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La mujer del obispo
The Bishop's Wife
     
    Director (es) : Henry Koster
    Año : 1947
    País (es) : USA
    Género : Comedia
    Compañía productora : RKO
    Productor (es) : Samuel Goldwyn
    Guionista (s) : Robert E. Sherwood, Leonardo Bercovici
    Guión basado en : en la novela de Robert Nathan
    Fotografía : Gregg Toland
    Director (es) artistico (s) : George Jenkins, Perry Ferguson
    Música : Hugo Friedhofer
    Montaje : Monica Collingswood
    Duración : 108 mn
   
     
    Cary Grant
David Niven
Loretta Young
Monty Woolley
James Gleason
Gladys Cooper
Elsa Lanchester
Sara Haden
Karolyn Grimes
Tito Vuolo
Regis Toomey
Sara Edwards
Margaret McWade
Ann O´Neal
Ben Erway
Erville Anderson
Teddy Infuhr
Eugene Borden
Almira Sessions
Florence Auer
   
   
    El obispo Henry Broughman reclama los servicios de un ángel para que pueda obrar el milagro de construir una catedral con la aportación económica de sus feligreses. Dudley es el ángel enviado, que además de intentar cumplir la misión encomendada, trata de corregir la infelicidad que preside las vidas del profesor Wutheridge y la de Julia, la esposa del obispo, pero por motivos bien distintos.
   
     
   

Características  en BD y DVD: Contenidos: Menús interactivos / Acceso directo a escenas. Formato: Full Frame 1:33.1, 4:3. Resolución: 1.080 p. Idiomas:  Inglés y Castellano. Subtítulos: Castellano, inglés, Portugués y Francés. Duración: 109 mn. Distribuidora: Research Entertainment. Fecha de lanzamiento: 10 de junio de 2014. 

