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A la estela del éxito popular cosechado por producciones fantásticas que mezclan gore con un particular sentido del humor, cuyo paradigma vendrían a ser los films del tándem Brian Yuzna-Stuart Gordon (Re-Animator, Re-Sonator) o los de Roger G. Tapert-Sam Raimi (Posesión infernal, Terrorificamente muertos), el neozelandés Peter Jackson se dio a conocer en el ámbito de los festivales con una muestra de este subgénero. Su título, Bad Taste («mal gusto»), define perfectamente el carácter provocativo, transgresor y su ubicación natural, por ejemplo, a las antípodas de los productos de qualité con voluntad de recreación historicista pergueñados en las Islas Británicas. Un producto, pues, destinado a conectar con los instintos más primitivos de aficionados jóvenes que acudían en masa en las sesiones golfas de las salas comerciales donde se proyectaba la ópera prima de Peter Jackson, rodada en régimen de cooperativa con un presupuesto ínfimo. En esta misma línea irreverente se situaría su siguiente producción, Braindead, cuyo subtítulo castellano para su estreno comercial en nuestro país no podía ser más visceral y surrealista: Tu madre se ha comido a mi perro. Pero en su tercer largometraje, Criaturas celestiales, pocos de aquellos devotos del cine trash-horror exhibido en Bad Taste y Braindead podrían intuir la presencia tras la cámara de Peter Jackson con la salvedad de algunas pinceladas autorales, como sus fugaces apariciones en forma de cameo o la escena gore que cierra el film y da paso a los títulos de crédito finales, en los que se sobreimpresiona las noticias sobre la suerte que han corrido sus protagonistas. Inspirada en el famoso caso «Leopold & Loeb», que recoge el testimonio de dos jóvenes responsables de un asesinato concebido para demostrar su superioridad intelectual respecto al resto de sus conciudadanos --objeto de una pulcra y excelente recreación en la gran pantalla, Impulso criminal (1959), cointerpretada por Orson Welles, figura a la que hace referencia de manera malévola este premiado film neozelandés-- Peter Jackson y su esposa Frances Walsh subvirtieron esta premisa argumental y decidieron centrar la acción sobre dos chicas adolescentes cuya amistad --y no una influencia de la lectura del «superhombre» de Nietzsche-- les lleva a asesinar a la madre de una de ellas. Narrada con una proverbial imaginería visual, Criaturas celestiales sería definida por el crítico barcelonés Fausto Fernández como « una aterradora y poco moralizante historia en torno a dos princesas/granotas encerradas en su torre por culpa de unos gnomos practicantes de la falta de sentido a la hora de vivir, de las adivinanzas del destino». Al establecer este juego alegórico en su crítica, Fausto Fernández anticiparía, quizás de forma involuntaria pero con un extraordinario conocimiento de los referentes mitológicos y/o literarios que son afines a Peter Jackson, la vinculación del cineasta neozelandés a un proyecto de la las mastodónticas proporciones de El señor de los anillos, en un reto que hasta entonces sólo había sido recreado desde la imaginación: rodar las tres partes de forma seguida sobre una saga literaria. Su devoción por la obra de J. R. R. Tolkien le llevaría a comprometerse con el proyecto a lo largo de casi siete años. No en vano, durante la producción de Agárrame esos fantasmas con Michael J. Fox como principal reclamo de esta función semiparódica del género, alternó la búsqueda de localizaciones en su Nueva Zelanda natal, el marco habitual de sus films. Un largo periodo destinado a cumplimentar la traslación a la gran pantalla de las tres partes de una obra esencial de la literatura universal, pero que ni tan siquiera sobrepasaría el tiempo requerido por Tolkien para elaborar la primera entrega, La comunidad del anillo, una proverbial recreación literaria de universos que exploran en la mitología escandinava y teutona, así como en la Alemania nazi, cuyos preceptos totalitarios y destructivos se manifiestan en las «fuerzas del Mal» que tratan de apoderarse de la Tierra Media. En justa correspondencia con el titánico esfuerzo vertido por el erudito y políglota J. R. R. Tolkien en su obra más difundida, Peter Jackson ha liderado uno de los proyectos cinematográficos más ambiciosos llevados a cabo hasta la fecha --con una muy acertada elección de un casting esencialmente anglosajón, una exquisita banda sonora a cargo de Howard Shore y un soberbio diseño de producción coordinado por Grant Major, entre otras cuestiones--, que con el paso del tiempo será saludada como una pieza indiscutible del cine en toda la extensión de su palabra. Una palabra que, para Peter Jackson, desde que se iniciara en el campo del cortometraje amateur a temprana edad, ha otorgado verdadero sentido a su vida, posibilitando con tan sólo treinta y nueve años la concreción de uno de los sueños que todo cineasta adscrito al fantastique y nacido durante o después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial --por consiguiente, potencial lector de la obra magna de Tolkien, publicada a mediados los años cincuenta-- hubieran deseado. |