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Al tiempo que el culto a la personalidad cinematográfica de uno de los más insignes cineastas de todos los tiempos, John Ford, ha ido creciendo y el análisis de su prolífica obra certifica su innegable maestría —desmarcándose, de esta forma, del estéril debate y del enfrentamiento ideológico que suscitaban algunos de sus films a lo largo de los años sesenta y setenta—, sus actores más representativos han gozado de una considerable revalorización. Frente a la abundancia de personajes masculinos que asoman en la obra de Ford —John Wayne, Henry Fonda, Tyrone Power, Victor McLaglen, James Stewart, etc., aunque con quien más trabajo fue con Anthony Quinn—, con toda probabilidad Maureen O'Hara encarna a la quintaesencia de la mujer en el cine del realizador natural de Maine. Quizás tan sólo cinco colaboraciones en común en el contexto de una filmografía que comprende más de ciento cincuenta títulos puedan parecer insuficientes para llegar a esta aseveración. Pero no es menos cierto que Ford había reservado para algunas de sus producciones con mayor implicación personal —en especial por el retrato humano y paisajístico de su segunda patria, Irlanda— el papel femenino a Maureen O'Hara en ¡Qué verde era mi valle! y El hombre tranquilo. En este último título, la actriz pelirroja descubría, a través de su composición de Mary Kate Danaher, una personalidad fuerte, rebelde e indomable —en una línea similar al estereotipo creado por Jennifer Jones bajo las directrices de su productor y esposo David O. Selznick—, que tan sólo podía sucumbir ante la mirada y la presencia de un maduro ex boxeador al que había conocido durante su adolescencia. Una relación pasional servida por John Ford a través de una planificación detallista y de una sencillez expositiva encomiable que prevalecería en sus posteriores films en común, el western Río Grande y las producciones de ámbito castrense Cuna de héroes y Escrito bajo el viento, ambas narradas en clave autobiográfica por sus respectivos escritores. Esta imagen revelada en los films de Ford trataría de perpetuarse cara al futuro pero sin llegar a las cotas de popularidad y de reconocimiento de antaño. De hecho, su asimilación a un buen número de producciones de los años cincuenta y de la primera mitad de los sesenta eran deudoras de una herencia fordiana, ya bien sea por una concepción mimética desarrollada en función de una relación anterior con el realizador de origen irlandés —caso de su ayudante de dirección Andrew McLaglen, establecido como director en El gran McLintock y Una dama entre vaqueros— o por una admiración confesa hacia una técnica cinematográfica próxima a la perfección --como acontece con Budd Boetticher en The Magnificent Matador. Maureen O'Hara quería seguir, pues, ligada a una concepción o un modelo clásico de representación o sublimación de la realidad a través del celuloide, pero no pudo abstraerse de la idea de frecuentar otros espacios que presentaban un fondo similar pero una forma distinta, novedosa para la época, depositaria de realizadores debutantes como Sam Peckinpah en Deadly Companions. Aunque su origen televisivo delataba ciertas carencias, esta ópera prima de Peckinpah presumiblemente sería el último título de referencia, o cuanto menos, reseñable, en la singladura profesional de O'Hara, que había arrancado a finales de los años treinta en su Irlanda natal. A un par de producciones locales, My Irish Molly y Knicking the Moon Around, seguiría su primera participación conjunta con Charles Laughton en La posada Jamaica. El fracaso cosechado con esta traslación a la gran pantalla de una obra de Daphne Du Maurier —la primera y la menos afortunada de las que llevaría a cabo su realizador Alfred Hitchcock— conduciría a la deriva la recién creada compañía de Laughton, la Mayflower Productions. De aquel naufragio financiero, Charles Laughton rescataría el talento interpretativo y la singular belleza de Maureen O'Hara para su siguiente película basada en el clásico de Víctor Hugo El jorobado de Notre-Dame. Con su traducción castellana, Esmeralda la zíngara, los distribuidores españoles quisieron resaltar el protagonismo que adquiría en el relato el personaje de Maureen O'Hara y que serviría para certificar su condición de estrella importada y el punto de partida de una, en líneas generales, exitosa trayectoria en la que no faltan obras dramáticas de referencia, en especial las circunscritas al cine de John Ford, pero también en el terreno de la comedia sentimental —De ilusión también se vive— o de las aventuras —El cisne negro, Sinbad el marino y Aventuras de Buffalo Bill—. |