Siguiendo la tradición de los eternos secundarios del Hollywood de los años treinta y cuarenta, Richard Widmark resultó ser un actor fundamental en este ámbito en las posteriores décadas, aquellas que propiciaron una transformación en el seno de una industria seriamente amenazada por la irrupción de la televisión, y por los cambios de comportamiento experimentados en la sociedad estadounidense y, por ende, en la occidental. Pero aún siendo una evidencia esta transformación iniciada a principios de los años cincuenta, un elevado porcentaje de producciones tratarían de preservar unas claves genéricas, sobre todo por lo que concierne al cine de aventuras, bélico y el western. En todos estos ámbitos genéricos Richard Widmark se erigiría en un rostro habitual, diríase incluso familiar, una vez desvinculado del cine noir, género que le había procurado, en su larga temporada bajo contrato con la Fox, una especie de marca de fábrica, un perfil de individuo temperamental, duro y violento. Richard Widmark alcanzaría su registro más sádico y desgarrador precisamente en su debut cinematográfico, El beso de la muerte encarnando a Tommy Udo, cuya peculiaridad más destacada era el esbozo de una sonrisa nerviosa mientras lanzaba escaleras abajo una anciana. En función del eco que obtuvo su composición de sádico criminal —merecedor de una nominación al Oscar en el apartado de mejor secundario— y de su vinculación contractual con la Fox, Richard Widmark acometió diversos papeles con una similar predisposición por dar vida a tough guys, malhechores, traficantes o asesinos a sueldo, en films como The Street With No Name, El parador del camino o Noche en la ciudad. Ya en este último film dirigido por Jules Dassin, Widmark participaba de una producción con claras connotaciones de denuncia social, que se extenderían a otros títulos como Pánico en las calles —en esta ocasión, recreando el personaje de un representante del cuerpo militar enfrentado a una banda de peligrosos criminales y extorsionadores que amenazan con aterrorizar a la ciudadanía con la diseminación de una epidemia—, Un rayo de luz o Manos peligrosas. Su salida de la Fox conllevaría una desvinculación casi absoluta de un género que le había propiciado una cierta notoriedad, pero al mismo tiempo una percepción por parte de la mayoría de los directores de la época de que su arco interpretativo era bastante limitado. Así pues, a lo largo de los años cincuenta y principios de los sesenta Richard Widmark ofreció numerosos registros destinados a incorporar un militar de rango diverso merced a la sequedad que imprimía su rostro y la dureza de sus facciones. Films como Luchas submarinas, Take the High Round, El diablo de las aguas turbias, Vencedores o vencidos / Juicio a Nüremberg o Labios sellados —asimismo, en labores de productor— servían para vincular el nombre de Widmark con una producción de carácter bélico que rivalizaría en aquel periodo con su fidelidad por el western, sobresaliendo con luz propia sus composiciones del Teniente Jim Gary en Dos cabalgan juntos y el del Capitán Thomas Archer en El gran combate. En este par de films dirigidos por John Ford en las postrimerías de su carrera, Widmark asumía un protagonismo compartido que le había sido esquivo hasta entonces en la mayoría de ocasiones. Atendiendo a esta percepción de figura subordinada que iba alimentando su propia personalidad cinematográfica, Richard Widmark se involucró en tareas de producción en una serie de films que, si bien le posibilitarían asumir un papel protagonista, no significarían una alteración de sus preferencias temáticas y/o genéricas. Aunque tan sólo figurara en los créditos como productor en las cintas bélicas Estado de alarma y Labios sellados, y en la de espionaje Caminos secretos —a partir de la adaptación de una novela del especialista Alistair MacLean, el mismo autor de Operación: isla del Oso, en la que también intervenía el actor de Minnesota—, Richard Widmark trataría de imponer sus criterios en el guión de films como Los invasores o La ciudad sin ley, cuya dirección inicial correría a cargo de Don Siegel. Precisamente, éste último había propiciado un año antes el retorno de Widmark al género negro con Madigan, articulada en torno a un par de investigadores del cuerpo de la policía de Los Ángeles. El rubio actor daba vida al agente Dan Madigan, asimismo protagonista de una exitosa televisiva de idéntico nombre rodada a principios de los setenta, la última década en la que Richard Widmark frecuentaría producciones de cierto calado comercial, ofreciendo nuevamente su perfil más siniestro, a pesar de encarnar a un supuestamente respetable médico en un film de ciencia-ficción como Coma. Un tramo final que, lejos de ofrecer una nueva dimensión interpretativa para Widmark, seguiría preservando un similar rictus, acompañado de su sempiterna y característica sonrisa, que provoca una cierta sensación de malestar e incomodidad en el espectador, prescindiendo de la categoría profesional o cargo público que represente en la gran pantalla.