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La vida futura
Things to Come
     
    Director (es) : William Cameron Menzies
    Año : 1936
    País (es) : GBR
    Género : Ciencia-ficción
    Compañía productora : London Film Productions
    Productor (es) : Alexander Korda
    Guionista (s) : H.G. Wells
    Guión basado en : la novela The Shape of Things to Come, de H.G. Wells
    Fotografía : Georges Périnal
    Director (es) artistico (s) : Vincent Korda
    Vestuario : John Armstrong, René Hubert
    Música : Arthur Bliss
    Montaje : Charles Crichton, Francis Lyon
    Efectos especiales : Edward Cohen, Ned Mann
    Ayudante (s) de dirección : Geoffrey Boothby
    Duración : 100 mn
   
     
    Raymond Massey
Edward Chapman
Ralph Richardson
Margaretta Scott
Ann Todd
Derrick De Marney
Sir Cedric Hardwicke
Maurice Braddell
Pearl Argyle
Ivan Brandt
Patricia Hilliard
George Sanders
   
   
   
Everytown, aparentemente una ciudad idílica, donde todo el mundo parece encontrarse a gusto, es arrasada por un bombardeo el día de Navidad de 1940. Treinta años después, la ciudad alberga una sociedad distinta, antiutópica, consecuencia directa de la guerra que había tenido lugar en ella. Everytown es gobernada por una especie de déspota que decide todas las cosas en nombre de sus habitantes. El lugar se convierte en algo inhabitable. Sin embargo, la llegada de un hombre en un avión hará cambiar el curso de la historia de esa pequeña ciudad. El recién llegado conseguirá que la sociedad despierte y empiece a construir una nueva urbe, dominada años más tarde por la tecnología más avanzada.
   
   
   
   
     
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Características DVD: Menús interactivos / Acceso directo a escenas / Ficha artística y Ficha técnica / Filmografías selectas. Formato: 1.85:1. Idiomas:  Inglés. Subtítulos: Castellano. Duración: 90 mn. Distribuidora: Manga Films.
10- LA VIDA FUTURA (THINGS TO COME, 1936)
Basada en la novela de H.G. Wells, The Shape of Things to Come (datada en 1933 y no editada en nuestro país hasta la fecha), La vida futura es una de las obras más importantes de la ciencia-ficción europea del pasado siglo. En ella se representan todos los valores intrínsecos al ser humano en armonía con su rol en la sociedad en la que convive. Estructurada en tres segmentos que se entrelazan entre sí en orden cronológico, Things to Come (1936) inicia su relato en 1940, año premonitorio en el cual estalla una cruenta Guerra Mundial que arrasa una ciudad llamada Everytown, esto es, una ciudad cualesquiera de la vieja Europa. Nos encontramos, pues, en una fecha crucial, el día de Navidad de 1940, en la que miles de pasquines y carteles alertan sobre el inminente estallido de una guerra que devendrá atroz para el conjunto de la humanidad instalada en esa pequeña localidad que algunos pudieron equiparar al Londres antes de la fatídica Segunda contienda. Sin embargo, su director, William Cameron Menzies, un productor dessigner de renombre, dio un sentido más fatalista del que cabía esperar y más teniendo en cuenta ese carácter de festividad y jolgorio que se aprecia en esas imágenes con niños y adultos celebrándolo. Recordando un tanto a la posterior ¡Qué bello es vivir!, esta producción magna de Alexander Korda engloba el sentimiento de frustración y ambivalencia que recorre toda la historia de la humanidad a lo largo de los años. Si bien, ese aspecto profético que se podía vislumbrar y leer en las primeras escenas, se difuminará a medida que transcurra el tempus y sus correspondientes elipsis. De esta forma, pasamos de 1940 a 1946, y de 1955 a 1970, sin apenas dilación, haciendo referencia a épocas que están por llegar en las cuales, las contiendas y la peste vuelven a irrumpir con fuerza, como si de un nuevo ciclo de acontecimientos negativos se tratara. La figura de Alas sobre el mundo, un personaje crucial en el devenir de la historia (Raymond Massey en un papel dual, este y el de John Calas), a partir de su aparición descendiendo de un avión ultraligero, es una mera representación de esa dicotomía entre la utopía y la antiutopía, entre el progreso y su paralización, entre la soberanía del Estado y la tiranía. Con guión del propio H.G. Wells, de la cual consideraba una de sus obras señeras, y de Lajos Biro, La vida futura se detiene a reflexionar sobre la idealización de un mundo futuro, no por más moderno menos prometedor, donde la ciencia ocupa un lugar preponderante, aunque no determinante. Es por ello que en esta faceta la antiutopía se antepone a una utopía excesivamente idealizada en el subconsciente humano. La tecnología puede convertirse en un arma que se torne en contra del propio ser que lo diseñó; sus imperfecciones podrían ser motivo de una revuelta, como así ocurre en el seno de la narración. Un mundo apocalíptico se cruza en medio de una barbarie que destruye a todos por igual, cuyo último bastión es el sectario dictador que acaba abatido por su propia medicina: un gas venenoso que se infiltra anaeróbicamente.
Por otra parte, la inventiva visual del film fue fruto de un trabajo conjunto, en el cual tuvo mucho que ver la prestancia de Vincent Korda. El diseño de una ciudad futurista del siglo XXI recuerda a la arquitectura de Le Corbussier y al art déco, así como a algún aspecto de Metrópolis (1926) y su composición de la pantalla en forma de estratos sociales (recordemos que Everytown parece ocupar el lugar de un subterráneo).
En suma, La vida futura es, fue y seguirá siendo uno de los más duros alegatos contra la vanidad humana, sobre su megalomanía y, en esencia, sobre el devenir científico, sobremanera, en lo concerniente a los viajes interplanetarios, tan difíciles e inalcanzables hoy en día como los pronosticados hace casi un siglo por el propio H.G. Wells.
Àlex Aguilera
 
