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Tom Courtenay es un fiel exponente de una generación de actores británicos de procedencia teatral —tradición obliga—, que debutaron en el cine a principios de los sesenta, bajo el amparo de las producciones del free cinema. Uno de sus compañeros de generación, Albert Finney, había protagonizado la versión teatral de Billy, el mentiroso, papel que retomaría Courtenay en la gran pantalla y que, junto con La soledad del corredor de fondo, se significan como sus dos aportaciones al free cinema, ejemplificando al joven rebelde de clase trabajadora inglesa. Esta etiqueta, que marcó los inicios de Courtenay, también se muestra en Rey y patria, título antimilitarista por excelencia, en el que recrea a Arthur Hamp, un desertor del ejército inglés sometido a juicio militar en el transcurso de la Primera Guerra Mundial. Al tiempo que los denominados angry young men perdían terreno en aras a formalizar su ingreso en el cine norteamericano —con la salvedad del poco prolífico Lindsay Anderson—, actores como Courtenay buscaron en ambiciosas producciones británicas la posibilidad de seguir manteniendo unos mínimos de calidad en sus interpretaciones. De esta forma, Courtenay siguió vinculado al concepto de joven inconformista a través de su recreación del activista político Pasha Antipov en Doctor Zhivago, que contrae matrimonio con Lara (Julie Christie, con quien comparte reparto en Billy, el mentiroso). Cuando Courtenay alcanzó la treintena de años, tuvo que empezar a amoldarse a otro tipo de caracterizaciones, distantes del prototipo juvenil de outsider e idealista, un hecho similar al que ocurrió con Malcolm McDowell, el actor que, en cierta manera, le tomaría el relevo en los films de Lindsay Anderson If... (1968) y Oh! Lucky Man (1971), el único representante del free cinema que se resistía a abandonar las Islas Británicas. Por aquel entonces, Courtenay ya había entrado en una dinámica de protagonizar cintas de trasfondo bélico (Operación Crossbow, King Rat, La noche de los generales) y de espionaje (Sentencia para un Dandy, Con los dedos cruzados), con la salvedad de la sátira escrita y dirigida por Michael Cacoyannis, The Day Fish Came Out, en el papel del navegante. Un largo paréntesis de doce años sirvió para que Courtenay se centrara en el teatro, ofreciendo un amplio abanico de interpretaciones para obras de William Shakespeare, Anton Chejov o Ronald Harwood. Precisamente, su retorno al cine estuvo condicionado por el conocimiento previo del personaje de Norman, el asistente de vestuario homosexual en la obra de Harwood La sombra del actor que, además de recuperar el espíritu de aquel ya lejano free cinema por parte de Peter Yates —no en vano, fue ayudante de dirección de Tony Richardson en Un sabor a miel (1961)—, asimismo sirvió para aunar a Albert Finney con el actor de La soledad del corredor de fondo. Aunque recibió el beneplácito de la crítica, La sombra del actor apenas traspasó las fronteras de una modesta recaudación en taquilla, representando para Courtenay, tal vez, uno de los últimos testimonios cinematográficos de su brillantez interpretativa, y tal como él mismo apunta, un posible cierre a su carrera cinematográfica: «En los últimos años llegué a plantearme la retirada. Lo que pasó fue culpa mía; esperaba que los productores vinieran a buscarme con los mejores proyectos en el maletín, para que yo, como rey del universo, dijera que sí o que no y cuál era mi precio. Pero el mundo no funciona así». Desilusionado con el último tramo de su trayectoria, tanto en el teatro como en el cine, Courtenay vio resurgir su estrella en el marco del Festival de Edimburgo recreando, por primera vez, a un vagabundo alcohólico, alter ego del disidente ruso ya fallecido Venedikt Yerofeev, en Moscow Stations (1994). Al igual que en Edimburgo, la obra fue aclamada por la crítica y el público en el West End londinense, demostrando que la interpretación de un monólogo tan complejo como el de Moscow Stations tan sólo está al alcance de unos pocos, entre los cuales se cuenta, por derecho propio, este veterano actor inglés. |