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ejerce de actor y crítico teatral en su estado natal y en California; ingresa, en calidad de intérprete, en el Federal Theatre (1932) y en el Mercury Theatre (1937), donde entabla amistad con uno de sus cofundadores, Orson Welles; debuta en el mundo del cine con Too Much Johnson, aunque será Ciudadano Kane (1941), que dirige y coescribe el propio Orson Welles para la RKO, en la que obtenga un eco crítico y de público considerable. |
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Haber participado en algunas de las producciones de la historia del cine que mayor valoración han obtenido con el devenir de los años no equivalió, en el caso de Joseph Cotten, a prestigiar su trayectoria en un tramo final abonado a subproductos de género de terror o epopeyas catastrofistas. La explicación de este desfase que Cotten ofrecería en su larga trayectoria profesional entre películas de la calidad de sus trabajos fundamentalmente para la RKO y la Metro-Goldwyn-Mayer en los años cuarenta, y sucedáneos varios o mediocres productos de evasión concentrados mayoritariamente en los setenta, se puede encontrar en la propia dinámica de una industria cinematográfica en constante transformación, pero también en una voluntad por parte del actor de Virginia por haber seguido activo hasta casi su fallecimiento mientras el peso de la mítica iba recayendo sobre las espaldas de Orson Welles. No en vano, Cotten siempre había sido consciente de su subordinación respecto a una figura tan ególatra y tocado por la genialidad como la de Orson Welles, con quien ya había compartido escenario en el montaje teatral de The Mutiny On the Bounty, y participado en la compañía del Mercury Theatre. Sin duda, Cotten pasaría a ser el primer actor de la compañía fundada por John Houseman y el propio Welles, secundados por Agnes Moorehead, Paul Stewart y Everett Sloane, entre otros. Un cuadro interpretativo que se unía a Welles para llevar a término un proyecto, Ciudadano Kane, que por su narración cinematográfica a base de flash-backs, ligada a la utilización de los encuadres y de la iluminación, se significaría como un título revolucionario para la época. De hecho, Cotten se erigía en el hilo conductor de la historia sobre la ascensión y la caída de un sosías de William Randolph Hearst (Welles), a través de su papel de testimonio de primera mano de la vida del insigne magnate de la prensa estadounidense, para quien ejerció de crítico teatral de uno de los rotativos que controlaba su imperio financiero. A propósito del innovador ejercicio narrativo que supuso Ciudadano Kane y que le había granjeado la admiración de un sector de la industria norteamericana, Welles ofrecería en su segundo largometraje El cuarto madamiento un similar ejercicio de fragmentación de la historia por tiempos, donde nuevamente Cotten asumía un protagonismo --incluso mayor si cabe por la ausencia en el reparto del propio director-guionista de la función-- intermitente a lo largo del mismo. Ese mismo año, Joseph Cotten accedería a las funciones de narrador y protagonista de Estambul, a partir de un guión coescrito con Orson Welles, quien estuvo tentado de dirigirla, pero que finalmente la responsabilidad tras la cámara recayó en el británico Norman Foster. Ya se podía advertir en este film mezcla de suspense y aventuras, amén de un estilo visual deudor de Ciudadano Kane, sobre todo concerniente a los ángulos de cámara, la preeminencia del guión de Eric Ambler por un retrato psicológico de los personajes. Era una influencia derivada de las teorías psicoanalíticas tan en boga por aquellos tiempos y que se reflejarían precisamente en varios de los subsiguientes films interpretados por Joseph Cotten, como La sombra de una duda, Luz que agoniza, Desde que te fuiste o Jennie. Ejercicios de suspense, melodramas con trasfondo bélico o dramas de tintes surrealistas u oníricos producidos por la Metro-Goldwyn-Mayer bajo los auspicios de un David O. Selznick que, después de haber encumbrado a su esposa Jennifer Jones en Duelo al sol --acompañada al frente del reparto por Cotten en el papel de Jesse McCanles-- vería desmoronarse su productora con los fracasos acumulados de Jennie y El proceso Paradine (1947). Éste último film dirigido por Hitchcock ofreció una primera prueba de fuego a escala internacional para Alida Valli, que refrendaría tres años más tarde en El tercer hombre, una historia ambientada en la Viena de postguerra que nuevamente serviría para que las trayectorias profesionales de Welles y Cotten se cruzaran. Bajo la dirección de Sir Carol Reed, Cotten hacía las funciones del escritor de relatos policíacos Holly Martins involucrado en la búsqueda de su antiguo amigo Limmey (Welles), un contrabandista que vive en la clandestinidad. De forma premonitoria a lo que acontecía al final de este clásico largometraje, Cotten y Welles verían divergir sus caminos. Mientras el cineasta de Wisconsin proseguía su particular cruzada para levantar sus fastuosos proyectos --un empeño que le llevaría a participar como actor en numerosos films por una pura cuestión crematística--, Joseph Cotten prefirió situarse en una «tierra de nadie», aceptando una serie de propuestas que remitían a su primera etapa --el tratamiento psicológico patente en Canción de cuna para un cadáver -- pero que posteriormente se significaría como el preámbulo de un rosario de producciones de terror de serie B (Gli orrori del castello di Norimberga, Un susurro nel buio, Screamers), de forma mayoritaria localizadas en Europa. Una vez instalado en su etapa de decadencia tanto vital como profesional y liberado de establecer cualquier juicio comparativo con el pasado, Joseph Cotten contribuiría con su rostro erosionado y demacrado a ofrecer un panorama escasamente alentador de un presente o de un futuro cercano, ya sea desde el anuncio de una hipotética amenaza nuclear (Alerta: misiles, su tercera y última colaboración a las órdenes de Robert Aldrich), de la inminencia de una catástrofe aérea como símbolo de la sumisión creciente del hombre frente a la máquina (Aeropuerto 77, L'ordre et la sécurité du monde, Concorde Affaire) o el asentamiento de una sociedad postnuclear condicionada por la escasez de alimentos entre los supervivientes (Cuando el destino nos alcance). Una visión, a través del celuloide, acaso alarmista de una realidad inminente que tuvo en Joseph Cotten un huésped habitual en los años setenta, pero que lejos de denotar una sensibilización hacia determinados temas, su participación se debió más a una dinámica coyuntural. De esta forma, Joseph Cotten vería reflejada una similar dinámica emocional y profesional a la que experimentó el personaje de Charles Foster Kane --desde su esplendor hasta su decadencia--, cuyo testimonio sirvió para reconstruir una vida llena de contrastes.
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