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Oscar a la Mejor Película (productor) por Hamlet (1948); Oscar al Mejor Actor por Hamlet (1948); Nominado al Oscar al Mejor Actor por Cumbres borrascosas (1939), por Rebeca (1940), por Enrique V (1946), por Ricardo III (1956), por El animador (1960), por Otelo (1965), por La huella (1972) y por Los niños del Brasil (1978); Nominado al Oscar al Mejor Actor Secundario por Marathon Man (1976); Nominado al Oscar a la Mejor Película (productor) por Enrique V (1946); Oscar Honorífico por Enrique V (1946); Oscar Especial (1978); Globo de Oro al Mejor Actor por Hamlet (1948); Globo de Oro al Mejor Actor Secundario por Marathon Man (1976); premio Cecil B. DeMille (1983); Nominado al Globo de Oro al Mejor Actor Dramático por La huella (1972); Nominado al Globo de Oro al Mejor Actor Secundario por Un pequeño romance (1979); León de Oro al Mejor Actor en el Festival de Venecia por Hamlet (1948). |
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En cierta ocasión, José López Rodero, un reputado ayudante de dirección de recorrido internacional, se sorpendió cuando una de las más distinguidas personalidades de la historia del mundo del espectáculo, se acerco a él durante un descanso del rodaje de Los niños del Brasil y le dijo: «call me Larry» («llámame Larry»). Su nombre era Sir Laurence Olivier. La anécdota quizás pueda resultar insignificante, pero revela el antidivismo que propugnaba Laurence Olvier. La mayoría de actores utilizan una máscara para establecer una barrera con los aficionados, que creen de una forma (felizmente) ingenua que la imagen que ofrecen en la gran pantalla se corresponde con la de sus propias vidas. Laurence Olivier prescindía de estas máscaras y ejemplificaba el viejo dicho que «cuanto más grande es un actor, más sencillo y natural se muestra en su comportamiento». Este sentimiento de modestia que le distinguía, y que realza si cabe aún más su nombre, probablemente le había hecho crecer como actor. Aunque siempre estuvo en producciones de primer nivel a ambos lados del Atlántico, Laurence Olivier recibió una división de opiniones por parte de la crítica durante su primera etapa cinematográfica. Quienes cuestionaban sus actuaciones centraban su discurso crítico en un exceso de amaneramiento derivado del lastre que comportaba su fecunda actividad teatral. En buena lid, la ambigüedad que Olivier otorgaba a algunos de sus papeles, fueron aprovechados por Stanley Kubrick y el guionista Dalton Trumbo para trazar el semblante de Marco Licinio Craso en Espartaco, cuya famosa escena de «las ostras y los caracoles» —descartada en su momento por los censores— daba evidencias de su carácter homosexual. Por el contrario, algunos analistas tildaban de inadecuada su recreación del Almirante Horacio Nelson en Lady Hamilton, dentro de un género histórico al que seguiría vinculado en el futuro (La batalla de Inglaterra, Kartum, Nicolás y Alejandra). Estos mismos críticos no daban crédito que un actor del temperamento de Olivier recreara un personaje que lideró la victoria inglesa contra la flota francesa durante la batalla de Trafalgar. Sin embargo, había quorum entre la crítica y el público a la hora de valorar su trabajo de intérprete en las adaptaciones de obras de Shakespeare (Enrique V, Ricardo III, Otelo, Romeo y Julieta). En similar tesitura, Olivier también obtuvo opiniones mayoritariamente favorables cuando encarnó a personajes de la literatura del siglo XVIII y XIX descritos por novelistas de reconocimiento internacional como Emily Brontë (Heatcliffe en Cumbres borrascosas), Jane Austen (Mr. Dary en Más fuerte que el orgullo), Daphne du Marier (Maxime de Winter en Rebeca) o George Bernard Shaw (General Burgoyne en El discípulo del diablo). Asimismo, Olivier se procuró un lugar de honor como intérprete de las obras de una nueva generación de escritores surgidos en la Inglaterra de los años de posguerra: el comediante Archie Rice en El animador, a partir de una pieza teatral de John Osborne; el inspector Newhouse en El rapto de Bunny Lake, según un relato de Evelyn Piper, o el aristócrata Andrew Wyke en La huella, sobre la base de una obra teatral de Peter Shaffer. En este último film, se establecía un tour de force entre Michael Caine y un Laurence Olivier que demostraba hallarse en su plenitud interpretativa, una vez corregidos ciertos «vicios» importados del teatro. Pocos actores que sobrepasaran los sesenta y cinco años, y además tuvieran una frágil salud, completarían una relación de composiciones de la riqueza que brindó Laurence Olivier. El actor británico se valía de su excelente modulación de la voz, perfeccionada a lo largo de los años, para dar credibilidad a personajes de distintos orígenes, como el varón germano Lestat en Drácula o el judío Erza Lieberman –alter ego del «cazanazis» Simon Wiessental— en Los niños del Brasil. No sin una cierta intencionalidad, el director Desmond Davis concedió a Olivier el papel de Zeus en Furia de titanes, en la que sería la última de sus interpretaciones relevantes. Era una forma simbólica de testimoniar la entrada de Sir Laurence Olivier en el olimpo de los «Dioses» cinematográficos. |