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siguiendo los pasos de su padre, profesor de psicología, el joven Kevin cursa estudios superiores en la Universidad de Baylor, en Waco; una vez cumplimentados sus estudios de Derecho empieza a sentir una fuerte atracción por el cine a raíz de ver films como Los duelistas (1977); decidido a abandonar su carrera como abogado, viaja hasta Los Ángeles con el fin de estudiar cine en la prestigiosa USC Film School, donde coincide con Kevin Costner, con quien acomete su primer largometraje, Fandango (1985), que asimismo parte de un cortometraje, Proof (1980), que él mismo dirigió y escribió como trabajo de fin de carrera. |
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En un periodo especialmente prolífico por lo que concierne a producciones cuyo leit motiv deviene la crónica, en clave de comedia dramática, sobre una generación de jóvenes desorientados ante el futuro que se les presenta —leáse El relevo (1979), Diner (1982) o St. Elmo’s punto de encuentro (1984), entre otras—, el texano Kevin Reynolds empezaría a dar forma a su primer largometraje, Fandango, cuyo primer esbozo visual y argumental sería su corto de graduación Proof. Como en tantas otras ocasiones, la historia parte de una experiencia personal, la del propio Kevin Reynolds, en sus años en la Universidad de Baylor, y la relación que había mantenido durante su juventud con su círculo de amigos más próximos. Un círculo al que se le acabaría añadiendo Kevin Costner en sus tiempos de alumno de la USC (Univeristy of Southern California), y que, a la postre, se convertiría en su auténtico e incondicional aliado en sus futuras propuestas cinematográficas. No en vano, Kevin Costner y Kevin Reynolds comparten un mismo apego por las narraciones clásicas y por un sentido de la épica que, al margen de la semiautobiográfica Fandango —a modo de reafirmación personal—, ha caracterizado el cine de éste último. Proclive a valerse de grandes escenarios para sus trabajos de ficción, Kevin Reynolds compartió con John McTiernan un cierto liderazgo en este tipo de producciones a lo largo de los años noventa (Robin Hood: príncipe de los ladrones, Rapa Nui, Waterworld). En buena lid, Kevin Costner no fue ajeno al éxito que Kevin Reynolds había aglutinado a principios de esa década, aunque el hecho de no figurar acreditado en el apartado técnico de Bailando con lobos —valedora de numerosos Oscar, incluido el de mejor director— sería un condicionante difícil de obviar a corto o medio plazo. Costner, dada su bisoñez como realizador, no podía evitar comentarios que aludían a la autoría de «su» ópera prima, adjudicando el trabajo de cámara, o cuanto menos, la planificación visual, a Reynolds, cuyas primeras críticas de signo positivo las había recibido con su segundo largometraje, La bestia de la guerra, una cinta bélica que recrea con pericia el periodo del dominio soviético sobre territorio afgano. Abstraído por la posibilidad de seguir ubicando sus historias en escenarios casi vírgenes, Kevin Reynolds acometería el rodaje de Rapa Nui en un alarde visual que se sitúa muy por encima de las prestaciones de un guión en exceso esquemático. Al año siguiente, Reynolds pecaría del mismo error —la fragilidad de un guión que, en esta ocasión, parte de una premisa interesante— para la puesta en marcha de Waterworld, fábula futurista con derivaciones hacia la metáfora social, cuyo relativo fracaso económico —mucho menor del que se publicitaría en una campaña de desprestigio absolutamente desproporcionada, que no conocía precedentes— dejaría en una situación de desamparo, sobre todo, a Kevin Reynolds. Los desencuentros durante la fase de rodaje entre los dos «Kevin» serviría para alimentar toda suerte de comentarios, y que, a la postre, se traduciría en la virtual separación del tándem que habían abogado por la puesta en marcha de ambiciosos proyectos a lo largo de más de diez años. Con tan sólo un par de títulos en su haber en los siguientes diez años —el thriller urbano One Night Seven y una nueva versión de El conde de Monte Cristo—, Kevin Reynolds mantiene la esperanza de retornar a una primera línea de combate con otra producción de perfil épico y/o mitológico, Tristan & Isolda. Para semejante empresa, Kevin Reynolds ha contado, entre otras compañías cinematográficas, con la Scott Free Productions, cuyo copropietario, Sir Ridley Scott, fue, de forma indirecta, uno de los «responsables» de que Reynolds abandonara su carrera como abogado para posicionarse tras las cámaras. La visión de Los duelistas, entre otros títulos que se proyectaban por aquel entonces en su Texas natal, sirvió de acicate para que el joven Kevin Reynolds empezara a mirar el mundo tras el objetivo de una cámara de cine.
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