|
|
Yorkshire, Inglaterra, 1839. Situado al pie de una montaña se erige Cumbres borrascosas, una finca propiedad del Sr. Heathcliff. Debido a un fuerte temporal, un lugareño busca refugio en Cumbres borrascosas. El Sr. Heatchcliff accede a concerderle alojamiento durante una noche. Las alucinaciones fantasmagóricas que experimenta el humilde inquilino propicia que la Sra. Ellen Dean, ama de llaves de la distinguida propiedad, rememore la leyenda que envuelve al Sr. Heatchcliff y su relación con Cathy, muerta desde hace varios años. La Sra. Dean se remonta cuarenta años atrás en el tiempo, cuando Heathcliff apenas cuenta con once años y es rescatado de la miseria en Liverpool. A partir de entonces, Cumbres borrascosas se convierte en su hogar, oficiando de mozo de cuadras y estableciendo una relación afectuosa con la hija del propietario, Cathy, que con el devenir de los años se convertirá en pasional. Por el contrario, Hindley, el hermano mayor de Cathy, mantendrá una profunda animadversión para con Heathcliff que se dilatará en el tiempo, una vez el primero haya sucumbido al alcoholismo. |
|
|
Colección: Grandes Clásicos.
Autora: Emily Brontë.
Fecha de publicación: febrero de 2012.
410 pp. 15,0 x 22,0 cm.
Tapa dura con sobrecubierta.
Traducción de Nicole D'Amonville Alegría.
COMENTARIO (Por Christian Aguilera): Casi sin proponérselo por parte de la editorial Mondadori, la aparición de Cumbres borrascosas en el mercado del libro ha coincidido con la puesta de largo de una nueva versión cinematográfica en salas comerciales de nuestro país. Un nuevo acicate, por tanto, para aproximarse a la única obra literaria que llegaría a completar Emily Brontë (1818-1948), de la que diversas editoriales en lo que llevamos de siglo han dado cuenta en sus respectivas publicaciones. Faltaba, sin embargo, que Mondadori la integrara en el cuerpo de su excepcional colección Grandes Clásicos, cumpliendo una vez más el requisito de contar con una traducción ex novo, en este caso a cargo de Nicole d’Amonville Alegría. En esta particular prospección por los textos inmortales de las Brontë que está acometiendo el sello barcelonés, si en 2010 se editó Jane Eye (1847), de Charlotte, este 2012 lo ha hecho Cumbres borrascosas, queda la opción de futuro de que corra idéntica suerte Agnes Grey (1847), la pieza literaria de debut escrita por la menor de las hermanas, Anne. Como todas ellas lo haría bajo seudónimo con idéntic apellido, el de Bell.
El testamento en prosa de Emily Brontë
Puesta a no entrar en “conflicto” con sus hermanas Charlotte y Anne al elevar a categoría de título el nombre y apellido de sus respectivas «heroínas», ese mismo año —el de 1846— Emily Brontë se decantaría por otorgar el nombre de su novela a Cumbres borrascosas, en honor de ese enclave apartado del mundanal ruido, en un punto indeterminado de la geografía del condado de Yorkshire. Ese mismo título sugiere, de entrada, desde una perspectiva alegórica, el tormento que se dibuja en un panorama familiar, en una comunidad donde los comportamientos de unos y otros son propios de la época feudal. El sentido del progreso, el que corresponde a mediados del siglo XX, está muy lejos del día a día de ese entorno de nobles y vasallos guiados por los comportamientos de unos que priman la creencia de una superioridad —moral, social y económica— en relación a esos siervos de los que, en origen, forma parte Heathcliffe. A diferencia de su hermana Charlotte para con Jane Eyre, Emily Brontë hace de la estructura narrativa una especie de arabesco a través de la interposición de distintas voces que se van alternando en el curso del relato, pero dominado mayoritariamente por la de una narradora —la criada Ellen— que levanta acta de ese universo "desquiciado" de ambiciones, poder, venganzas, sacrificios, muertes y desagravios. El reflejo romántico, por tanto, se ofrece en pequeñas dosis en esta novela de ficción inmisericorde con el alma humana, en la voz literaria de quien en sus treinta años de existencia sufrió más el peso de las desgracias —la temprana muerte de su madre; la adicción al alcohol y al opio de su hermano Bramwell (de cuyo carácter colérico y dipsómano se transfiere en el plano de la ficción el personaje de Hindley, a la sazón hermana de Catherine Earnshaw); los fallecimientos de las hermanas mayores Elizabeth y Maria durante su estancia en un internado de Lancashire, etc.— que de las alegrías. La aflicción y el pesar acompañaría de por vida a Emily Brontë, transmitiendo semejante estado de ánimo buena parte de esas cuatrocientas páginas que, estructuradas en un total de treinta y cuatro capítulos, conforman Cumbres borrascosas. Lo hace a través de una historia que penetra en ese tupido bosque de lazos familiares polarizados en dos linajes —la de los Earnshaw y los Linton—, algunos de ellos soportados sobre la base de animadversiones enquistadas y un espíritu vengativo que desoye las leyes del tiempo; simplemente se perpetúa. La prosa de Emily Brontë no hace bandera de un meticuloso sentido descriptivo de ese entorno natural o de las haciendas de los Earnshaw y los Linton. Más bien su pluma trata de pulsar esos sentimientos soterrados que operan en distintas capas en esos seres humanos cuyo pasaporte a la felicidad es privativo de fases aisladas. En éstas germina la semilla de ese amor a perpetuidad librado entre Heathcliffe y Catherine, que no se detiene cuando ésta muerte. Forma parte de un «plan divino» que reserva a Heatchcliffe el recuerdo perenne de su amada visto a través de los ojos de otros seres que se integran en ese mundo cerrado, de la contemplación de sus páramos, de la Granja de los Tordos y de Cumbres borrascosas… el equivalente de ese Mayerling que se da cita en las páginas de Rebeca (1938), obra de Daphne Du Maurier (1907-1989), una de tantas escritoras de la primera mitad del siglo XX que surgieron a la estela de las hermanas Brontë y que no tardarían en reconocer la influencia (a modo de continuadoras) que les merecería el trabajo de éstas.
