mediados del siglo IX, entre los pontificados de los santos padres León IV y Benedicto III, hubo el breve momento del Papa Juan VIII. Así lo aseguran escritos del siglo XIII dando explicación a cierto periodo oscuro entre los dos primeros pontífices mencionados. Y en tales textos se asegura que Juan VIII fue Juana, una mujer procedente de la inclemente Alemania rural, de inusual inteligencia y capacidades, a quien embargaba un profundo amor hacia la humanidad más desvalida. En medio de las guerras que el Imperio Carolingio sostiene contra sajones y sarracenos, en un mundo violento y masculino que excluía a la mujer, Juana, forzada a disfrazarse de monje para salvar la vida, acaba ante León IV quien, deslumbrado por su capacidad, no duda en nombrarle su sucesor. Pero a Juana también le embarga el amor terrenal, y no puede evitar enamorarse de Luís II, el futuro Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.    
   
   
   

LA CEREMONIA DE LA CONFUSIÓN
 
Por Ignasi Juliachs
Michael Anderson consigue con La Papisa Juana un film sólido en muchos sentidos, sin embargo, en uno de básico no sale en absoluto airoso: resulta del todo imposible dar crédito como estampa masculina a Liv Ullmann (la Papisa Juana), y todavía menos que su condición de mujer no se descubra en algún momento de su vida, o como mínimo por parte del personal o los cardenales del Palacio Laterano. Ante la evidencia, pobres recursos son los comentarios del pronto difunto santo padre, Leon IV (Trevor Howard), acerca de lo femenino de sus manos o de su voz, o del tardío descubrimiento del Emperador Luis II (Franco Nero). Puede que el error esté en el mismo origen de la leyenda, que durante siglos se creyó un hecho de la historia, aunque por lo que se refiere a ello aún cabría admitir la posibilidad de que una mujer criada en un entorno rural de la Alemania carolingia pudiera disimilar mejor su condición, lo que en modo alguno ofrece Liv Ullman, cuyo fino cutis y mirada cristalina da poca credibilidad a su papel viril pese al evidente esfuerzo interpretativo no exento de logro desde el estricto extremo actoral.
Hombre por lo común de género y acción, Michael Anderson puede alardear de llevar a sus espaldas títulos como La vuelta al mundo en ochenta días (1956), La fuga de Logan (1976), Las sandalias del pescador (1968) —a cuyo éxito se debió este nuevo intento de aires eclesiales—, Operación Crossbow (1965) o Misterio en el barco perdido (1959), y logra con esta superproducción de sello británico, que recuerda en muchos aspectos a las de los años 50, una mise-en-scène absolutamente espectacular acariciada por unos encuadres y movimientos de cámara de gran inteligencia y savoir faire, de los que en algo debe ser responsable quien también fotografiara El viento y el león (1975), Mujeres enamoradas (1969) o Gandhi (1982): Billy Williams. El exterior e interior del Palacio Laterano resultan muy creíbles, en parte gracias a una iluminación aceptable, teniendo en cuenta el mundo de velas en el que nos hallamos y que tal elemento no siempre es atendido como se debe en un film de aires hollywoodienses. A este respecto verista, bien es cierto que a partir de los años 70 el cine mainstream ya mostraba el horror y la violencia de manera más explícita que en décadas precedentes, pero, con todo, hay que reseñar lo tremendo de la secuencia en que Juana es violada por unos monjes supuestamente conchabados con el padre de la joven, que la explota por su capacidad de leer y orar en sus sermones evangelizantes reportadores de pingües beneficios, o el asalto sajón al monasterio femenino en que Juana se ha refugiado, cuya atrocidad recuerda algunos momentos de Sam Peckinpah. Otro factor bien presente a lo largo de todo el film, y no es poco, es la visión terrosa de la época: la suciedad se palpa y se huele; la mugre cohabita con los seres humanos (en Roma, ese émulo de auspicio donde los niños huérfanos malviven); hasta la sede papal, pese al subrayado del pasado romano que puede sugerir la terma papal o la condición basilical de los templos, transpira cierta tosquedad y podredumbre.  
   Por todo ello, y con la perspectiva del tiempo, sorprende el gran fracaso comercial que sufrió la cinta, que dadas sus cualidades parecía tener todos los ingredientes para correr mejor suerte: propiedades plásticas; relato bien construido en su versión final —volveremos sobre este extremo—; un argumento incisivo para el momento (la mujer que demuestra poseer tantas o más capacidades intelectivas e intelectuales que cualquier hombre, y que se abre paso en un universo masculino del todo cerril); e interpretaciones excelentes de un reparto que presenta nombres como Olivia de Havilland, Trevor Howard, Maximilliam Schell, Franco Nero, Patrick Magee, y una incipiente Lesley-Anne Down. Quizá —y no somos sociólogos—, puede que determinado tratamiento de tono hagiográfico para el personaje, dentro de una estructura clásica ya algo trasnochada propia de los 50, más lo increíble que se hace aceptar a Ullmann como varón, tuviera su peso específico.
