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a los doce años se traslada, junto a su familia, a Australia; se matricula en la escuela católica St. Leo de Sydney; ingresa en el National Institute of Dramatic Art (NIDA); obtiene una sólida formación escénica con la representación de obras de autores clásicos (Samuel Beckett, William Shakespeare, Jean Cocteau, Arthur Miller); interpreta diversas series de televisión australianas, como Cop Shop, The Sullivans, The Oracle o The Hero. |
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Desde la óptica de un espectador y/o lector europeo, el hecho de que la inmensa mayoría de los medios de comunicación especializados remarquen la procedencia de un actor o director no-Norteamericano que ha alcanzado una triunfal o meritoria carrera en la meca del cine, invita a pensar su significación dentro de la industria de su país ha sido nula o prácticamente desconocida fuera de sus fronteras. Mel Gibson constituye una de las excepciones a esta norma debido al hecho que la carrera desarrollada en su país de adopción, Australia, —que no de origen, ya que nació en el estado de Nueva York— ha sido ampliamente difundida, sobre todo merced a los éxitos cosechados con la serie Mad Max y sus films rodados bajo las órdenes de Peter Weir (Galipolli, El año que vivimos peligrosamente). Tampoco existe una separación temática y formal entre sus trabajos concebidos en Australia y en Norteamérica como para referirse a una carrera dividida en dos grandes bloques. Desde un principio, Mel Gibson se ha visto envuelto en producciones en las que subyace una exposición crítica a través de un mundo presidido por la violencia, ya sea desde la recreación de un conflicto histórico —la guerra de los Boer en Galipolli; la Segunda Guerra Mundial en Attack Force Z, o la Indonesia del general Sukarno en El año que vivimos peligrosamente— o la descripción de una época en tiempo futuro en la apocalíptica trilogía Mad Max. Precisamente, a partir de la recreación del personaje de Max Rockatansky en Mad Max, se cimentaron los pilares del éxito internacional que cosecharía Mel Gibson. Pero su llegada al cine estadounidense no resultó un tránsito fácil para Gibson. En su primer film rodado en Norteamérica, Cuando el río crece, su director Mark Rydell se mostró escéptico ante la posibilidad de que Gibson recreara con convicción a un granjero con acento sureño. Sin embargo, Rydell quedó plenamente convencido tras la prueba que le realizó. A partir de entonces, Mel Gibson fue considerado un intérprete con una amplitud de registros considerable. Su tercera colaboración con el «Dr.» George Miller en Mad Max III, más allá de la cúpula del trueno, convirtió a Max Rockatansky en un símbolo, en un personaje imbuido de una concepción metafísica que no obtendría el favor del público de las dos primeras entregas. Para Miller y Gibson la serie parecía haber cumplido temporalmente su ciclo. A lo largo de los siguientes años, Mel Gibson ha repetido la fórmula de Mad Max en Arma letal —aún sin fecha de caducidad—, desde la creación de la figura de un director «titular» (Richard Donner) que dote de una cierta uniformidad a la serie, hasta su asimilación a las denominadas action movies. Para algunos analistas, la repetición del arquetipo de policía vulgar y de métodos expeditivos en Arma letal ha supuesto la banalización de un género, el thriller –en esta ocasión, en su variante de buddy movies (pareja de polis de comportamientos antagónicos)— en los años ochenta y noventa, en el que Gibson ha sido un rostro solicitado (Conexión Tequila, Rescate, Conspiración, Payback). Pero en la primera hora de proyección de la genuina Arma letal se adivina una lectura crítica —la inadaptabilidad de los ex combatientes del Vietnam a la vida civil, en una temática que también se trata de forma tangencial en Air America—. Asimismo, Gibson se muestra cómodo en retratar personajes en los que prioriza un sentimiento de amistad, camaradería y lealtad (un argumento que asimismo está presente en Mrs. Soffel, en el papel del convicto Eddie Biddle), y que han sabido canalizar de una forma más personal a través de la dirección e interpretación en El hombre sin rostro y Braveheart. Su composición del líder escocés del siglo XIII Richard Wallace en este último film, así como su estilizada realización, provocó la estupefacción de un sector de la crítica, que tan sólo identificaban a Gibson con la imagen de Martin Riggs (Arma letal) o Mad Max, y habían cuestionado su papel de Hamlet. A tenor de la agradable sorpresa que representó Braveheart y en menor medida su ópera prima, El hombre sin rostro –una nueva variación sobre el mito de Prometeo—, quizás estemos ante un caso similar al de Clint Eastwood. El anuncio del rodaje de una readaptación de Fahrenheit 451 (1966) puede situarnos sobre la pista de las verdaderas intenciones del aussie Gibson de cara a un futuro no demasiado lejano. Mientras tanto sigue recurriendo a cintas de contenido violento con su presencia en Payback, un remake encubierto de A quemarropa (1969), y a explorar en otros registros genéricos, como la comedia en ¿En qué piensan las mujeres? o la recreación histórico-bíblica en el controvertido film, ya desde su gestación, hablado en latín. |