Variaciones cinematográficas sobre Cumbres borrascosas
Además de las estimulantes analogías que se derivan del tratamiento narrativo de Cumbres borrascosas y Rebeca, en sus respectivas adaptaciones al celuloide acometidas durante la Edad de Oro de Hollywood, el denominador común es la presencia de Laurence Olivier. En ambos casos, la contratación del astro inglés conllevaría una disposición a subrayar, en su aparato de producción publicitario, el aspecto romántico que se adivina en los personajes de Heathcliffe y el Sr. De Winter. Descartadas las opciones de que Robert Newton o Ronald Colman dieran vida al poliédrico Heatchcliffe, el productor Samuel Goldwyn se obcecaría por hacerse con los servicios de Olivier, en plena progresión en la escena teatral británica pero receloso de que el cine supiera extraer su enorme potencial interpretativo. Merced a la lectura del libro, a mi juicio, la mejor elección hubiera sido Orson Welles pero a la altura de finales de los años treinta aún no estaba lo suficientemente maduro a nivel interpretativo y sobre todo su repercusión internacional quedaba muy limitada por aquel entonces, con la salvedad del eco que había generado su programa radiofónico La guerra de los mundos. Ese Hethcliffe más huraño, enrrocado en un comportamiento un tanto misántropo y guiado por el tormento que invade su mente y su alma, del que se traduce la lectura del libro, al que Welles hubiera dado con la imagen adecuada, quedaría rebajada ostensiblemente en la piel de Olivier. Con todo, la apuesta de la Samuel Goldwyn Company seguía los canales típicos del cine de época que tenía reservado el Sistema de Estudios, confiando que el peso del romanticismo recayera en su aparato narrativo despojando —si fuere el caso— de cualquier elemento de distracción en este sentido. Cumbres borrascosas, en su versión de 1939 —la primera que se levantaría en suelo estadounidense; no se conocería ninguna adaptación en el periodo mudo— evoca ese temperamento hollywoodiense en virtud de favorecer esas historias amorosas triangulares —la conformada por Heathcliff, su esposa Isabella Linton (Geraldine Fitzgerald, para un papel, a priori, d estinado a ser visitado por Vivien Leigh) y Catherine (Merle Oberon)— en la parte climática del relato, y buscar amparo sus guionistas —Ben Hecht y Charles McArthur— en ese tempo teatral que tan bien manejaban —de su lectura cinematográfica se traduce una estructura en forma de actos— y en el tratamiento de ghost story que sirve sobre todo para el prólogo y el epílogo, este último contraviniendo los deseos de su director William Wyler. Al quedar impreso ese final que recuerda de soslayo a El fantasma y la sra. Muir (1947), Goldwyn daba más argumentos para arrogarse el mayor número de méritos de la adaptación de la novela de Emily Brontë conforme a las reglas imperantes en el Hollywood de la época, pero al cabo Cumbres borrascosas (1939) quedaría reservado al conocimiento de la cinefilia merced a su plantel interpretativo —en la que, amén de Olivier, empezaría a despuntar David Niven (en el rol de Edgar Linton), el marido de Cathy, por “imperativo social”— y del desempeño de su realizador William Wyler, bien acompañado para la ocasión por el que fuera operador de Ciudadano Kane (1942), Gregg Toland.
A partir de la que aún sigue siendo considerada la versión canónica al celuloide del texto de Emily Brontë, se generaron numerosas adaptaciones, algunas de ellas confinadas al ámbito televisivo. Cabe reparar, en primera instancia, en Abismos de pasión (1951) de Luis Buñuel, que se muestra, en no pocos aspectos, en el reverso de la propuesta urdida por Wyler —lamina ese componente romántico para substituirlo por un sentimiento de pasión desaforada en un contexto opresivo y contaminado que se aferra a su sustrato literario—. Más canalizada en su derivación de terror gótico que ya se apunta —como bien señala Àngel Comas en su monografía sobre Wyler (1)— en la versión canónica, la American International Pictures levantaría un proyecto a finales de los sesenta con dirección del recientemente finado Robert Fuest y con un semidebutante Timothy Dalton dando acomodo al papel de Heatchliffe. Una docena de años más tarde el operativo de adaptación se repetiría con una joven y prometedora pareja protagonista, la compuesta por Juliette Binoche y Ralph Fiennes que, pese a su naturaleza de producto ideado para la pequeña pantalla tuvo estreno en salas comerciales. A pesar de ello, sus "costuras" televisivas lastran el resultado final, por otra parte, encaminado a exprimir el potencial romántico del relato seminal.
Hasta la fecha, la última tentativa al respecto se corresponde con una versión de 2011 en que Andrea Arnold se sirve de la factura «Dogma» para dar su propia interpretación de la novela de Emily Brontë. Esquinada en su formulación estéttica, Cumbres borrascosas (2011) cumple su propósito de rareza, quedándose en un esqueleto formal cámara en mano que emplaza al espectador a integrarse de lleno en las vicisitudes de unos personajes y de una época exenta del colorido que impregnaría producciones “legitimadas” por un público mayoritario al amparo del Hollywood clásico.•
(1) William Wyler: su obra y su época de Àngel Comas. T&B Editores. Madrid, 2004 (reed. 2009).
|