DEL LIBRO A LA PANTALLA: «EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS» |
Editorial: Sajalín.
![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Colección: Al margen nº 11.
Autor: William Lindsay Gresham.
Fecha de publicación: ocutbre de 2011.
(reedición enero de 2022)
Traducción de Damià Alou.
Introducción a cargo de Nick Tosches.
A punto de cumplirse sesenta años de la muerte de William Lindsay Gresham (1909-1962), el sello Sajalín ha publicado recientemente El callejón de las almas perdidas (1946), la obra por la que pasaría a la posteridad. De manera un tanto incomprensible, hasta la fecha esta pieza literaria no se había publicado en lengua castellana, siendo la primera vez que ve la luz en una editorial de nuestro país un texto cuya autoría recae en Lindsay Gresham. Cierto que se trata de un escritor con poca obra publicada en su país de origen debido a que falleció a temprana edad —cincuenta y tres años—, su carácter polifacético —médico, editor, politólogo, etc.— y una adicción por el alcohol que le privaría de trabajar con regularidad en el ejercicio del que daría sobradas muestras de su categoría con Nightmare Alley.
Según recogen distintas declaraciones de Gresham antes de sucumbir a una enfermedad ocular —en vías de quedarse ciego— y un tumor que le derivarían hacia el suicidio en verano de 1962, el fermento literario de Nightmare Alley se originaría durante su periplo por tierras valencianas mientras auxiliaba, en calidad de médico, a las tropas republicanas durante la Guerra Civil Española. A partir de las historias que le contaba su compatriota Joseph Daniel Halliday —cuyo apelativo era el de Doc en sintonía con el legendario médico tuberculoso que asomaría en multitud de producciones cinematográficas—, un día escuchó una que le llegaría a obsesionar de tal forma que, a su vuelta a los Estados Unidos, empezó a darle vueltas para que se convirtiera en el arranque de una obra literaria. La historia de un “monstruo” de feria de apariencia primitiva que recorría distintos lugares de la zona levantina llamó la atención de Gresham. Años más tarde, durante su “inmersión” en el conocimiento del espiritualismo le serviría para conectarla con aquella narración.
![]() El hombre y el monstruo
Dedicado a la que fuera su segunda esposa, la poetisa Joy Davidman —luego casada con C. S. Lewis, escritor al que admiraba (1)—, El callejón de las almas perdidas es, en buena medida, heredera de Elmer Gantry (1927), al asociarse un similar concepto sobre la condición humana en que la fe religiosa y las creencias espiritualistas tienen el campo abonado para la actuación de individuos sin escrúpulos, timadores cegados por el poder del dinero. Para aquellos conocedores del texto de Lewis y de la novela por la que Flannery O'Connor alcanzaría celebridad, Sangre sabia (1962) —editada por Cátedra en 1990—, El callejón de las almas perdidas vendría a alinearse en ese paisaje de farsantes, timadores recubiertos de una bondad y guiados por una capacidad de persuasión que les hace atractivos frente a sus respectivos “públicos”. Empero, el color sureño de Elmer Gantry y Sangre sabia no tiene acomodo en este Callejón de las almas perdidas. Al respecto, Gresham se muestra muy poco proclive a ofrecer un marco geográfico preciso para las andanzas de Stan. Su objeto es la descripción de esa alma corrompida por un instinto de supervivencia que, al alcanzar un cierto status, demanda escalar lo más arriba posible una vez entra en contacto con la “doctora” Lilith Ritter, de su mismo pelaje. Con ella trata de formar una sociedad limitada dispuesta a esquilmar los patrimonios de esa clase acomodada que muestra sus debilidades y temores reclinados en la consulta de la psicóloga Ritter. Gresham no se queda a medias tintas cuando habla en voz de Stan: «Soy un estafador, maldita sea. ¿Lo entiende, zorra de cara impasible? Me aprovecho de la gente. En este maldito mundo de chalados lo único que importa es la pasta. Cuando la consigues, eres el amo. Y si no la tienes eres el que folla cuando el coño ya está lleno de leche. Voy a conseguirlo aunque tenga que abrirme todos los huesos de la cabeza. Voy a sacarles a esos pazguatos hasta el último centavo y a arrancarles el oro de la dentatura» (pág. 270).
