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Políglota, escritor a tiempo parcial y sobre todo, actor vocacional, Sir Michael Redgrave pasó por el cine con una cierta discreción, en consonancia con la mayor parte de los papeles que interpretó en la gran pantalla. Redgrave denotaba un carácter hierático, impasible y distante a la hora de componer diversos cargos de responsabilidad en el seno de instituciones sometidas a una férrea disciplina, ya sea en el ámbito militar (The Hill) o docente (La soledad del corredor de fondo, Adiós, Mr. Chips, The Browning Version). Posiblemente, su recreación del profesor de literatura en este último film sería el espejo en el que se reflejarían buena parte de sus posteriores colaboraciones en el mundo del celuloide. Un semblante serio y autoritario que se ajustaba a relatos con un trasfondo inquietante, perturbador e incluso onírico —¡Suspense!, a partir de un relato de Henry James, autor del que había escrito una adaptación de Los papeles de Aspern, Goodbye Gemini, Mr. Arkadín—, que había tenido su punto de partida en su confección de un ventrílocuo demente en uno de los capítulos de Al caer la noche, inserto en su etapa inaugural al servicio de la Gainsborough. A instancias de Dame Edith Evans –su compañera de reparto en los tiempos del Liverpool Repertory Theatre—, inicialmente Michael Redgrave no quiso involucrarse en el cine estadounidense. Años más tarde, pese a ser nominado al Oscar por su papel en Mourning Becomes Electra, Michael Redgrave desestimó cualquier contacto con Hollywood. El operativo publicitario que se creó en torno a su segunda película norteamericana, Secreto tras la puerta, hizo que Michael Redgrave regresara a Inglaterra de forma definitiva. Al menos, esta experiencia sirvió para testimoniar sus preferencias por un cine que abordara historias que traspasaran los límites de la realidad. A tal efecto, Michael Redgrave declararía que «prefiero la ficción y la fantasía para buscar la verdad, pero espero usar la verdad para experimentar la ficción y la fantasía en el teatro». Unas reflexiones propias de un teórico de la interpretación —notablemente influido por la lectura de My Life in Art y An Actor Prepars, de Konstantin Stanilsvasky—, que vería refrendado su prestigio adquirido sobre los escenarios con su participación en piezas cinematográficas fundamentadas en obras de escritores de renombre internacional: Oscar Wilde (La importancia de llamarse Ernesto), Henry James (¡Suspense!), H. G. Wells (Kipps), Sir Terence Rattigan (The Browning Version), Eugene O'Neill (Mourning Becomes Electra), Alan Sillitoe (La soledad del corredor de fondo) o James Hilton (Adiós, Mr. Chips). En el tramo final de su trayectoria cinematográfica, Michael Redgrave se sirvió de esta condición de privilegio para incorporarse a los nutridos repartos de ambiciosas producciones —Oh! What a Lovely War y Nicolás y Alejandra, sendas historias referidas al último eslabón de la cadena dinástica de los Romanoff, y La batalla de Inglaterra—, en las que coincidió con otro ilustre representante de su generación, Sir Laurence Olivier.
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