   No obstante, es de justicia resaltar el gran cuidado que el guionista John Briley (Gandhi; Cristóbal Colón: el descubrimiento) vertió en el aspecto pretendidamente histórico de la narración. Su guión original tiene en cuenta e interpreta con gran libertad pero también efectividad los escritos del siglo XIII de Esteban de Borbón, o de Martín de Opava, quienes no hicieron sino recoger una vieja leyenda que aseguraba que entre los papados de León IV y Benedicto III hubo el del Papa Juan VIII, que sólo duró veinticinco meses. Supuestamente, su nombre fue borrado de todo registro al evidenciarse finalmente su condición de mujer además embarazada. Con todo, investigaciones muy a conciencia parece ser que demuestran que, efectivamente, entre los dos santos varones existe un hueco de varias semanas en las que por el momento no es posible saber qué ocurrió. Anderson y Briley atienden con gran respeto algunos extremos de suma importancia en aquel lejano siglo IX cuya brumosa y pretérita condición facilita ya de por sí no pocas licencias desde la perspectiva de la narrativa. El primero de ellos es la no resuelta lucha de poderes entre el Sacro Imperio Romano Germánico y la Iglesia Cristiana. ¿Quién iba primero, el Papa o el Emperador? Tal tensión, que no solucionó Carlomagno dejándose coronar por León III, se explicita en el enfrentamiento por la coronación que mantienen la Papisa Juana y Luís, el biznieto de Carlomagno, en las escaleras del Palacio Laterano, cuyo excelente diálogo, pura ficción pues Luís II fue coronado por Sergio II, casi resulta pedagógico acerca del conflicto existente.
   Liv Ullmann forja y transmite un personaje torturado, tremendamente humano, que mantiene múltiples combates internos derivados de su convicción de estar llamada a altas empresas, de su fe y sexualidad, y de su impostura. A ella se ha visto obligada para salvar la vida pero, aunado a su inteligencia y formación, la lleva a la sede papal muy a su pesar. Acaba por aceptar tal cargo entendiéndolo como el objetivo para el que Dios la reservaba, y desde su poder tiende a hacer el bien y trabajar por los desfavorecidos, contraviniendo intereses creados de diversos sectores. No lucha menor mantiene con sus apetitos carnales, que aunque reprime tanto como puede, no es lo suficientemente fuerte como para evitar, primero con su compañero ilustrador (Maximiliam Schell), y luego con el mismísimo Emperador de quien queda preñada. Cabe aquí destacar lo atrevido —para la época— de una secuencia en que la joven Juana no puede evitar masturbarse, atraída por Luís II cuando éste, junto a su padre, Lotario I, y su abuelo, el Emperador Luís I (André Morell), están de visita al convento en que se haya refugiada.
Como colofón, resulta obligado hablar de una versión reciente del film en DVD, que no hemos podido visionar, la cual se anuncia como la versión original del film de Anderson. Este, digamos, director’s cut, fruto de una restauración efectuada en 2009, se titula She… Who Would Be Pope, y narra la vida de la Papisa Juana en flash backs a partir de otra Liv Ullmann (ahora una Juana del siglo XX) que está convencida de ser la reencarnación de aquélla. En consecuencia, se dedica a denunciar el grado de vileza de nuestro mundo moderno. A lo largo del metraje, se perciben similitudes entre ambas vidas, con la salvedad de que la Ullmann moderna acude a la consulta del psiquiatra Dr. Stevens (Keir Dullea), quien la verá morir en sus brazos debido a un embarazo que análogamente la moderna Juana también pretende ocultar. Al parecer, Columbia, encargada de distribuir la cinta, creyó conveniente eliminar toda la parte del siglo XX y construir la historia linealmente, en un estilo clásico: la versión que finalmente se estrenó en las salas cinematográficas.•
   
     
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Características DVD: Contenidos: Menús interactivos / Acceso directo a escenas. Formato:  16/9 2.35:1. Idiomas:   Castellano e Inglés. Subtítulos: Castellano. Duración: 105 mn. Distribuidora:  Suevia Films. Fecha de lanzamiento: 16 de febrero de 2011. 
   
       
   

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