 
11- THE SPACE CHILDREN (HIJOS DEL ESPACIO, 1958)
Rebautizada como Hijos del espacio en su primera aparición en el mercado audiovisual español, The Space Children permanecía hasta la fecha como la única película de ciencia-ficción de su director, Jack Arnold, que no había sido editada ni estrenada en nuestro país. No en vano, esta sería asimismo su última incursión en este campo tan cultivado en la década de los cincuenta.
De la mano de William Alland, productor a la vieja usanza de Hollywood aunque sin la generosidad de otros potentados de la época, Arnold recayó en la Paramount –tras abandonar la Universal- para continuar con una carrera pletórica en lo personal. No obstante, Arnold concluyó de forma un tanto errática este recorrido por la sci-fi con un producto muy justo en el terreno presupuestario y pobre en su resultado técnico final. Haciendo acopio de una voluntad encomiable, no así sus difusas ideas en el rodaje, el binomio Alland/Arnold quiso promover un film totalmente antibelicista empleando para ello un escenario idóneo: una base militar en plena costa y bañada por las limpias aguas del Pacífico.
La preparación para el lanzamiento de un cohete, en fase de pruebas, será el pretexto que utiliza el guión escrito por Bernard C. Schoenfeld, según el libreto de Tom Flier titulado The Egg, para dar rienda suelta a la imaginación de un grupo de niños –hijos de técnicos en ingeniería militar- que se topan en una cueva con una especie de masa gelatinosa con entidad propia. Casualmente, ese mismo año -1958- se estrenaría The Blob, en la cual un ser amorfo y viscoso iría apoderándose de todo aquello que encontraría a su paso a la vez que ampliaba su volumen de manera exponencial.
Ambas eran épocas donde la Guerra Fría estaba haciendo estragos entre las cúpulas directivas de los gobiernos estadounidense y soviético; pues bien, pocos eran los que se atrevieron a lanzar un mensaje tan esperanzador a la par que ingenuo: atacar los ensayos nucleares y sus funestas consecuencias. Alland quiso hacer extensible dicho mensaje a todos los rincones del mundo, pero el ínfimo presupuesto de The Space Children dejaría abierto un final lleno de consideraciones celestiales acerca de la bondad de la infancia con una cita explícita de San Mateo. En el camino, Arnold entretendría al personal con una trama simple aunque bien conducida, siendo el gigantesco cerebro quien guie el futuro de la Tierra a través de su conexión telepática con los niños más brillantes y receptivos –Bud y Eadie-. También su localización en una playa casi desértica, ayudará a mantener ese tono pausado que requería tal historia contraria al empleo de cualquier tipo de bomba nuclear. En este orden de cosas, Arnold integraría la acción –escasa- a una simple toma del cohete del proyecto llamado Trueno errando su salida al espacio, e incluso atendiendo al movimiento espasmódico del ‘monstruo’ diseñado por Ivyl Burks, uno de los diseñadores de la mítica La guerra de los mundos (1953), de un perfil y cariz a las antípodas de esta obra de ciencia-ficción amparada en su proclama del desarme mundial, por el bien de todas las generaciones futuras. Una actitud en verdad encomiable pero de difícil, por no decir imposible, cumplimiento.
 
Àlex Aguilera
   
       
   

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