SINOPSIS: Durante el periodo navideño un ángel benefactor  pasea por las bulliciosas calles de Nueva York en busca de una llamada de socorro, que en este caso le llevará a casa del joven obispo protestante de la ciudad. El ángel, burlón, entrometido y sospechosamente ambiguo, tratará de guiar al obispo en el camino de la felicidad, que para él se dirime entre la consecución de una ambiciosa catedral o la atención a un feliz matrimonio cada vez más perjudicado por la disyuntiva. De este modo, el religioso deberá elegir cuál de las dos opciones posee más peso en su interior y cuál debe delegar en este enviado del cielo, que por el momento se atreverá a enseñarle las bondades del papel de amante esposo o de abnegado constructor de templos.
COMENTARIO: En 1947, Samuel Goldwyn, alzado a la cúspide de su poder cinematográfico gracias a los réditos económicos y de prestigio de Los mejores años de nuestra vida (1946), se vio con fuerzas suficientes para tratar de componer la producción navideña definitiva que arrasase el mundo libre con un derroche de ternura y optimismo, mocos y aplausos. No en vano, el año anterior Frank Capra había estrenado ¡Que bello es vivir! (1946), la película de la Navidad por antonomasia pero que, sin embargo, en ese momento había sido acogida con críticas dispares y un destacable fracaso en taquilla, derrotada precisamente por el ciclópeo filme de William Wyler. Ante Goldwyn, por tanto, una inspiración y un desafío.
De su equipo en Los mejores años de nuestras vidas, el patrón de la MGM lograría repescar al guionista Robert Sherwood para la traslación a libreto de la popular novela La mujer del obispo (1947), firmada por Robert Nathan; aunque no así a Wyler, sustituido por un especialista en la comedia, William A. Seiter, que a su vez sería pronto reemplazado por Henry Koster, quien se adaptaría a su cometido de artesano supernumerario sin miramientos, con corrección y no demasiada relevancia estilística —suplida en parte por el envolvente blanco y negro de Gregg Toland—. Éste sería uno de los primeros conflictos dentro de un rodaje especialmente peliagudo a causa de la impulsiva reconstrucción de los decorados encargada por Goldwyn, los consiguientes retrasos en la producción, las constantes insatisfacciones con el guion y los enfrentamientos entre Cary Grant y Loretta Young —y eso que la pareja ya habían protagonizado con buena química dentro y fuera del plató Born to Be Bad (1934)—. Ejemplo de esta última dificultad es que, en ciertas escenas románticas, los dos actores pretendían mostrar su mejor perfil, que curiosamente venía a ser el izquierdo en ambos casos. Así las cosas, con el objetivo de afinar la efectividad cómica de la película, y también bajo demandada expresa del puntilloso Cary Grant —quien, por otra parte, había rechazado encarnar al obispo epónimo, pensado para su compañero David Niven, por el más suculento y extenso papel de ángel en la Tierra—, Goldwyn debió acudir a los servicios de dos script doctors (analistas o revisionistas de guiones ajenos) de excepción: Charles Brackett y Billy Wilder. Los resultados finales del filme lo agradecerían, materializados en un notable éxito de público —menor no obstante que aquellas descomunales cifras de Los mejores años de nuestra vida— y en cinco nominaciones a los Oscar® —si bien solo uno de ellos, el de sonido, fructificaría en premio—.
   Como ¡Qué bello es vivir!, La mujer del obispo compone un cuento moral navideño sobre el correcto restablecimiento de las escalas de valores y las prioridades humanas del individuo contemporáneo. En ella, un ángel con los magnéticos y carismáticos rasgos de Cary Grant se presenta en auxilio de un joven obispo (David Niven) quien, cada vez más obsesionado con la construcción de una catedral en Nueva York, se encuentra progresivamente alejado de su familia, personificada por su hermosa y desconsolada mujer (Loretta Young). A tenor de semejante premisa, es fácil pensar que, en otras manos, el proyecto podría haberse descalabrado en el sentimentalismo más empalagoso o el moralismo más infecto. Pero no. Quizás sea el "toque Wilder", pero dotar a ese bondadoso ángel —en la introducción ayuda a cruzar a un anciano invidente y salva del atropello al carrito de un bebé— de un coqueto lado oscuro contribuye a otorgar a La mujer del obispo un aura especial, repleta de una envidiable sorna que opera como impagable agente conservador de la frescura del filme. Porque ante la crueldad sádica del personaje a la hora de impartir sus lecciones vitales, sus nada disimulados flirteos con la esposa del eclesiástico y la perfecta media sonrisa burlona de Grant, uno no termina de saber si ese espíritu celestial actúa como guía tutelar del desorientado obispo o en cambio es un salaz y discreto demonio que se deja llevar por su disimulada lujuria. No por nada, el hecho de agregar a los carteles promocionales el pícaro (y justificadísimo) subtítulo «Have you heard about CARY AND THE BISHOP'S WIFE?» reportaría un entusiasta repunte en los números de recaudación. Bien es cierto que, en contrapartida, las aventuras de este ángel entrometido y respondón —ríase usted de la vitalista Amélie Poulain— se adueñan del metraje frente a quien, en justicia, debía ser su protagonista. Aunque casi mejor así, visto desde una perspectiva actual abotargada por la sucesión —por lo general ínfimamente inspirada—, de milagros navideños en celuloide; ese temible subgénero. De este modo, Grant saca a relucir su inalcanzable vis cómica, apreciablemente secundado en su vertiente romántica por Young —poco se aprecian en pantalla los posibles choques tras las bambalinas— y, por supuesto, con un David Niven que encarna como nadie el despiste y el aturdimiento que, maliciosos, acechan al porte digno y flemático de todo británico que se precie.
   Es cierto que su desenlace un tanto apresurado no se atreve a remachar con la suficiente potencia ese clavo final que, inclemente, apuntale el atrevido triángulo amoroso. Algo lógico en unos tiempos en los que los días previos al Código Hays quedaban ya desdichadamente lejanos. Con todo y ello, el encanto de La mujer del obispo la convierte una obra todavía recomendable y reconfortante aún a día de hoy.•
 
Víctor Manuel Rivero      
   
       
   

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