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El extraordinario recorrido de Mervyn LeRoy a lo largo de más de cuarenta años, repartidos entre la Warner Bros y la Metro, configuran una de las carreras más estimulantes, en cuanto al anecdotario, para un director que se movió en producciones de primer nivel prácticamente hasta su retirada. En contraposición con directores de su mismo estudio, como Robert Z. Leonard, Charles Walters o W. S. Van Dyke, su legado cinematográfico abarca una gran variedad de géneros. Aunque su aportación al melodrama y al cine negro constituyen el tronco de su carrera, la filmografía de LeRoy se ramifica en películas musicales, históricas y biopics. Mervyn LeRoy entró a formar parte del conglomerado hollywoodiense gracias a la presencia de Jesse L. Lasky, fundador de un estudio propio que trabajaba para la Warner. Una vez instalado, LeRoy encontró en el director Alfred E.Green su protector, para quien escribió diversos guiones antes de debutar como director con No Place to Go. A pesar de filmar una docena de films, fundamentalmente comedias articuladas con la técnica de gags, experiencia que había adquirido en su época de guionista, LeRoy se quedó relegado respecto a sus compañeros de generación, como Howard Hawks, William A. Wellman o Raoul Walsh. Por aquellas fechas, América había entrado en la llamada Depresión a raíz del crack del 29. El cine americano, que siempre se ha distinguido por ser un reflejo más o menos fiel de la sociedad, se tenía que adecuar a los acontecimientos del momento. Por indicación de Jack Warner, LeRoy leyó una novela de un novel William R. Burnett, más tarde reputado autor de Alta sierra y La jungla de asfalto, que le entusiasmó de tal manera que alentó a la Warner para que comprara los derechos y así poder realizar él mismo una adaptación cinematográfica."La mayoría de los directores de la compañía, Warner incluido, intuía que era lo que el público esperaba en esa época de depresión y de tristeza que era el mundo de 1930", declaraba LeRoy en su libro autobiográfico, a propósito de la que se convertiría en su primera obra destacada, Hampa dorada, el relato del ascenso de Cesare Bondello (Edward G.Robinson) en el mundo del hampa y que, por vez primera, el cine mostraba el Little Italy. La Warner rechazó el nombre de Clark Gable para el personaje del mafioso de origen italiano --a quien LeRoy había descubierto en un modesto film, The Last Mile (1931), de Samuel Bischoff--, en beneficio del rumano Edward G. Robinson. Como señal de gratitud respecto a LeRoy, Gable, una vez consagrado en el olimpo de las estrellas de la Metro, aceptó trabajar en La rival junto a Lana Turner. En apenas tres años se concentraron una serie de títulos que prefiguraron las claves del cine negro en los próximos decenios. A las contribuciones de Howard Hawks en Scarface (1932) y de William Wellman en The Public Enemy (1932), se sumaron los títulos de Mervyn LeRoy, Hampa dorada y Soy un fugitivo, obra cinematográfica basada en una experiencia propia de Robert E. Bruns que inauguraría una variante dentro del género, el drama carcelario. LeRoy supo entender la transformación, no tan sólo cinematográfica, sino social de la época, un aspecto que no sin intención sintetiza uno de sus films de los años treinta, El mundo cambia. Two Seconds, nuevamente con Robinson, y They Won't Forget, surgida a partir del embrionario guión que habían alterado Fritz Lang y Norman Krasna para Furia (1936), cierran la serie negra de LeRoy bajo el sello de la Warner que tendría continuidad, ya en la Metro-Goldwyn-Mayer, con Senda prohibida, otra vuelta de tuerca en torno al microcosmos del hampa, The Bad Seed y F. B. I., contra el imperio del crimen, una extensa crónica sobre la creación del famoso cuerpo de la policía federal norteamericana. El otro eje temático que vertebra la filmografía del director de Pasadena es el melodrama, desde sus diferentes acepciones. La Metro otorgó la dirección de tres de los films interpretados por Greer Garson, una de las estrellas del Estudio en los años cuarenta, caracterizada por su capacidad selectiva y su afinidad a las nominaciones al Oscar en tan breve filmografía. La actriz de procedencia irlandesa trabajó bajo el mando de LeRoy en "De corazón a corazón", Niebla en el pasado y Madame Curie, este último un biopic sobre Marie Curie, que descubrió, junto a su marido (Walter Pidgeon), el radio. Un título que quería emular un género ampliamente explotado por la Warner en los años precedentes. Mundos opuestos y Mujercitas se significaron, junto con los films interpretados por Greer Garson, como los títulos más representativos de LeRoy en el campo del melodrama, desprendiendo su realización un savoir faire en su voluntad de dar un sentido romántico y, al mismo tiempo, agridulce, tan característico de la Metro. Sin ser patrimonio de los años ochenta y noventa, Hollywood recurrió, en no pocas ocasiones, a la política de ofrecer nuevas versiones cinematográficas para públicos distintos, una circunstancia a la que no escapó Mervyn LeRoy. Las comedias musicales rodadas en el período mudo, ofrecían mayores expectativas en el sonoro, siendo LeRoy el encargado de dirigir el segundo remake de Rose Marie, interpretado por Ann Blyth, en un papel que popularizó una semidebutante Joan Crawford, quien hiciera años más tarde el papel de madre de ésta en Alma en suplicio. Rose Marie se benefició de la coreografía de Busby Berkeley, quien codirigió en los años treinta, junto con el propio LeRoy, Vampiresas 1933, punto de partida para otro remake. La permisibilidad de los nuevos tiempos hizo factible la realización de La reina del vodevil, edificada sobre la figura de Natalie Wood que incorpora a la stripper Gypsy Rose Lee, en la que se erigiría en la última película estimable de un director cuya trayectoria en la etapa dorada de Hollywood, la recopiló en su libro de memorias, con un título harto explicativo de su indiscriminado apego a toda clase de géneros: Take One ("Escoge uno"). Mervyn LeRoy estuvo integrado en un sistema de producción que permitía escoger todo tipo de géneros y temas. Y sin duda, lo hizo. |