![]() En ese estilo directo, "desafiante", sin filtros, se mueve un relato segmentado, en forma de capítulos, por las reproducciones de las cartas del tarot, sobre las que Zeena ve marcado su destino y el de su marido, otro dipsómano como Stan. Haciendo acopio de un argot propio de esos submundos —una difícil tarea que ha comprometido el trabajo del traductor Damià Alou—, Gresham deja a las claras que El callejón de las almas perdidas fue edificada desde las entrañas de un ser que combatía con sus propios fantasmas. Un rostro que se iría deformando ante el espejo y que cobraría forma de monstruo. Gresham conoció a Stan porque “convivió” con él durante años y palparía los medios en los que se movió. Liberado de la escritura de El callejón de las almas perdidas que le proporcionó pingües beneficios —una “medicina” en nada reparadora para alguien que abrazaba cada vez con mayor fuerza la “fe” por el alcoholismo, sufrió tres fracasos matrimoniales y la pérdida de sus dos hijos con Joyce— y le sacaría del underground literario —allí donde ubicaría la trinchera para la supervivencia laboral al frente de una revista especializada en la publicación de pulps—, como Truman Capote con el proceso de escritura de A sangre fría (1965), acabaría absorto. Ya sin una idea clara del futuro literario que le depararía cuando los problemas de índole personal se iban acumulando, los réditos cosechados con la publicación de Nightmare Alley le llevaron a poder publicar el relato Limbo Tower (1949) —descripción de la rutina de varios pacientes de una institución mental durante tres días donde parece reconocerse entre ellos la figura espectral del propio escritor—. A partir de entonces, con el inicio de la nueva década, Gresham ofrecería un punto de giro a su actividad como escritor al alumbrar obras de no ficción, entre las cuales destaca sobremanera Houdini: The Man Who Walked Through Walls (1959).
La adaptación de Furtham y Goulding
Al observar con detalle la estupenda interpretación de Tryone Power en la versión cinematográfica de El callejón de las almas perdidas —fechada en 1947—, no resulta
![]() El trabajo de Furtham consistió básicamente en concentrar su script en los aspectos que comprometían al personaje de Stan Carlisle a partir de su presencia como uno de los miembros de la troupe de una feria ambulante en que el principal reclamo son seres tocados por alguna deformidad que les aproximan a la condición de “monstruos”. En el film, a diferencia de la novela, nada se nos informa del pasado de Stan y, por tanto, no hallamos las claves del porqué de su desmesura por alcanzar el éxito a cualquier precio. Gresham detalla en su obra algunos capítulos en que el padre de Stan —Charles— toma protagonismo, mostrándose como un individuo que maltrataba a su esposa —ecos extraídos de la propia biografía del escritor— y descuidaba su rol familiar con bastante frecuencia. Tampoco en la producción de la Fox se cubren aquellos episodios de la novela en que se muestran las sesiones de espiritismo —excelentes descripciones “espaciales” a cargo de Gresham— donde Stan, Lilly y Molly se las ingenian para engañar a los incautos asistentes dispuestos a escuchar voces del más allá. Razones poderosas para estas ausencias en relación al original literario se diero
![]() Christian Aguilera
(1) La relación entre Joyce y C. S. Lewis daría lugar a una obra teatral y la película Tierra de penumbra (1993), protagonizada por Debra Winger y Anthony Hopkins. "Una pena en observación" (Ed. Anagrama) conforman una serie de relatos escritos por Lewis en que reflexiona sobre la relación que sostuvo con Joyce y que acabaría convirtiéndose en su esposa, aunque fuera por poco tiempo al fallecer ésta en 1960 debido a un cáncer de huesos.
(2) En 1953 la Metro estrenaría El gran Houdini, protagonizada por Tony Curtis.
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